Es Stalin, que te pongas
A ocho de cada diez jóvenes les produce estrés tener que comunicarse por voz y en directo si no es con el amigo o amiga del alma. A Stalin, no. A Iósif Vissariónovich le privaba elegir, marcar y escuchar al otro lado de la línea una voz por lo general temblorosa y siempre sumisa.
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Las diferencias entre cualquier centennial (jóvenes nacidos a partir del 2000) y Stalin darían para llenar varios libros, pero vamos a destacar aquí solo una de ellas: mientras que al chaval o chavala nacido en este siglo le cuesta horrores llamar y hablar por teléfono, a Iósif Vissariónovich parece que le privaba elegir, marcar y escuchar al otro lado de la línea una voz por lo general temblorosa, lógicamente temerosa, siempre sumisa.
A ocho de cada diez jóvenes les produce estrés tener que comunicarse por voz y en directo si no es con el amigo o amiga del alma. A Stalin, no. A Stalin algo parecido al estrés le llega si marca un número –bueno, le marcan– y el destinatario tarda en ponerse o en contestar o en zanjar un asunto que el tirano considera de resolución urgente. A los adolescentes de hoy hablar por teléfono les parece invasivo. Para Stalin, invadir era la forma de conducirse por la vida; con teléfono o sin él, dentro y fuera del país.
Ahora bien, Stalin no llamaba a cualquiera. Le gustaba llamar pero para asustar a los elegidos, para dejar constancia de su poder omnímodo. Hablaremos aquí de dos llamadas que no han caído en el olvido sino todo lo contrario, dos llamadas del villano del mostacho a sendos gigantes del arte del siglo XX que vuelven a estar de actualidad editorial: al poeta, novelista y Premio Nobel de Literatura Borís Pasternak y al músico Dmitri Shostakóvich, nacidos ambos en esa Rusia imperial de los zares que tenía los días contados.
A los adolescentes de hoy hablar por teléfono les parece invasivo. Para Stalin, invadir era la forma de conducirse por la vida
La conversación telefónica con el autor de Doctor Zhivago protagoniza Tres minutos (Alianza), el último libro publicado en España por Ismail Kadaré cuyo título hace referencia al tiempo que duró la charla. La llamada al compositor está en varias obras, siendo la más reciente Shostakóvich contra Stalin (Galaxia Gutenberg) de Xavier Güell, biografía novelada en primera persona del creador de la Sinfonía Leningrado, con un capítulo titulado «La llamada de Stalin».
Entre ambos telefonazos hay quince años y una guerra mundial. Al poeta el susto le sobrevino en el verano de 1934, mientras que a Shostakovich el sobresalto le pilló en su casa en 1949, es decir, justo cuatro años antes de que el dictador dejara de respirar por culpa de un ictus y empezara a lucir palmito (embalsamado) a la vera de Lenin en el mausoleo de la Plaza Roja moscovita.
Kadaré recrea trece versiones de la conversación entre Pasternak y Stalin, la mayoría de las cuales no deja en buen lugar al poeta. ¿Qué tienen en común tantas versiones? Que suena el teléfono en el apartamento del escritor, que una voz (que no es la de Stalin) le anuncia que el jefe supremo del país va a ponerse al aparato, que se pone y le pregunta por un tercero, y que ese tercero está detenido y es otro poeta, Ósip Mandelstam, autor de unos versos en los que se refiere a Stalin como al «montañés del Kremlin».
El drama del asunto es que cuando Pasternak es interrogado en concreto sobre Mandelstam desaprovecha la oportunidad para defender abiertamente a su colega y se limita a responder que son poetas de estilos muy distintos. Una de esas situaciones que se presta al qué habrías hecho tú en su lugar. ¿Habríamos contestado para ayudar a un colega a sabiendas de que era muy probable que tuviera consecuencias graves? ¿Habríamos sabido estar a la altura, a riesgo de acabar en Siberia? «Con amigos como tú, quién necesita enemigos». No lo expresa así pero eso parece querer decirle Stalin a su interlocutor al comprobar el escaso respaldo que este manifiesta hacia Mandelstam, que acabó muriendo en un campo de internamiento cuatro años después. En una década se cumplirá un siglo de la llamada y todo apunta a que no habrá esclarecimiento definitivo. Al menos, donde no llega la documentación llega la literatura, la buena literatura de Kadaré.
La llamada a Shostakóvich se produjo cuando el pueblo ruso había soportado una cadena irrespirable de emociones desde la Gran Guerra del 14: revolución, guerra civil, hambre, colectivización forzosa, terror y otra guerra mundial. El músico se encontraba entonces recuperándose de una etapa complicada en la que barajó seriamente el suicidio. Se reponía felizmente empezando a concebir lo que sería su ciclo de canciones basadas en la poesía popular judía y su serie de 24 preludios y fugas para piano solo.
–«Nina se levantó y descolgó el auricular. Después de unos segundos oí que decía:
–Espere, por favor.
Volvió al salón, lívida.
–¿Qué pasa? ¿Quién es? –pregunté.
–Te llaman del Kremlin. Stalin quiere hablar contigo.
–¿Stalin?»
Así evoca el Shostakóvich imaginado por Güell los segundos posteriores a que sonara el teléfono. Acto seguido va esgrimiendo ante el Camarada Secretario General sus argumentos para no viajar a Nueva York como representante de la Unión Soviética al Congreso Cultural y Científico por la Paz Mundial. No le sirve ni sentirse mal de salud ni tener miedo a volar ni la incomodidad de aterrizar en un país que programa su música mientras que en el suyo está prohibida. Para todo tiene eficaz respuesta Stalin. Al día siguiente, carta al Kremlin agradeciendo la llamada y su disposición absoluta al viaje. Sufrimos con Shostakóvich este diálogo gracias al talento de Guëll para captar en las trescientas páginas previas el alma atormentada del genio que en el libro rememora los episodios más significativos de su vida a pocos meses de perderla: «Me denunciaron muchas veces por traicionar a la Unión Soviética y me criticaron otras por someterme a sus dictados. Que lo sigan haciendo. ¿Quién puede saber lo que se oculta en mi alma? Quizá ni yo mismo».
La muchachada actual no coge el teléfono. Responden luego por WhatsApp. Suerte la suya. ¡Lo que habrían dado las víctimas telefónicas de Stalin por haber podido contestar por escrito!
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