Amor triste
La «paradoja de la felicidad» señala que cuanto más la ansiamos, menos felices somos. En ‘Amor triste’ (Herder Editorial, 2024), Carrie Jenkins traslada esta paradoja al terreno romántico.
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Jonathan, mi esposo, es profesor de Filosofía, igual que yo. A veces hablamos de trabajo. Cuando yo trabajaba en este libro, hablaba con él sobre el amor y la tristeza y sobre la idea de ser «felices para siempre». Un día le mencioné, de paso, que me parecía que «la búsqueda de la felicidad» era una cosa muy estadounidense. Le sorprendió escuchar que yo pensara eso. «¿No te parece que es básicamente lo mismo en todas partes?», preguntó.
Su sorpresa me sorprendió. Jonathan es ciudadano estadounidense, pero no encaja en el estereotipo del estadounidense que se imagina que el mundo que queda más allá de la contigua Estados Unidos es un borrón confuso de terroristas y niños muriéndose de hambre. Lee, viaja, ha vivido en Escocia y ahora vive conmigo en Canadá. Es un ser humano con bastante mundo y, en general, desenfadado. ¿Por qué iba él a suponer que todo el mundo es como Estados Unidos?
Tuve que detenerme a pensar en su pregunta. En realidad, no he dejado de pensar en ella desde entonces. Llegué de forma gradual a la conclusión de que Jonathan tenía razón. La búsqueda de la felicidad está en todas partes. Pero yo también tenía razón. Voy a tratar de desentrañar algunas hebras diferentes de este asunto y, después, creo que tendrá sentido.
La expresión «la búsqueda de la felicidad» tiene raíces específicamente estadounidenses. Su aparición más célebre se encuentra en la Declaración de Independencia de Estados Unidos de 1776: «Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad». Estos ideales y esta forma concreta de expresarlos están incorporados a la historia del origen de Estados Unidos o, dicho con más precisión, en la historia sobre sus orígenes. Subyacen al núcleo de la identidad de la nación o, dicho con más precisión, a la imagen que tiene de sí misma. Estados Unidos contabiliza que su existencia comienza en 1776 con esta declaración, en lugar de en 1781 con la ratificación de los Artículos de la Confederación. A la Declaración de Independencia le pasa algo. De algún modo, es más existencial, más constitutiva de la idea de sí misma como nación que incluso el documento que literalmente constituyó la unión de Estados Unidos.
Cuando veo todas esas camisetas donde se insiste en «Solo buenas vibraciones», o tanto material de Instagram cuidadosamente elaborado donde se me dice «Busca la alegría en todo momento», es interesante contextualizar estas cosas recordando que la cultura estadounidense de la felicidad arrancó nada menos que cuando arrancó Estados Unidos.
Aun así, Jonathan no se equivocaba acerca de su universalidad. En la actualidad, podríamos encontrar ideas semejantes a estas más o menos en cualquier lugar. Pero creo que en buena medida eso es cierto porque las ideas y los ideales estadounidenses se han exportado al resto del mundo. La creciente homogeneidad de la cultura global está vinculada a la hegemonía geopolítica de Estados Unidos.
La creciente homogeneidad de la cultura global está vinculada a la hegemonía geopolítica de Estados Unidos
Ciertamente, me parece como si la ideología de la felicidad hubiese estado en auge durante todo el transcurso de mi vida. No recuerdo que la felicidad fuera ni mucho menos tan preeminente cuando yo era niña y me crié en un hogar británico de clase media en las décadas de 1980 y 1990. Recuerdo cierta preferencia cultural por los desfavorecidos, el pesimismo, la sátira política de izquierdas y el humor escatológico.
Y no soy la única que piensa que las cosas eran distintas. La cultura de la felicidad era específicamente estadounidense. En El hombre en busca de sentido, Viktor Frankl, psiquiatra austriaco y superviviente del Holocausto, escribió: «Para los europeos, un rasgo característico de la cultura estadounidense es que, una y otra vez, se nos ordena y manda que seamos felices».
Desde 1776 ha habido algunas evoluciones significativas en la cultura estadounidense de la felicidad. Las ideas acerca de que la felicidad es saludable —o quizá incluso lo mismo que la salud— aparecen en escena en 1902, cuando el filósofo estadounidense William James afirma que un individuo «de mentalidad saludable» es aquel que tiene esa «tendencia a contemplar todas las cosas y a encontrarlas» (James califica como «almas enfermas» a aquellos para quienes «el mundo […] parece remoto, extraño, siniestro y misterioso», para quien «desaparece el color y su aliento; su hálito es gélido»).
Y lo que es aún más significativo para lo que me propongo en este libro es lo siguiente: en esta cultura se nos dice que lo único que necesitamos para alcanzar nuestros objetivos en la vida es tener pensamientos felices, que lo que más deseamos nos llegará gracias a la fuerza del pensamiento positivo.
Este texto es un fragmento de ‘Amor triste’ (Herder Editorial, 2024), de Carrie Jenkins.
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