Sociedad

Los sin nombre

Nuestro propio nombre parece casi una cuestión banal, una mera curiosidad. Sin embargo, tiene un impacto importante en nuestra existencia.

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
25
septiembre
2024

¿Tenemos todas las Raqueles un rostro parecido? Si me lanzaran en medio de una masa de gente y me pidiesen que identificase a todas las personas que se llaman como yo, lo más probable es que no fuese capaz de hacerlo. Es probable que lo mismo les ocurra a las Carmen, las Alejandra o los Jorge, pero que cualquier otra persona sí consiga identificar desde fuera lo que une a todas esas personas. Que sea capaz de ver la «cara Raquel». Un estudio acaba de señalar que, a medida que se va creciendo, el rostro va cambiando: se nos va poniendo cara de nuestro nombre.

Un nombre y un apellido pueden parecer, a primera vista, algo de lo más banal. Algo que tiene todo el mundo. Por el contrario, están muy lejos de serlo. El cómo nos llamamos –y más allá de si se nos pone o no cara de nuestro nombre– impacta poderosamente en nuestras vidas. Ahí está la tradicional suerte negativa de los Kevin de tantos países europeos –un nombre que se asocia a lo choni y que se ha ido estigmatizando–, que los lleva incluso a tener más problemas a la hora de encontrar según que trabajos.

Incluso, el nombre puede ser una vía de control, de borrado de la identidad propia. En los hogares de clase alta victorianos, no era extraño cambiarles el nombre a las criadas o a otros trabajadores del servicio doméstico. Quizás el que tenían se veía como demasiado poco de doncella o quizás la familia no quería hacer el esfuerzo de simplemente tener que aprender un nuevo nombre cada vez que cambiaban de personal. Se despersonalizaba al otro.

La elección de un nombre no es, igualmente, un acto exento de influencias. El contexto marca de forma importante cómo nos llamamos. De entrada, las modas marcan la onomástica y los nombres responden al contexto social y político en el que se decide cómo llamar a niños y niñas. No es sorprendente ver cómo el pico de niñas francesas llamadas Marie-France se produjo justo después de la II Guerra Mundial.

Y, para continuar, las tendencias son tan viejas como la onomástica. Como apunta un artículo de la revista Paratge, las modas en los nombres propios están lejos de ser algo nuevo: en la Edad Media, los poemas épicos pusieron de moda los nombres de los héroes literarios, y, en la Francia revolucionaria, se llevaba usar como nombres propios los de los meses del nuevo calendario.

Ya no quedan mujeres llamadas Urraca en España; sin embargo, hay 1.510 que se llaman Aria y 257 Daenerys

Las modas también van haciendo que algunos nombres desaparezcan, se conviertan en reliquias del pasado. Le ocurrió a uno de los nombres populares en la Edad Media, Urraca. Ya no quedan en España mujeres que se llamen así. Solo quedan en España 32 Acracia y 29 llamadas Fraternidad, con una edad media de 85 años, según los datos del Instituto Nacional de Estadística, y, sin embargo, ambos eran nombres de moda en los años 30. Ahora, 257 se llaman Daenerys y tienen de media 4 años, la misma edad que las 1.510 que se llaman Aria. Son nombres muy de la década pasada, cuando Juego de Tronos arrasaba como producto cultural y su impacto llegaba a la onomástica.

A lo largo de la historia, los nombres propios y hasta los apellidos han sido también una vía para la movilidad social (un nombre puede ser aspiracional) o para algo tan básico como para sobrevivir al momento que ha tocado vivir. Ahí está la población española judía y musulmana que tuvo que cambiar su nombre y sus apellidos durante los procesos de expulsión y conversión. Los apellidos elegidos se convertían en una suerte de defensa, con la que se aspiraba a integrarse en la sociedad cristiana.

Al fin y al cabo, el apellido ha marcado durante muchos siglos el lugar que se ocupa en el mundo: en los orfanatos, se ponía a los niños y niñas como apellido Expósito, que indicaba su origen y los marcaba para siempre. Incluso, se optaba por otros apellidos, como Tirado, Diosdado o Incógnito, que incidían en esos orígenes desconocidos, haciendo que fuese imposible escapar a lo que había pasado tras el nacimiento.

Ni Bin Ladens ni Mandarinas

Por otra parte, el cómo te llamas depende mucho del gusto familiar –pues la familia es, al final, quien de entrada escoge tu nombre–, pero también de la normativa de Registro Civil del momento en el que naces. La explosión de Jéssica, Vanessa o Jennifer en los 80 en España solo fue posible porque la normativa había cambiado con el cambio de década. Durante la dictadura, solo se aceptaban los nombres del santoral, algo que cambió con la democracia. Al mismo tiempo, desapareció la limitación a usar solo nombres en castellano. Primero, se permitieron los nombres en las otras lenguas del Estado. Después, los de cualquier otro idioma. Vanessa tenía el camino despejado.

Durante la dictadura, solo se aceptaban los nombres del santoral, algo que cambió con la democracia

Ahora mismo, la norma indica que toda persona tiene derecho a tener nombre, como muy tarde a los 8 días de haber nacido (si la familia no lo hace, será el funcionariado del Registro Civil quien lo escoja por ella). Todos los nombres son posibles, con ciertas excepciones. No se pueden escoger nombres negativos o que puedan perjudicar a la persona en su vida futura (por ejemplo, convirtiéndola en objeto de burla). En España, Lucifer, Bin Laden o Caca no son aceptables, como tampoco lo son los nombres completos de los famosos (puedes poner a tu bebé Rocío, pero no Rocío Jurado). Los nombres propios de frutas, países, ciudades o marcas no son válidos. Mandarina o Londres se quedan fuera de las opciones.

Aunque parecen unas normas muy claras, no lo son siempre. Ahí están los padres que hace unos años querían llamar a su hijo Lobo y que se encontraron con el no del Registro Civil de su municipio (aunque ya había otro niño llamado Lobo en España). Ganaron finalmente, pero su historia fue viral.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME