Sociedad

Viktor Frankl: el hombre en busca de sentido

El austríaco se convirtió en uno de los psiquiatras más respetados del pasado siglo gracias a la logoterapia, una terapia que aplicaba una visión filosófica para lograr la felicidad del paciente.

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31
enero
2023

¿Somos seres rendidos al azar y a las circunstancias que nos rodean o, en cambio, somos libres de tomar nuestras propias decisiones para orientar el destino elegido? Es más, ¿estamos obligados a dejarnos influenciar por condicionantes externos a nosotros mismos o nos valemos de la capacidad de desarrollo que nos distingue del resto de seres vivos? Estas son algunas de las preguntas que debió hacerse el psiquiatra y filósofo austríaco Viktor Frankl durante su reclusión, a lo largo de tres largos años, en varios campos de concentración nazis.

De aquella experiencia surgió un libro que es considerado piedra angular de la logoterapia y el análisis existencial, el tipo de psicoterapia que él mismo introdujo en el campo de la psicología. En El hombre en busca de sentido, Frankl se valió de sus durísimas experiencias en lo más profundo del horror nazi para exponer su firme creencia en que la voluntad de sentido del ser humano es lo que puede mantenerlo a flote ante las adversidades.

Nacido en Viena, en 1905, en el seno de una familia judía, Frankl comenzó muy joven a interesarse por la psicología, lo que le llevó a estudiar medicina y a especializarse en psiquiatría y neurología. Aquel empeño juvenil propiciaría que dirigiese, desde 1940 y hasta su deportación al campo de concentración de Theresiendstat, dos años después, el departamento de neurología del vienés Hospital Rothschild. Aquel trabajo, además de suponer un gran desarrollo profesional, fue también una especie de premonición vital: era el único centro hospitalario de la ciudad que admitía a judíos en aquellos años.

Para Frankl, la voluntad de sentido del ser humano es lo que puede mantenerlo a flote ante las adversidades

En total, fueron cuatro los campos de concentración que Frankl tuvo la desgracia de conocer. Además del ya mencionado, conoció también los horrores de Auschwitz, Dachau y Turkheim, del que fue liberado en abril de 1945. La deportación inicial la sufrió junto a su familia, pero la liberación solo fue suya: su mujer, sus padres y su hermano no sobrevivieron.

Los meses siguientes a su liberación, Frankl los pasó indagando sobre el paradero de familiares y amigos para descubrir que todos ellos habían sido víctimas del horror nazi. Aquello, en vez de sumirle en la más demoledora oscuridad, le sirvió para edificar su teoría de la logoterapia. Él mismo llegó a afirmar que el hecho de comprender y descubrir el sentido del sufrimiento le ayudó a experimentarlo de una manera menos dolorosa y más llevadera. Frankl incorporó el dolor a su propia experiencia vital como un elemento más de la misma, logrando que no le impidiera seguir adelante.

Una nueva perspectiva

Ya a mediados de los años veinte, cuando Viktor Frankl era un joven estudiante de psiquiatría, decidió distanciarse del psicoanálisis, entonces en su apogeo: lo consideraba absolutamente reduccionista. Él, en cambio, sentía más atracción por corrientes menos pesimistas y más cercanas a su manera jovial de ver el mundo. Desde entonces, Frankl comenzó a conceder gran importancia a la mezcla entre filosofía y psicología, que lograba, a su parecer, un ajuste entre lo que el ser humano experimenta y el modo en que piensa en ello. Ahí residía, para Frankl, la única herramienta posible para no caer en la absoluta infelicidad.  

Su logoterapia, al fin y al cabo, no dejaba de ser una nueva vertiente de la psicología existencial que inauguró Alfred Adler, que a pesar de colaborar en los trabajos iniciales de Sigmund Freud, acabaría apartándose del psicoanálisis para fundar lo que hoy se conoce como psicología individual y que difiere de aquel en algo fundamental: la creencia de que el hombre puede superar sus problemas y progresar.

La propia energía vital ayudó a Frankl a continuar viviendo con una actitud positiva, trabajando siempre para lograr que las personas pudiesen vencer sus traumas buscando el verdadero sentido de sus vidas. En los años sesenta, la popularidad de su logoterapia creció de forma desmedida en Estados Unidos, donde El hombre en busca de sentido aún se considera uno de los tratados filosóficos más profundos (y donde tendría puestos docentes en hasta cuatro importantes universidades). 

Él tenía claro que el ser humano es dueño de su destino y que, para ello, solo tiene que tomar sus propias decisiones amparadas en el sentido profundo de su existencia, que nunca ha de ser la infelicidad, por mucho sufrimiento que se soporte. Mientras padecía los infames suplicios del campo de exterminio, tuvo claro que «es la libertad interior la que nadie nos puede arrebatar, la que confiere a la existencia una intención y un sentido». Su vida terminaría a los 92 años, en 1997.

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