Sociedad

¿Cómo funcionan las cocinas demoscópicas?

No importa a quién diga uno que va a votar. Estas compañías, aún así, interpretarán su idea con una multitud de variables. Bienvenido al mundo de las encuestas.

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12
abril
2023

Imagine una olla donde va a hacer un guiso. Introduce todos los ingredientes a la vez, pone el fuego y se olvida. Pero el resultado final no era el esperado: algo ha fallado. ¿Tendría usted que haber cocinado algunos alimentos primero para luego mezclarlos en la olla? Algo parecido es lo que pasa con las encuestas demoscópicas, aquellas que toman el pulso de una población en intención de voto: preguntar a los encuestados a quién votarán en las próximas elecciones y publicar los resultados «en bruto» no muestra realmente la fotografía del país.

Las encuestas de intención de voto necesitan «una cocina de datos», es decir, «transformar las respuestas que las empresas obtienen al hacer las encuestas en una estimación de voto», según se explica en el libro Matemáticas electorales: Claves para interpretar sondeos y elecciones. En ese proceso «subjetivo», subrayan los autores Antonio Moreno Verdejo y Adela María Villegas Escobar, deben, por ejemplo, «asignar a los indecisos un voto basándose en algunas variables». Por ejemplo, «lo que recuerdan que votaron en elecciones anteriores, el resultado real de las mismas o la fidelidad tradicional del votante de cada partido». Estos indecisos, cuyo porcentaje ha ido aumentando a lo largo de los años y complican las estimaciones de voto, necesitan una cocina de datos, que los expertos interpreten sus respuestas y variables. 

Cómo se combinan esas variables, y en qué proporción, es lo que utiliza cada empresa demoscópica y el propio Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) para sacar una fotografía lo más ajustada posible al momento en el que se hace la encuesta. Cocinar supone «corregir, calibrar, aplicar hipótesis, métodos, técnicas y modelos de ajuste» para «estimar o pronosticar el comportamiento más probable», define Francisco Camas García, director de investigación de Opinión Pública en Ipsos Spain en el libro La cocina electoral en España.

Cocinar supone corregir, calibrar, aplicar hipótesis, métodos, técnicas y modelos de ajuste para pronosticar el comportamiento más probable

En esta combinación también entra otra variable: la gente siempre miente. Las empresas demoscópicas asumen que los encuestados no dicen la verdad cuando responden que no irán a votar, que votarán en blanco o que votarán a un partido pero luego meterán la papeleta de otro. Esto se corrige con otras preguntas de control que ayudan a ajustar la respuesta. Y para rizar el rizo, la estimación o pronóstico se complica cuando entran variables como el surgimiento de nuevos partidos que no se presentaron a las elecciones anteriores.

«Tú no puedes hacer una especie de encuesta que sea, en sí misma, el espejo del electorado», recordaba Luis Enrique Alonso, catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid. Hacía estas declaraciones en una entrevista para las profesoras María Lourdes Vinuesa y Elena Fernández, que hablaron con los expertos del mundo de la demoscopia en 2013 para su artículo Sondeos electorales y medios de comunicación. «Existe una cocina y esa cocina no es ni más ni menos que una interpretación de los investigadores que están detrás, cada uno tiene una fórmula», justificaba José Pablo Ferrándiz director de Proyectos de Metroscopia y hoy director de Opinión Pública y Estudios Políticos en Ipsos Spain, en 2013.

El problema es que, como se suele decirse popularmente, «cada maestrillo tiene su librillo». Es decir, partiendo de los mismos datos brutos, cada empresa arrojaría unos resultados diferentes. «La subjetividad de cada analista a la hora de elegir qué ingredientes va a utilizar –y en qué cantidad– para llevar a cabo su estimación de voto condiciona, sin duda, el resultado final», explica José Pablo Ferrándiz en La cocina electoral en España. Y no todas las recetas valen para todas las elecciones: la situación económica o social de cada momento pueden obligar a modificar la forma de mezclar los ingredientes. 

«Como es una cuestión técnica, a la gente le cuesta un poco entender por qué se hace eso y qué justificación tiene. Como consecuencia, tienden a sospechar de las encuestas, pero me temo que es inevitable», apuntaba Ignacio Sánchez Cuenca, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, junto a Vinuesa y Fernandez. 

CIS: polémica en las cocinas demoscópicas

La cocina de las encuestas está más presente que nunca tras la llegada de José Félix Tezanos al CIS. Acusado de cocinar los datos para inclinar la balanza en favor del PSOE, o de sobrestimar el voto a la izquierda más que el resto de encuestas, Tezanos ha protagonizado varios titulares en prensa a lo largo de sus años en el cargo. 

El presidente del CIS, de hecho, compareció en el Congreso de los Diputados en 2020 para dar cuenta de su labor después de las críticas de varios partidos. Allí habló de la famosa cocina y de cómo la institución había cambiado su forma de interpretar los datos porque, según defendía, el modelo anterior estaba obsoleto. Desde entonces, en el CIS trabajan con un modelo en el que se utilizan 108 variables para intentar ajustar los datos. Entre ellas, se encuentra la trayectoria del voto del encuestado en varias elecciones, la probabilidad de ir a votar, variables de opinión sobre los líderes políticos o en qué espacio ideológico-político se sitúa cada uno. 

Aunque, según defendió con sorna, siempre hay una incertidumbre considerable: «No confíen ustedes en las encuestas; estas son modelos de medición muy relativos», dijo entonces en sede parlamentaria. Y añadió: «El fetichismo sobre las encuestas puede llevar a errores notables de predicción, cálculo y muchas más cosas. Adivinar lo que va a votar gente que no sabe todavía lo que va a votar es una labor de adivinos, no de sociólogos científicos». 

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