El poder (y la fuerza) del cine de no ficción para generar conciencia
El papel que juega el cine en la transformación de valores y conductas es fundamental, y más si pensamos en un país como España donde es evidente el interés por el audiovisual. Por lo tanto, su empleo es necesario para fomentar la toma de conciencia sobre los desafíos ambientales y sociales a los que nos enfrentamos.
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El papel que juega el cine en la transformación de valores y conductas es fundamental, y más si pensamos en un país como España donde es evidente el interés por el audiovisual. Dedicamos 266 horas al año al consumo de películas, ya sea en salas o en televisión, lo que supone 36 horas más al año que la media europea. Por lo tanto, su empleo no solo es clave sino también necesario para fomentar la toma de conciencia sobre los desafíos ambientales y sociales a los que nos enfrentamos hoy en día, además de poner en común un futuro que nos permita pensar y actuar hacia la siguiente etapa en la historia de la humanidad: el cuidado y la regeneración.
Dicho esto, me gustaría reivindicar y ampliar las miras hacia la denominación de cine de no ficción frente a documental ya que, según mi punto de vista, se corresponde de forma más certera a una realidad cada vez más plural en sus pretensiones y narraciones. En la actualidad, las producciones de cine de no ficción han proliferado rompiendo de manera muy interesante estructuras y formatos preestablecidos por el género documental. Dentro de la programación del festival, este año contamos con dos películas que lo demuestran: Salvaxe Salvaxe de Emilio Fonseca, denominada por su creador como «un anti-documental de naturaleza»; o Mirror of the Cosmos de Isabelle Carbonell, proclamada como «un documental de ciencia ficción». Estos son solo dos ejemplos de una tendencia hacia la desestructuración visual original, además de una exploración inaudita de temas ya tratados previamente como la confrontación del lobo en nuestro territorio o los estragos de la contaminación en el Mar Menor.
Volviendo al tema sobre el poder (y la fuerza) del cine de no ficción, realmente se podría decir que en primer lugar reside en la capacidad que una historia real tiene de generar empatía. Precisamente que esta historia sea real consigue un calado y repercusión mucho más potente que si se tratara en una ficción. Nos puede gustar más o menos la película que hemos visto, pero difícilmente saldrá de nuestra mente si sabemos que aquello que hemos visto… es real.
Ahí donde se vulneran los derechos humanos, se vulneran los derechos ambientales y viceversa
Cuando visionamos una ficción, es mucho más fácil que una parte de nuestro cerebro desconecte y no se plantee si aquello que estamos viendo puede estar sucediendo realmente en algún lugar del mundo. Sin embargo, a lo largo de estos diez años de festival, me he tenido que enfrentar a realidades que jamás me creería si las hubiese visto en una ficción. Este es el ejemplo de Ghost Fleet (2018), dirigida por Shannon Service y Jeffrey Waldron, película que sigue a un grupo de activistas que arriesgan sus vidas en una remotas islas indonesias para buscar justicia por los pescadores esclavizados que alimentan la demanda mundial de mariscos. Sí, esclavizados. Cuando descubrí aquella realidad que sucedía a miles de kilómetros de mi casa, me quebré por dentro para siempre. Sin duda, ahí donde se vulneran los derechos humanos, se vulneran los derechos ambientales y viceversa.
En otro sentido, pero apoyando el mismo argumento de que la realidad y la autenticidad son el poder y la fuerza del cine de no ficción, este tipo de formatos nos ayudan a poner en valor a héroes y heroínas como Jane Goodall. Gracias a Jane de Brett Morgen, pudimos conocer la parte más íntima de la famosa etóloga. Pero también nos muestran a héroes cotidianos como el doctor Lonnie Thompson, un explorador que llegó a donde ningún científico lo había hecho antes y cuya historia podrá verse en esta edición con Canary de Danny O’Malley y Alex Rivest. Sus historias, las de estas personas excepcionales y admirables, nos llenan como espectadores y espectadoras de un sentimiento positivo de posibilismo, algo que con la ficción no sucede. No se trata de la construcción de un personaje, sino del retrato de un ser humano real, cuyas vivencias y aportaciones nos pueden servir como referencia y fuente de inspiración.
Por último, la diversidad de voces y miradas, el registro histórico y las imágenes de archivo en las que se apoyan muchas producciones de cine de no ficción son herramientas realmente potentes. Son propias del género y su uso genera tanto curiosidad en el espectador como veracidad hacia las realidades contadas.
Gracias a todo esto, el poder transformador del cine se multiplica. Porque sí, de lo que hablamos es de cine: nada más, y nada menos.
Marta García Larriu es directora de Another Way Film Festival
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