Cuanto más tolerantes, más votamos a los intolerantes

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Víctor Lapuente

@VictorLapuente

Eres una de las líderes de los verdes alemanes a principios de los 80. En un Bundestag dominado por varones mayores, atildados, serios y afeitados, tú luces el pelo corto. Tu compañero, melenas y barba. Vuestras sonrisas y coloridos jerseys de lana brillan entre los trajes grises. Sois dos bichos raros. A nadie, excepto al puñado de votantes que os apoyan en las grandes ciudades, parece importarle el medio ambiente.

¿Cuál sería tu mejor sueño? Pues, seguramente, que la población europea se concienciara de forma masiva del daño que la humanidad le está haciendo al planeta. Por ejemplo, que tres de cada cuatro europeos creyeran que el medio ambiente afecta a sus vidas y dos de cada tres, que sus gobiernos no hacen lo suficiente. Es decir, exactamente lo que ha sucedido durante estos años.

Ahora, eres un joven Jean-Marie Le Pen. Vestido militar, espalda tiesa y furia hierática en los ojos. Tu carrera política es poco prometedora. Conseguiste un 0,74% en las presidenciales francesas de 1974 y en 1981 no puedes ni presentarte a los comicios porque no has reunido las firmas necesarias.

¿Cuál sería tu peor pesadilla? Pues, probablemente, que las ciudadanías europeas, intolerantes y crueles contra los extranjeros y las minorías sexuales (que sufren palizas en las calles y chistes en las televisiones), se convirtieran en tolerantes. Por ejemplo, que dos de cada tres europeos consideraran que las personas gays, lesbianas, bisexuales y trans tuvieran los mismos derechos que las heterosexuales; y que la inmensa mayoría de ciudadanos no vieran problema en que su vecino fuera de otra raza. O sea, precisamente lo que ha pasado en este tiempo. Una auténtica mutación (para bien) de los valores sociales.

Las opiniones políticas no son tendencias sociales, que todos corremos a adoptar, sino modas

¿Cómo puede ser pues que, tras convertirnos en la sociedad que deseaban los verdes y odiaban los ultraderechistas, estos estén en auge y aquellos en decadencia? La extrema derecha es la primera fuerza política en Francia, Italia, Austria, Hungría y Bélgica, y la segunda en otros tantos Estados miembro. Los Verdes, por el contrario, han ido perdiendo fuelle en los países donde eran fuertes, como Alemania o los nórdicos, y no han acabado de arraigar en el resto del continente.

¿Por qué si tus ideas se hacen mayoritarias tu partido se vuelve minoritario? Hay un elemento lógico: el argumentario verde ha sido adoptado, hasta cierto punto, por otros partidos políticos. Los Verdes, a diferencia de lo que ocurría en el siglo XX, ya no son los únicos con una agenda verde, aunque tengan la más ambiciosa. El verde ha teñido los programas de otros partidos de izquierdas, pero también de formaciones de centro (los modernos liberales o los herederos de los partidos agrarios) o incluso conservadores (pensemos en las iniciativas de Von der Leyen en este sentido).

Pero también hay un elemento irracional derivado de que la política es una seña de identidad. Las opiniones políticas no son tendencias sociales, que todos corremos a adoptar, sino modas, que sirven para indicar nuestro estatus de pertenencia a un grupo (que a nuestro juicio es) privilegiado. Es lo que les ocurre a muchos jóvenes, sobre todo varones, que son tanto los principales votantes de la extrema derecha como los más proclives a caer víctimas de las modas. Unirse a una ideología despreciada por sus padres y madres es un acto de rebeldía y una forma de autodefinición.

La derecha radical ha conseguido ese estatus. Como dice un joven líder de Alternativa por Alemania, se ven como los chicos que escuchaban a Elvis Presley no a pesar de, sino porque sus padres lo despreciaban. La cuestión del millón es por qué lo han conseguido los ultras de derechas y no los raperos alternativos.