Energía
Hacia una ética de la energía
La ética de la energía aparece relacionada con las limitaciones asociadas a su disponibilidad, las desigualdades en su distribución y el impacto sobre los recursos naturales.
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Intentar definir una ética de la energía es un ejercicio filosóficamente complejo por una razón sencilla: pensamos que es ilimitada. Aunque la física establece que «la energía ni se crea, ni se destruye, simplemente se transforma», no tenemos la percepción de que así sea porque carecemos de la consciencia de su finitud y, además, en la industria de la electricidad, los focos iluminan preferentemente el proceso de generación, en aparente negación del principio de preexistencia de la energía.
El gran ultrafondista de montaña Kilian Jornet recordaba recientemente en una entrevista que él, cuando corre, transforma la energía en movimiento, una fuerza de la naturaleza que sí tiene un fin: «La energía está limitada, hay equis energía en el universo y lo que pasa es que se transforma. Solo eso, la energía, se puede transformar en muchas cosas, la podemos transformar en energía mecánica, calórica… Es decir, la energía lo es todo, la energía es la vida, y no la podemos crear, pero podemos transformarla, y lo bonito es eso: en qué la transformamos. Eso es lo interesante».
En contraste con la idea de infinitud de la energía, los recursos naturales de carácter físico que se utilizan para su generación sí se perciben como finitos. Además, los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) son actores principales del cambio climático debido a los gases de efecto invernadero que produce su utilización directa o en el proceso de generación de electricidad.
Kilian es tan consciente de la necesidad de preservar los recursos naturales y, en especial, usar eficientemente la energía, que él mismo se ha convertido en un ejemplo de activismo. La fundación que lleva su nombre parte de su visión de la sostenibilidad: «Una sociedad donde los humanos vivan con un uso sustentable de los recursos naturales para asegurar la calidad de vida de todas las especies, incluida la nuestra, conduce a una sociedad más equitativa».
La introducción del concepto de equidad contribuye a llevar el debate sobre la energía desde postulados técnicos hacia el territorio de la ética
Justamente la introducción del concepto de equidad contribuye a llevar el debate sobre la energía desde postulados técnicos hacia el territorio de la ética. En uno de los pocos trabajos académicos que ha abordado la ética de la energía, Pedro Linares, profesor de la Universidad Pontificia de Comillas, afirma: «Efectivamente, hasta ahora, la percepción de inexistencia de límite en los recursos, y en el desarrollo, permitía soslayar la cuestión distributiva: cuando todos pueden crecer, la cuestión es cómo conseguir un mayor crecimiento, y para ello la respuesta está en lograr la mayor eficiencia en la asignación de los recursos. Sin embargo, si se perciben límites en el crecimiento, surge con más fuerza la cuestión de la equidad, el reparto de los recursos limitados».
En este mismo trabajo argumenta que «en principio, la única decisión que aparece más clara en un análisis preliminar es la necesidad de utilizar la menor cantidad posible de energía para proveer los distintos servicios energéticos, es decir, ser lo más eficiente posible en la producción y el uso de la energía».
La ética de la energía aparece, pues, relacionada con las limitaciones asociadas a su disponibilidad, las desigualdades en su distribución y el impacto sobre los recursos naturales. Esta visión ética de la energía cogió fuerza a partir de la Declaración de Madrid, realizada durante el XV Congreso del Consejo Mundial de la Energía, celebrado en septiembre de 1992. La declaración contiene tres proposiciones básicas para el desarrollo energético:
- La primera prioridad a abordar es el alivio de la pobreza en el mundo en vías de desarrollo mediante la posibilidad de acceso de estos países a la utilización de forma masiva de los recursos energéticos existentes.
- El desarrollo económico, acompañado de un mayor uso de los recursos energéticos, no es incompatible con la protección del medio ambiente en un modelo de desarrollo viable (sostenible).
- Hacer frente al reto de la distribución desigual de los recursos energéticos mediante programas de cooperación y solidaridad.
Como la ética es la disciplina de la filosofía que estudia el comportamiento humano y su relación con las nociones del bien y del mal, los preceptos morales, el deber, la felicidad y el bienestar común, las tres dimensiones citadas confluyen en el uso que cada persona hace de la energía que está a su disposición.
En un artículo publicado en 2014 en el blog del IESE, Domènec Melé, profesor emérito del departamento de Ética Empresarial y titular de la Cátedra de Ética Empresarial de esta prestigiosa escuela de negocios, afirmaba: «Desde el punto de vista ético es plausible aprovechar mejor los recursos disponibles, no contaminar y sacar partido de las energías renovables. Vivir con sentido de administrador (stewardship) y no como dominador despótico del medio natural es una exigencia ética, con su dimensión trascendente al descubrir que los medios que tenemos son un don y no somos dueños absolutos de ellos».
Para usar la energía con una perspectiva ética, cada persona debe comportarse como la administradora de un bien finito y muy valioso para el progreso
Para usar la energía con una perspectiva ética, cada persona debe comportarse como la administradora de un bien finito y muy valioso para el progreso. Tanto en el ámbito doméstico como en el empresarial este principio nos conduce a la eficiencia energética, entendida como la búsqueda del mayor rendimiento con el menor consumo posible. La eficiencia energética se mide mediante el concepto de intensidad energética, que, aplicado a un país, es el cociente entre el consumo energético de una economía y su Producto Interior Bruto (PIB). Es decir, muestra la cantidad de energía necesaria para producir una unidad de PIB en la economía.
En suma, éticamente necesitamos una conciencia más intensa acerca de la energía que está a nuestra disposición y usarla responsablemente pensando en los demás, en esos otros 675 millones de personas que viven sin electricidad, según el informe publicado en junio del año pasado por el Banco Mundial, la Organización Mundial de la Salud y varias agencias de Naciones Unidas. Y pensando también en nosotros mismos, en nuestra fragilidad como actores de un ecosistema cuya sostenibilidad está amenazada.
Elena González Sánchez es consejera delegada de DELCAE.
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