Cultura
«Las imágenes nos eligen a nosotros y no al revés»
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COLABORA2024
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Generamos muchas más imágenes de las que podemos consumir. Y no solo eso, sino que, como dice el ensayista, crítico y comisario de arte Iván de la Nuez (La Habana, 1964), estas nos eligen a nosotros, una coyuntura que él mismo definió hace unos años como «iconocracia». Ahora publica el ensayo ‘Iconofagias’ (Debate, 2024), un especie de diccionario que busca contrarrestar el ruido y la indigestión que genera la avalancha audiovisual a través de la palabra.
¿Qué es la iconocracia?
Es el poder de las imágenes sobre nosotros. Algo que sucede sobre todo a partir de la Edad de la Imagen, cuando ha habido una gran avalancha de estas que han ido sustituyendo a la escritura, por la que nosotros nos explicábamos el mundo. No solo establece un poder cultural, sino también político. Pero este poder también tiene su oposición.
¿Cómo podemos contrarrestarla?
Aquí puede haber una mirada crítica y ahí la iconofagia puede ser una opción. Estamos obligados a la gestión y a la digestión de esa avalancha de imágenes que nos desborda. Por eso pienso que hay que hacer régimen. Y cada cual debe adaptarlo a su manera. En el libro yo intento contrarrestarlo con la palabra. Creo que la escritura sigue siendo un buen antídoto, aunque no me encierro en que en toda esa avalancha de imágenes hay mucha escritura y lectura. La idea es convertir esa avalancha de imágenes en texto.
«Estamos obligados a la gestión y digestión de esa avalancha de imágenes que nos desborda»
Escribes que vivimos en una época de volumen y no de calidad, que a día de hoy todos somos artistas, pero no por democratización, sino por masificación.
El tema de las imágenes no tiene que ver únicamente con ellas. Estamos en un proceso de cuantificación extraordinaria: nos medimos en función de los likes, no solo nosotros, sino también los grandes diarios; te premian por la cantidad de kilómetros que haces en una aerolínea; y un largo etcétera. En ese mundo de la cantidad, la cualidad se resiente porque no hay forma jurídica, ideológica o económica para asumirlo. A día de hoy, las imágenes nos eligen a nosotros y no al revés.
¿No ha traído esta democratización de la imagen puntos positivos también? Ahora podemos ser nosotros los que tenemos el poder de retratarnos.
Sí, claro que ha habido una democratización. En el libro reflexiono sobre cuál sería la imagen de nuestro presente y algunas tremendas podrían ser la caída de las Torres Gemelas, el asalto al Capitolio o la fotografía del niño Aylan muerto en la playa. Pero creo que la imagen de nuestra época somos nosotros haciéndonos un selfie. Hemos llegado a protagonizar la imagen de tal manera que nosotros somos la propia imagen.
Esta democratización también ayuda a las disidencias.
Claro que sí. Un encierro en La Habana o lo que está pasando en Gaza no sería lo mismo si pasara por el filtro de las grandes agencias. Pero el tema es que es muy difícil que algo no esté pensado en tiempo real. Lo que forma parte de una cuantificación tan real que corres el riesgo de que no tenga poso y desaparezca rápido.
«Estamos en un proceso de cuantificación extraordinaria: nos medimos en función de los ‘likes’»
Vivimos ahora en un momento en el que nos repiten que el capitalismo es eterno. Pero la caída del comunismo nos mostró que nada es eterno.
Cuando el comunismo cayó y según Fukuyama llegó el fin de la historia, el mundo se iba a volver aburrido y unipolar. Pero eso no siempre fue así. Vivimos en un mundo multipolar. No creo que el capitalismo sea eterno, pero sí que va a ser largo. Lo que sí se ha demostrado es que la dupla capitalismo-democracia ya no hace falta, sino que ha triunfado lo peor de ambas. Me refiero al modelo chino y sus variantes. Eso implica que el capitalismo no necesita de la democracia. Esto se está pasando a Occidente también: hay un verdadero hartazgo de esa democracia liberal por parte de fuerzas cada vez más crecientes y eso no implica un problema para el capitalismo. No sé si será mejor o peor, pero no lo implica. Estamos en una situación de desplome, lo que no sabemos es con qué modelo.
¿Qué papel tiene la guerra cultural con este marco?
En España, yo creo que hay una falsa guerra cultural. La izquierda parece estar empeñada en autodestruirse teniendo un encontronazo entre identitarios y clasistas. Algo que es falso porque la explotación de clase implica también autoritarismo sobre las identidades y la emancipación de las identidades no puede darse sin la clase. El otro tema de la guerra cultural que me parece falaz es el del nuevo macartismo. Cuando existía el comunismo, era lógico que hubiera una cacería de brujas buscando el enemigo comunista porque era la alternativa a los estados capitalistas. Algo que no comparto. Pero el macartismo de ahora habla de un comunismo que no puede ser Estado ni lo va a ser. Por más izquierda que haya. Nos hemos empantanado en un mundo en el que para la derecha todo lo que pasa por su izquierda es comunismo y para la izquierda, lo que pasa por su derecha fascismo, y no tiene sentido. Es una simplificación del discurso que no me gusta. No está bien pensado equipararlo con la Guerra Fría porque la Rusia de Putin no es la URSS. Simplemente estamos explicando nuestro presente con las herramientas del pasado.
«En España hay una falsa guerra cultural»
Para que se dé esta situación, ¿cuánto tiene que ver la nepocracia?
Bastante. Basta ver las estadísticas de cómo prosperan las familias pudientes y cómo no lo hacen las trabajadoras. El ascensor social se ha parado. En todos lados, desde Cuba a Estados Unidos, hay grandes dinastías que crean un nepotismo que uberiza todo lo que se discute sobre la meritocracia. Algo que se debe a que no hay mezcla entre clases. Y cada día la habrá menos. La sociedad ha perdido la clase intermedia, que es donde se podía dar esa mezcla, y donde el arte y la cultura podían servir a las profesiones para ir arriba. La gente no va a ir a más, sino a menos. El libro es hijo de la idea de que la historia no ha sido sucesiva, sino un añadido de capas. Por eso no es que regrese el fascismo o que retorna el comunismo, sino que todo eso ha permanecido. Lo que ha cambiado es la proporción del poder para dominar esas capas. Y en ese subsuelo es donde se está dando la gran guerra ahora. En esas capas lo que sí ha faltado es cómo desde ahí se saca algo para un modelo diferente. Parece que todo es permisible y que estamos en el mismo punto de salida, pero no es así.
¿Qué futuro se nos plantea?
El futuro tiene que regresar. Sin una idea de futuro, no hay posibilidad de crear un modelo de sociedad. Seas de la ideología que seas. Si quieres que el mundo vaya hacia delante, tienes que plantearte ese porvenir. Es lo más importante. Cómo se va a conseguir ya no lo sé. Pero lo que no hay que hacer es aferrarlo a estos modelos que se han venido abajo y que solo sirven de consuelo. Oscar Wilde decía que a la gente le servía el pasado no porque sea mejor, sino porque no puede cambiarlo. El futuro es donde estamos, así que plantearse cambiarlo pasa por cambiar el presente.
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