Sociedad

Alan Turing, en busca de la consciencia artificial

Genio, polímata y padre destacado de la ciencia de la computación, su legado y su vida son hoy fuente de inspiración y de apertura a un mundo nuevo: la era digital, la inteligencia artificial y la computación cuántica.

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09
enero
2024

No era algo necesario, era una obligación moral. La máquina Enigma patentada en 1918 por la empresa fundada por el ingeniero alemán Arthur Scherbius y utilizada por la armada del Tercer Reich parecía indescifrable. Los equipos criptográficos se topaban una y otra vez con la complejidad de la máquina y el elevado número de combinaciones posibles, cerca de dos mil millones.

Fue el joven matemático Alan Turing quien, junto con su equipo de la Escuela Gubernamental de Código y Cifrado de Reino Unido, diseñó la máquina Bombe, capaz de «romper» los códigos generados por Enigma. Aquel fue el comienzo del trabajo pragmático e investigador del que fue uno de los grandes genios y transformadores del mundo en el que vivimos. Porque a Turing le debemos el salto de gigante en computación que nos ha permitido desarrollar la informática, los algoritmos que sustentan los entornos digitales y el albor de la inteligencia artificial.

Un polímata en tiempos convulsos

Alan Turing nació en Londres en 1912. Desde muy temprano mostró una inclinación natural hacia la lectura y los juegos matemáticos, que continuó desarrollando durante sus años de estudio en el internado de Sherborne. Allí conoció a quien fue su primer y gran amor, Christopher Collan Morcom, con quien compartió una poderosa amistad y también una común pasión hacia la ciencia. Morcom fue para Turing un acicate en el desarrollo de su personalidad, en los aspectos más luminosos y en los más sombríos. El joven no solo acompañó al genio, sino que alentó sus ideas y le permitió establecer un diálogo entre iguales sobre temas que les preocupaban a ambos, como el postulado de las paralelas de Euclides. Sin embargo, la repentina muerte de Morcom a causa de una infección por tuberculosis bovina causó un hondo pesar en el futuro científico. Su fe se tambaleó hasta declararse ateo, aunque el terrible acontecimiento y el vacío que sembró en su vida enfocó su mirada investigadora hacia el estudio de la consciencia.

Con el desarrollo de la máquina Bombe el equipo de Alan Turing logró descifrar la criptografía nazi

En su etapa universitaria, estudió en el King’s College de Cambridge, donde asistió a las clases de reputadas figuras matemáticas, como Godfrey Harold Hardy, autor de la desigualdad que lleva su nombre, y más adelante completó su formación en Princeton, en Estados Unidos. En este último campus pudo conocer el trabajo del lógico Alonzo Church y de Stephen Kleene, desarrolladores del cálculo lambda y de la existencia de los llamados «problemas indecibles» (aquellos problemas de decisión para los cuales es imposible construir algoritmos que conduzcan a una respuesta de sí o de no que sea correcta). Church dirigió el trabajo doctoral de Turing. El británico, en 1936, publicó el artículo On Computable Numbers, with an Application to the Entschedungsproblem donde presentó el «problema de la parada». Es decir, la situación en la que un determinado modelo computacional que realiza una lectura sobre una entrada para generar una escritura como salida (Máquina de Turing) no puede resolver si los programas posibles terminan o entran en un bucle infinito. Junto con los trabajos de otro brillante matemático, Kurt Gödel, sobre la incompletitud de las matemáticas, Church y Turing postularon una tesis indemostrable, pero universalmente aceptada: todo algoritmo es una Máquina de Turing.

Sin embargo, llegó la segunda de las guerras mundiales y el londinense fue convocado al equipo destinado a descifrar los códigos que el enemigo generaba con las muy avanzadas máquinas Enigma. En este proyecto bajo supervisión militar Turing puso en práctica su investigación con el desarrollo de la máquina Bombe, con la que se logró descifrar la criptografía nazi.

Éxito, secreto y persecución

Al terminar la guerra, el matemático se incorporó al Laboratorio Nacional de Física de Reino Unido, donde trabajó en el Motor de Computación Automática (ACE) con la idea de construir una máquina versátil que pudiera ser configurada para múltiples tareas, desde desencriptar un código hasta jugar al ajedrez. También diseñó el precursor de los posteriores lenguajes de programación, el ACI (Abbreviated Code Instruction) y comenzó a esbozar ideas sobre la inteligencia artificial en artículos como Computing Machinery and Intelligence, publicado en 1950 y que no fue muy bien asimilado en aquella época, pero que sembró un precedente crucial para la investigación que ha derivado en el desarrollo de las primeras inteligencias artificiales. Ese mismo año fue construido el primer ACE, ejemplo para el desarrollo de las posteriores computadoras.

Sembró un precedente crucial para la investigación que ha derivado en el desarrollo de las primeras inteligencias artificiales

A partir de este momento, el trabajo de Alan Turing se centró en la mejora de lenguajes de programación, en el desarrollo de la cibernética y el estudio de patrones, entre otros temas. Este último campo constituyó una de sus grandes obsesiones. Turing observó que las matemáticas podían explicar y predecir el comportamiento biológico, en especial la morfogénesis (la forma determinada que desarrolla un organismo vivo). En su artículo Fundamentos químicos de la morfogénesis se centró en el estudio de la presencia de la sucesión de Fibonacci en multitud de estructuras vegetales. Sus investigaciones no fueron bien recibidas en un primer momento. Hoy son el pilar en la compresión de la formación de estructuras y la manera en que los genes se expresan para definir la forma final de cada individuo, lo que implica la prevención de enfermedades.

La vivaz inteligencia de Alan Turing no impidió su proceso en 1952 acusado de «indecencia grave» por su condición de homosexual, en el que fue condenado a una pena de prisión o a someterse a la castración química. El matemático optó por la segunda opción. La terapia química le causó graves trastornos físicos y psicológicos. Casi dos años más tarde murió envenenado por cianuro. Si se trató de accidente o suicidio ha quedado como misterioso detalle en una existencia que destacó por la brillantez intelectual y la incomprensión social.

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