Inteligencia artificial, guía para seres pensantes
La científica informática Melanie Mitchell recorre la historia de la Inteligencia Artificial, con todas sus turbulencias, sus éxitos, esperanzas y todos los temores y cuestiones que hoy la rodean.
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El sueño de crear una máquina inteligente –tan inteligente como los humanos o más– nació hace siglos, pero empezó a formar parte de la ciencia moderna con la aparición de los ordenadores digitales. En realidad, las ideas que dieron lugar a los primeros ordenadores programables surgieron de los intentos de los matemáticos de interpretar el pensamiento humano, en especial la lógica, como un proceso mecánico de «manipulación de símbolos». Los ordenadores digitales son esencialmente unos manipuladores de símbolos que juguetean con combinaciones de los símbolos 0 y 1. Varios pioneros de la informática, como Alan Turing y John von Neumann, pensaban que había fuertes analogías entre los ordenadores y el cerebro humano, y les parecía obvio que la inteligencia humana podía reproducirse en programas informáticos.
La mayoría de los expertos en inteligencia artificial atribuyen la fundación oficial de esta materia a un pequeño seminario celebrado en 1956 en el Dartmouth College y organizado por un joven matemático llamado John McCarthy.
En 1955, McCarthy, que tenía veintiocho años, se incorporó a la Facultad de Matemáticas de Dartmouth. Cuando era estudiante había aprendido algo sobre psicología y el incipiente campo de la «teoría de autómatas» (que más tarde se convertiría en la informática), y le había interesado la idea de crear una máquina pensante. En el Departamento de Matemáticas de Princeton, McCarthy conoció a un compañero, Marvin Minsky, que compartía su fascinación por las posibilidades de los ordenadores inteligentes. Después de graduarse, McCarthy trabajó brevemente en los laboratorios Bell y en IBM, donde colaboró, respectivamente, con Claude Shannon, inventor de la teoría de la información, y con Nathaniel Rochester, un innovador ingeniero eléctrico. Ya en Dartmouth, McCarthy convenció a Minsky, Shannon y Rochester para que le ayudaran a organizar «un estudio de dos meses y diez hombres sobre inteligencia artificial que se llevaría a cabo durante el verano de 1956». El término «inteligencia artificial» lo inventó McCarthy; quería distinguir este campo de otro proyecto relacionado llamado cibernética. Con el tiempo, McCarthy reconoció que el nombre no le gustaba a nadie –al fin y al cabo, el objetivo era una inteligencia genuina, no «artificial»–, pero «tenía que llamarlo de alguna manera, así que lo llamé «inteligencia artificial».
Los cuatro organizadores presentaron una propuesta a la Fundación Rockefeller y solicitaron que les financiaran el taller estival. El estudio que proponían se basaba en «la hipótesis de que todos los aspectos del aprendizaje o cualquier otra característica de la inteligencia pueden en principio describirse con tanta precisión que es posible hacer que una máquina los imite». La propuesta enumeraba una serie de temas de debate –procesamiento del lenguaje natural, redes neuronales, aprendizaje automático, conceptos abstractos y razonamiento, creatividad– que han seguido definiendo esta materia hasta hoy.
Los ordenadores más avanzados de 1956 eran aproximadamente un millón de veces más lentos que los teléfonos móviles de nuestros días
Aunque los ordenadores más avanzados de 1956 eran aproximadamente un millón de veces más lentos que los teléfonos móviles de nuestros días, McCarthy y sus colegas eran optimistas y pensaban que la IA estaba al alcance de la mano: «Creemos que podrá haber avances considerables en uno o varios de estos problemas si un grupo de científicos minuciosamente escogido se pasa el verano trabajando para conseguirlo».
Pronto surgieron obstáculos que hoy le resultarían familiares a cualquiera que quiera organizar un taller científico. La Fundación Rockefeller solo aportó la mitad del dinero solicitado, y a McCarthy le costó más de lo que creía convencer a los participantes de que acudieran y se quedaran, por no hablar de conseguir que se pusieran de acuerdo en algo. Hubo muchos debates interesantes, pero poca coherencia. Como suele ocurrir en este tipo de reuniones, «cada uno tenía una idea diferente, un sólido ego y mucho entusiasmo por su propio plan». Pese a todo, el verano de la IA en Dartmouth produjo algunos resultados muy importantes. Se dio nombre al campo de investigación y se esbozaron sus objetivos generales. Los que pronto serían los «cuatro grandes» pioneros en la materia –McCarthy, Minsky, Allen Newell y Herbert Simon– se reunieron y empezaron a planear el futuro. Y, por alguna razón, los cuatro salieron de la reunión con enorme optimismo sobre las perspectivas para su campo. A principios de los sesenta, McCarthy fundó el Proyecto de Inteligencia Artificial de Stanford, con «el objetivo de construir una máquina totalmente inteligente antes de que transcurriera una década». Más o menos por aquel entonces, el futuro premio nobel Herbert Simon predijo: «Las máquinas serán capaces, dentro de veinte años, de hacer cualquier tarea que pueda hacer un hombre». Poco después, Marvin Minsky, fundador del Laboratorio de Inteligencia Artificial del MIT, pronosticó que «dentro de una generación […], los problemas de crear una «inteligencia artificial» estarán esencialmente resueltos».
Este texto es un fragmento de ‘Inteligencia artificial. Guía para seres pensantes’ (Capitan Swing, 2024), de Melanie Mitchell.
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