Pensamiento

Maestros y discípulos: una compleja relación

En ocasiones equilibrada, en otras tortuosa, la relación entre maestro y discípulo ha permitido el progreso del conocimiento y la difusión de ideas que, de contrario, se habrían perdido en los vaivenes de la Historia.

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27
junio
2024

En la tradición sufí persiste una anécdota entre dos sabios, maestro y discípula, que marcaron los primeros compases del islam. El erudito Hasan al-Basri debía iniciar uno de sus sermones. El público, abundante, se había congregado a su alrededor, como en cada ocasión. Pero aquel día el sabio les dispersó. Entre quejas y murmullos, los oyentes quisieron saber el motivo del desdén del erudito. «El bálsamo que está pensado para ser transportado a lomos del elefante no puede confiarse a las hormigas», afirmó. En realidad, Al-Basri no quería iniciar su discurso sin la presencia de su discípula, Rabi’a al-Adawiyya, quien no se encontraba presente entre la multitud.

El vínculo que sostuvo a Al-Adawiyya y Al-Basri representa uno de los más hermosos entre maestros y discípulos que conocemos. Rabi’a –«cuarta», en tanto a que era la cuarta entre sus hermanos– nació en una familia muy humilde y devota de Basora, en Irak, en el siglo VIII. Una hambruna extinguió el hálito de sus padres. En esa situación, cada hermano siguió su camino. Rabi’a fue vendida como esclava y luego fue liberada por su amo después de una revelación en un sueño. Siempre en busca de conocimiento y de elevación espiritual, Al-Adawiyya comenzó a recibir la instrucción sufí de Hasan al-Basri, quien admiró la inteligencia y perfecta devoción de su discípula, rigurosamente entregada al ascetismo y a Dios. Pronto igualó a su maestro, convirtiéndose en una erudita cuyos sermones eran admirados y discutidos ampliamente. Según Farid al-Din al-‘Attar, en su obra Memorial de los santos (s. XIII), Hasan llegó a pedir en matrimonio a la filósofa, pero ella, quien predicaba con el ejemplo el amor divino como amor universal hacia todo lo existente, le respondió: «Aquí la existencia ha cesado, puesto que yo he dejado de existir y mi ser se ha desvanecido (…) estoy bajo su sombra [la de Alá]. Hazle a él la petición de matrimonio, no a mí». Murió a los 80 años rodeada de seguidores que recogieron sus enseñanzas y las transmitieron, con celo, para la posteridad.

Casos como este ilustran la cara amable de la tradicional relación entre maestros y discípulos. El arte, la filosofía y la ciencia serían hoy disciplinas muy distintas de no haberse nutrido de este particular reconocimiento en la admiración y el respeto mutuos. En unas ocasiones, el vínculo fue gentil, como el conocido caso de Albert Camus con su profesor Louis Germain, en la emocionante carta que le escribió después de recibir el Premio Nobel. Pero en otras situaciones, el apoyo inicial se transformó en indiferencia, cuando no en rivalidad. Un buen ejemplo es la relación entre Jacques Lacan y Sigmund Freud. El parisino le remitió al padre del psicoanálisis su tesis doctoral en 1932, donde Freud le envió un simple acuse de recibo. El trabajo del vienés tuvo una influencia trascendental en la investigación de Lacan y, a pesar de la indiferencia de Freud, siguió reivindicando su trabajo, como sucedió a partir de 1953 en sus seminarios universitarios.

En la tradición occidental, al menos, la relación entre maestros y discípulos (también en femenino) estuvo influenciada por las enseñanzas socráticas. Se ha especulado mucho con la existencia de Diotima de Mantinea, nombrada en el Banquete de Platón, maestra en el Eros para Sócrates, aunque la mujer duda de la capacidad del filósofo para reconocer la verdadera belleza, donde le reta sobre si «llegará a verla».

Algunas de estas relaciones se basaron en la admiración y el respeto, pero otras acabaron en rivalidad

Platón fue discípulo de Heráclito de Éfeso primero, aunque después lo fue fervientemente de Sócrates. Aristóteles lo fue a su vez del fundador de la Academia, y si bien la relación personal entre ambos fue de profundo respeto y de amistad, el estagirita separó su pensamiento del de su maestro. Famosa es la cita que se le atribuye: «Soy amigo de Platón, pero más amigo soy de la verdad».

Los filósofos Hannah Arendt y Martin Heidegger tuvieron un vínculo peculiar. Cuando la alemana era una estudiante, mantuvieron un romance que terminó en una dulce separación. No obstante, Arendt siempre defendió la honestidad intelectual de su maestro frente a las acusaciones de haber sido un miembro activo del nacionalsocialismo alemán. Los dos filósofos mantuvieron una férrea amistad en la lontananza de sus distintos senderos biográficos.

La admiración y un pulcro respeto se fraguó entre María Zambrano y José Ortega y Gasset. La pensadora de Vélez-Málaga defendió la notable influencia de Ortega, a pesar de que las ideas de ambos filósofos divergían notablemente entre sí. Sin embargo, este lazo surgió a partir de la lectura de las Meditaciones del Quijote de Ortega, cuando Zambrano era todavía una niña y tomó el libro de la biblioteca de su padre. Así lo reconoció la erudita en el artículo-homenaje Ortega y Gasset, filósofo español que publicó en honor de su maestro poco antes de que este falleciera en 1949.

El gran Leonardo Da Vinci entró como joven aprendiz en los talleres del artista Andrea del Verrochio en el siglo XV después de que el pintor florentino quedase admirado por unos dibujos de Da Vinci. El estilo de Leonardo se vio enriquecido por el eclecticismo y el refinamiento de Verrochio y sus discípulos, quienes constituían uno de los talleres más exquisitos de la Europa de la época. Verrochio enseñó a Da Vinci distintas disciplinas, como dibujo, pintura, escultura, matemáticas e ingeniería, entre otras, destacando pronto sobre su maestro. En 1478, Da Vinci se independizó cuando acogió el encargo de elevar el Baptisterio de San Juan de Florencia.

Por último, la influencia de Ludwig Boltzmann fue determinante en la investigación de la física Lise Meitner, quien compartió estudios con la hija de su maestro, ambas pioneras estudiantes universitarias en la Viena del siglo XX. Meitner, junto con Otto Hahn y Otto Robert Frish, descubrió la fisión nuclear, clave para el desarrollo de la física nuclear.

 

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