¿Gaudeamus?
La educación no consiste en aprobar una serie de exámenes, acumular títulos y alcanzar cierto éxito académico y profesional, sino en transformarnos de tal manera que seamos capaces de responder a las exigencias de verdad, justicia y servicio al bien común con la propia vida.
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2024
Artículo
Llega el final del curso escolar. Un hecho q ue se vive con cierta dosis de gravedad en los últimos cursos, especialmente para quienes aspiran a graduarse, dando paso, por fin, a una nueva etapa. Alumnos de segundo de bachillerato, estudiantes de grados formativos superiores, familias y profesores afrontan esta etapa con especial tensión y nerviosismo. Llega la hora de hacer frente a una prueba para la que, de manera más o menos consciente, llevan todo un año preparándose. El término EvAU (acrónimo para «Evaluación de acceso a la universidad») suele convertirse, durante ese año, en causa de desvelo para la mayoría de los alumnos. También se convierte en el objetivo fundamental de toda la comunidad educativa desde el comienzo de curso, marcando el ritmo de una carrera contrarreloj, orientando el método de trabajo y estableciendo las prioridades para ese curso. Un tema tabú para algunos; para otros, en cambio, será una conversación recurrente. Motivo de inquietud para muchos o de esfuerzo extra para otros tantos. Sea como fuere, se trata, sin duda, de un acontecimiento de especial relevancia para la todos los implicados.
Pero a menudo, el objeto de la enseñanza y el aprendizaje durante este tiempo parece desdibujarse, sometido como está a multitud de exigencias y presiones a veces autoimpuestas, otras aceptadas por imperativo legal. Un listado infinito que engloba cuestiones tan dispares como las distintas vías de acceso a la universidad, notas medias, notas de corte, modalidades de examen en las distintas comunidades, convocatorias extraordinarias, carreras con mayor índice de empleabilidad, ranking de las mejores universidades, estadísticas de aprobados por regiones, listados de colegios con puntuaciones más altas… También es una ocasión para que distintos medios cubran la noticia y rescaten clásicos debates que año tras año vuelven a resurgir y siguen sin resolverse: ¿es posible unificar este trámite y establecer un único examen y una convocatoria común para todas las comunidades autónomas? ¿Es posible una selectividad única en España?
¿El paso de estos alumnos por nuestras escuelas los ha preparado para la vida? ¿Qué se llevan de su paso por el colegio?
Pero, al margen de todas estas consideraciones, todas muy justas y necesarias, este trance nos brinda la oportunidad para que, en medio de esa vorágine de preguntas, ego y meritocracia, hagamos un «examen de conciencia» y nos paremos a reflexionar sobre cuestiones más importantes, como: ¿el paso de estos alumnos por nuestras escuelas los ha preparado para la vida? ¿Qué se llevan de su paso por el colegio? ¿Qué les mueve a querer acceder a la universidad? ¿Para qué?
El término griego «paideia» entiende la educación como un proceso de formación que trata de sacar lo que el alumno lleva potencialmente dentro para que pueda llegar a ser aquello que está llamado a ser. En base a esto, cabe preguntarnos si hemos sido capaces de acompañarles en este camino, que va más allá de contenidos curriculares y competencias LOMLOE, y nos invita a plantearnos cuestiones más importantes, como pensar si hemos sabido señalar correctamente el horizonte vital de cada alumno. Esa misión que es ayudarles a descubrir el sentido de la propia vida, que es don y tarea, una provocación a descubrir sus talentos y ponerlos al servicio del bien común. Llegados a este punto, cabe preguntarse: ¿hemos cumplido, por tanto, con nuestra primera y esencial, tarea educativa?
El Gaudeaumus Igitur, himno universitario por excelencia, es un canto sobre la brevedad de la vida, pero bien entendido, porque la fugacidad de nuestra existencia en la Tierra nos abre a la pregunta por la trascendencia, al tiempo que nos insta a dar las gracias por todos los bienes recibidos (en su letra, encontramos una agradecimiento explícito a la universidad, a los profesores, a la sociedad, a los estudiantes, al Estado…). Rechaza el mal y también aprovecha para hacer una exhortación contundente: que crezca la única verdad, que florezca la fraternidad y la prosperidad de la patria (crescat una veritas, floreat fraternitas, patriae prosperitas). Y concluye con una llamada a la unidad.
La educación no consiste, entonces, en aprobar una serie de exámenes, acumular títulos y alcanzar cierto éxito académico y profesional, sino en transformarnos de tal manera que seamos capaces de responder a las exigencias de verdad, justicia y servicio al bien común con la propia vida. Solo si consideramos que hemos acompañado de manera adecuada a nuestros alumnos podremos entonar, verdaderamente, el Gaudeamus. Solo si les hemos ayudado a adquirir esta mirada sobre sí mismos y sobre lo que significa «ser educado» podremos, verdaderamente, alegrarnos con ellos por este hito en su camino.
Raül Adames es director del área de Colegios de la Fundación San Pablo CEU.
COMENTARIOS