Cultura

‘Senderos de gloria’ y el cine antibelicista

Cuando Stanley Kubrick estrenó esta película en plena Guerra Fría, sentó las bases de innumerables cintas posteriores que llevarían como bandera el sinsentido y crueldad de todo conflicto armado.

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15
octubre
2024

En 1935, un excombatiente canadiense de la Primera Guerra Mundial, Humphrey Cobb, publicaba la novela Senderos de gloria. El libro se inspiraba en el fusilamiento de cuatro soldados franceses por orden de un general de su propio ejército, para denunciar los extremos a los que podía llevar la barbarie de una guerra. En febrero de 1915, durante la batalla de Verdún, el general francés Géraud Réveilhac ordenó a sus tropas el ataque frontal a una posición alemana. La unidad encargada de aquella misión no logró llevarla a cabo y, ante su amenaza de retirarse, Réveilhac ordenó a su artillería disparar contra todo aquel que intentase regresar a las trincheras. El incumplimiento de dicha orden llevó al enajenado general a ejecutar a cuatro soldados, elegidos al azar, para dar ejemplo a sus tropas. La cruda realidad es que hubo más de 500 fusilamientos por desobediencia militar en las filas del ejército francés durante la Primera Guerra Mundial.

Basándose en la novela de Cobb, Stanley Kubrick estrenó en 1957 la película que, a día de hoy, sigue considerándose epítome del cine antibelicista. Una tradición, la de la crítica social del militarismo en el cine, que había inaugurado en 1930 el director estadounidense Lewis Milestone con Sin novedad en el frente, también ambientada en la Primera Guerra Mundial, para reflejar el sinsentido en que se ven atrapados un puñado de jóvenes llamados a filas. Desde entonces, el séptimo arte no ha dejado de ofrecer a los espectadores filmes con fuerte carga antibelicista.

Desde Johnny cogió su fusil (1971), la dolorosa historia de un soldado que despierta en una cama de hospital sin brazos ni piernas, mudo y sordo, hasta Paradise Now (2005), que exhibe las vísceras del perenne y terrible conflicto entre palestinos e israelíes, pasando por La vaquilla (1985), en que Berlanga utilizó el humor para exponer el dolor que acarreó nuestra Guerra Civil, son incontables las películas que han llegado a las pantallas para que podamos reflexionar sobre lo absurdo e irracional de los conflictos armados.

Pero Senderos de gloria trasciende el antibelicismo y la mera crítica de la guerra para convertirse, en palabras del propio director, en una película «contra la ignorancia autoritaria». Todo conflicto armado surge, inevitablemente, de ciertos comportamientos humanos, pero nadie como Kubrick ha sabido diseccionar hasta que límites de irracionalidad pueden llegar dichos comportamientos cuando están en juego la victoria o la derrota en una contienda. La cinta causó tal revuelo que, estrenada en plena Guerra Fría, no fue exhibida en Francia, España, Israel ni en ninguna base militar estadounidense, llegando los galos a ejercer toda su fuerza diplomática para evitar su proyección en otros países.

La cinta causó tal revuelo que, estrenada en plena Guerra Fría, no fue exhibida en Francia, España, Israel ni en ninguna base militar estadounidense

El que la película pudiese llegar a los cines fue un acto casi heroico del actor cuyo personaje es el único a quien puede considerarse justamente heroico, por lo íntegro, noble y humano de su proceder. Nos referimos a Kirk Douglas, que no cobró por su interpretación y que se encargó de la coproducción.

El coronel del ejército francés Dax (Kirk Douglas) recibe del alto mando la orden de acometer, con su regimiento, un ataque suicida contra las tropas alemanas. La cruenta batalla que se entabla finaliza con una retirada de los franceses que los altos mandatarios militares consideran execrable. Para escenificar un castigo ejemplar por dicha retirada, deciden elegir a tres soldados al azar y someterlos a un consejo de guerra que, tras la acusación por cobardía, finalizará en su fusilamiento. El coronel Dax se opone radicalmente a tal condena y se erige en defensor de la inocencia de los tres soldados, argumentándola desde el más absoluto sentido común. Pero no hay sentido común cuando está en juego el mantenimiento del estatus de poder que ostentan los altos cargos militares.

Kubrick, consciente del sinsentido de la guerra y del sistema autoritario del ejército, retrata la injusticia inherente a toda lucha de poder

Kubrick, consciente del sinsentido, no ya solo de la guerra sino del sistema autoritario que prevalece en todo ejército, retrata por tanto la injusticia inherente a toda lucha de poder. El contraste que establece, en la película, entre la atroz y despiadada vida de los soldados en las trincheras y la holgada vida de los oficiales alojados en un suntuoso castillo se convierte en demoledora metáfora de cualquier sistema autoritario en que unas personas ejercen su fuerza sobre otras. Tal vez, por ello, eliminó todo rasgo de heroicidad que Cobb hubiera podido insuflar a sus personajes en el libro, y dejó al coronel Dax como la única persona íntegra. Así, logró evidenciar un hondo pesimismo al mostrar que la integridad siempre fracasará en su lucha contra el sistema.

Después de Senderos de gloria, el cine antibelicista seguiría proliferando, pero pocas películas han sabido diseccionar de tal manera no solo lo absurdo de las guerras, sino también de los sistemas en que se organizan las personas que las generan.

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