Íñigo y los tiburones
«Dicen que ha reconocido hechos ‘moralmente reprobables’ pero no delictivos. A la espera de lo que suceda, los testimonios que han salido parecen darle la razón, pero qué más da, Íñigo, sois vosotros los que habéis hecho que la condena moral prevalezca y que sea inmediata y sin posibilidad de defensa y redención», escribe Gonzalo Núñez en esta columna.
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2024
Artículo
Siempre me han horripilado las riñas tumultuarias, me violenta la violencia, pero he conocido algunas personas a las que les atraía: buscaban un hueco en primera fila para asistir a la pelea, si podían jaleaban y luego se giraban hacia el resto con una sonrisa divertida. Con el caso Errejón, me he mantenido como espectador más de la cuenta porque es un espectáculo lamentable y fascinante, como un accidente de tráfico: un tipo atrapado en su laberinto y toda una generación política lanzándose botellas a la cabeza. No olvidemos que en esencia son personas defendiendo sueldos públicos de muchos ceros, lo que añade mezquindad a la trifulca y lo hace más oscuro que una pelea ilegal de gallos.
Me ha recordado a la escena de La dama de Shanghái en la que Orson Welles explica a sus compañeros aquella vez, pescando en las costas de Brasil, en la que vio a un grupo de tiburones comiéndose entre sí: «Mi tiburón se había soltado del anzuelo. Y el olor, o tal vez la mancha, porque sangraba a borbotones, hizo que los otros enloquecieran. Los animales empezaron a comerse los unos a los otros, en su locura, se comían a sí mismos. Se sentía el frenesí del asesinato como un viento que hería los ojos, se olía el hedor de la muerte emanando del mar. Nunca había visto nada peor desde la reunión de esta noche. ¿Y saben una cosa?, ninguno de los tiburones enloquecidos sobrevivió».
Todos han enloquecido con la sangre de Errejón y cada uno de ellos con la suya propia. Al parecer, todos sabían desde hace tiempo que era un tiburón (o un pájaro de cuidado), pero es ahora cuando venía al pelo sacar a pasear el piolet. En un tiempo sabremos cuánto hubo de verdad y cuánto de piolet en todo esto, qué es imputable a una conducta reprobable en lo moral y qué es judicializable; si lo sucedido, sea lo que sea, debía acarrear la pena social que va a pagar y si la complicidad con Errejón llega a ocultación y amparo de su entorno político.
Pero el daño ya está hecho y es un daño generacional, edificado sobre las propias contradicciones del movimiento surgido del 15M. Llevan más de una década emponzoñando el ambiente, diluyendo los límites entre la responsabilidad personal y social, haciendo casar la realidad compleja del hombre y su tiempo en estructuras cerradas, una dialéctica de egos más que de clases. Ha sido un trabajo machacón de años, con Errejón en primera fila, tendiendo su propia trampa junto a un puñado de oportunistas y fariseos, populistas de todo corte y aliades posmodernos para los que los hechos no existen, solo su interpretación. Han dicho que, bajo cualquier circunstancia, incluso si mienten, incluso si los hechos no son comprobables o son ambiguos, hay que «creerlas a ellas». Lo han dicho, así que ahora tenemos que creerlas contra ellos.
El daño ya está hecho y es un daño generacional, edificado sobre las propias contradicciones del movimiento surgido del 15M
Convirtieron a la mujer, de la que ni siquiera saben dar una definición, en un ser predeterminado para recibir la violencia de los hombres y al hombre en un ser predeterminado para ejercer la violencia sobre la mujer. Ahora ese mecanismo burdo es verdad, porque las personas generan la realidad y nuestra realidad, en este siglo XXI que ha pasado de la inmoralidad de tiempos pretéritos a la amoralidad hodierna, es esta, y con esos bueyes hay que arar.
Por eso nadie se atreve a leer con detenimiento los testimonios de las mujeres contra Errejón, a pasar del titular. Lo que describen esos testimonios es elocuentísimo: una prueba fehaciente de lo que Podemos y sus derivadas han hecho con la mujer. Han arrasado con su autonomía, esto es, su libertad. Son mujeres, según se desprende de su propio relato, maniatadas, incapaces de plantarse y tomar decisiones, de discriminar si algo está bien o mal o me conviene o no. Una de ellas se lamenta incluso de que Errejón la obligara a pasar a Telegram «sin consensuar». Así están las cosas. El feminismo más reaccionario, tácticamente alimentado por esta clase política, ha demolido la liberación sexual que propugnaban, ha banalizado la defensa de la mujer frente a los abusos y ha elevado experiencias insatisfactorias con hombres de mierda a tipos penales.
En un intento patético por salvar el trasero, Errejón confeccionó una carta más enrevesada y con más subtexto que el Finnegans Wake, todo un modelo de wokismo autopunitivista. Errejón no es tonto y sabe que con los suyos, que son como él, no cabe otra cosa. Dicen que ha reconocido hechos «moralmente reprobables» pero no delictivos. A la espera de lo que suceda, los testimonios que han salido parecen darle la razón, pero qué más da, Íñigo, sois vosotros los que habéis hecho que la condena moral prevalezca y que sea inmediata y sin posibilidad de defensa y redención. Ya somos vuestra utopía implacable, donde no existe el error y la culpa propia, tampoco por tanto la redención, solo existe el castigo, que ha de ser extenso a toda la sociedad para que sigan sentándose sobre él los que vinieron a liberarnos de la vieja casta.
Ya somos vuestra utopía implacable, donde no existe el error y la culpa propia, tampoco por tanto la redención, solo existe el castigo
Yo nunca creí en Podemos porque nací viejo y además viví tiempos agitados en la universidad y vi actuar a sus cachorros en las asambleas. Entendí que con ellos, como con cualquier estructura política pero todavía más, no cabía el más mínimo disenso. Pero muchos de mi generación, hoy entre la treintena y la cuarentena, sí creyeron honesta y hasta ilusionadamente en Podemos y sus derivadas. Al menos eran de nuestra edad, una alternativa a lo viejo. Sin embargo, la Nueva Política se ha acabado expresando en los mismos términos que la Vieja, términos de poder en toda su extensión. Ahora que vamos para mayores, nos asiste un sano cinismo y hasta es posible disfrutar con el hecho de que estas almas puras que vinieron a bajarnos el cielo con las manos acaben revelándose como lo que son: personas y por tanto imperfectos, quizá más que otros por sus rígidos estándares y su hipocresía.
No obstante, estos diez años no han sido en balde, desde luego no para ellos. El país no ha mejorado sustancialmente, incluso diría que ha ido a peor en muchas cosas, cosas tan sensibles y tan de clase como la vivienda y el empleo. Pero no importa porque ellos sí han prosperado. Accedieron a cargos públicos, a mucho dinero público, compraron chalets como cualquier pepero medio, usaron a voluntad de la erótica del poder, se casaron y tuvieron hijos mientras te explicaban las ventajas de no hacer nada de eso, alimentaron sus redes con subvenciones, ocultaron sus mierdas, vivieron en Bruselas en lugar de en Usera, fueron a la tele, vieron mundo. Mañana podrán contar cómo es la vida con 100.000 euros. Otros no podremos lo que ellos pudieron gracias a nosotros. No, no ha sido una década perdida, ni siquiera para Íñigo.
COMENTARIOS