Un cierto lavado de cara

Artículo

Pablo Blázquez

«¡Mein Führer, puedo caminar!» —Dr. Strangelove

La Eurocopa que se llevó a casa España nos brindó, qué os voy a contar, momentos de mucho voltaje emocional y de gran épica futbolística: los que protagonizaron los jugadores en el campo, con ese abrazo entre Carvajal y Yamal como imagen icónica de la unión de este equipazo, que sin quererlo se convirtió, fugazmente, en una suerte de antídoto contra la polarización que promueven nuestros partidos políticos y algunos de sus medios afines. Pero también nos ofreció momentos ridículos y abyectos, protagonizados por los voceros y por los hooligans de los partidos más ultras, que se empeñaron en que esa unidad futbolera se evaporara como un espejismo. Vimos, así, que los lepenistas ibéricos y los del partido aguafiestas se escandalizaban porque en la selección española jueguen españoles cuya pigmentación no coincide con la que correspondería según su visión majadera y racista de las cosas. Y supimos también que las tropas de asalto de Bildu, adalides de ese supremacismo indepe que orbita en torno a la pureza del RH negativo, lanzaron amenazas contra Oyarzabal por atreverse a vestir de rojo. Como al Doctor Strangelove en la descacharrante peli de Stanley Kubrick –que súbitamente y sin querer, como en un gesto puramente físico, levanta el brazo para hacer el saludo al Führer cuando se encuentra ya, tras la guerra, al servicio de la inteligencia de Estados Unidos–, al entorno de ETA le cuesta horrores superar los tics y los actos reflejos fruto de años y años de kale borroka. Cómo no les va a costar. Si sus gudaris aún van de homenaje en homenaje.

A los ultras que vienen por la izquierda les veo a menudo como lobos con piel de cordero

Me pasa una cosa con los ultras de uno y otro pelaje. Mientras que a los que vienen por la derecha, que sin duda son temibles, me parece que no se les puede acusar de querer engañarnos con su ideario, dado que trafican directamente con las pasiones más bajas, como el rechazo al inmigrante o la negación de la violencia de género, a los ultras que vienen por la izquierda los veo a menudo como lobos con piel de cordero. Vayamos al caso de Bildu. Se visten ahora a diario con los ropajes de moda del ecologismo y del feminismo –movimientos, por cierto, que registran en las democracias liberales de las que tanto abominan sus más decisivos avances–, pero su líder de facto es Arnaldo Otegui, un condenado por terrorismo, y en sus listas electorales nos tienen acostumbrados a presentar a otros condenados por delitos muy graves.

Mientras sus discursos woke actúan como percarbonato de sodio, lo mejor para el blanqueamiento, ellos siguen instalados en la tentación totalitaria: supremacismo étnico, persecución al disidente y discriminación lingüística, voladura del Estado de derecho. Sin embargo, la cosa les funciona y cada vez están más cerca de asaltar los cielos. «¡Mein Führer, puedo caminar!», grita el Doctor Strangelove al final de la película, levantándose de la silla de ruedas mientras las bombas nucleares empiezan a destruir el mundo.