Sociedad

Freire y el oprimido: ¿nos enseña la educación a ser libres?

El pedagogo Paulo Freire nunca dejó de impugnar el modelo de sistema educativo que, bajo su punto de vista, situaba al educador por encima de los alumnos para tratarlos como ignorantes. Su obra, ‘La pedagogía del oprimido’, en la que reivindica la necesidad de ser consciente de la opresión para alcanzar la libertad, sigue hoy, en la era de la digitalización, más vigente que nunca.

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27
mayo
2021

«Nadie tiene libertad para ser libre, sino que al no ser libre lucha para conseguir su libertad». En 1970, el pedagogo y psicólogo brasileño Paulo Freire publicaba Pedagogía del oprimido, su obra más conocida, fundamental en la concepción contemporánea de la educación. Esta filosofía pedagógica, que sigue teniendo una gran influencia en América Latina,  se ha hecho sentir en el resto del mundo: revolucionario en más de un sentido, Freire se atreve a señalar que la educación no es algo aislado de la sociedad en la que se desarrolla, sino que reproduce las mismas relaciones de poder que existan en esta. Pero, sobre todo, Freire defiende que hay que darles la vuelta y conseguir que los oprimidos dejen de serlo.

Pedagogía del oprimido es un libro muy influenciado también por su momento histórico y la vida del autor. Freire nació en 1921 en Recife (Brasil) y durante su niñez vivió el hambre y la pobreza derivados del crack del 29. Fue funcionario, profesor y pionero en la educación para adultos entre los agricultores de caña de azúcar del Brasil de la década de los 50. Exiliado por la dictadura militar de su país, en Chile trabajó para la democracia cristiana en la reforma agraria y varios proyectos de alfabetización, proyectos que lo llevaron a ser profesor visitante en la Universidad de Harvard.

Freire impugna el modelo del educador por encima de sus educandos, a los que el sistema trata como ignorantes

Todas estas experiencias, así como su formación a la par que sus convicciones cristianas, se reflejan en su «pedagogía de la liberación», que señala cómo en muchos países de la época, cuando los golpes militares asolaban el continente, la educación no era sino una reproducción de los valores de la clase dominante para convencer a los oprimidos de no impugnar el sistema. «Tal es la concepción ‘bancaria’ de la educación que el único margen de acción que se ofrece a los educandos es el de recibir los depósitos, guardarlos y archivarlos», escribe Freire en sus páginas. Así señala también las dinámicas del neocolonialismo, con ejemplos de cómo la cultura y las costumbres de Estados Unidos ya permeaban por entonces en la región imponiendo unos valores determinados en lo que él mismo consideraba una «invasión cultural», propuestas unilaterales que no permiten la penetración de expresiones alternas.

La alternativa que propone Freire –de plena actualidad hoy en día– es una educación que no se conciba como solución a todos los problemas pero tampoco como un mero instrumento que adaptable por el poder dominante –bien sea un gobierno militar o el mercado–. Freire defendió a lo largo de toda su obra una educación basada en el contraste entre diferentes donde el mismo método educativo huya de cualquier tipo de imposición, impugna el dominante modelo del educador por encima de sus educandos, a los que se trata como completos ignorantes.

No basta con enseñar a alguien a leer o escribir, también se debe ayudar a generar una visión propia a través de estas herramientas

Lo que propone Freire es una educación que enseñe a ser consciente de su propio papel como mecanismo, es decir, que ponga en manos de las personas a las que educa las herramientas para analizarla. No se trata tanto de impulsar ningún tipo de revolución violenta como de una rebelión analítica: el oprimido es necesita ver los mecanismos de su propia opresión para poder combatirlos. Si se permite que los valores del opresor entren en la educación, todo estará perdido.

De la obra de Freire sigue también vigente su apuesta por una sociedad humanista capaz de cuestionarse a sí misma desde el respeto a los demás, pero también su análisis de la opresión como un todo ideológico. La alfabetización crítica en la que el pedagogo trabajó en Brasil o Chile proponía que no bastaba con enseñar a alguien a leer o escribir, sino que también se debía ayudar a generar una visión del mundo propia a través de estas herramientas. Una idea que cobra especial sentido en esta era de la digitalización: no basta con saber descargarse una app o grabarse para subir un vídeo a una red social para saber «leer» esas redes, de la misma manera que hacer la declaración de la renta no implica saber economía. Ese ‘nosotros’ crítico al que aspiraba Freire era de oprimidos que dejaban de serlo al formarse a partir de la consciencia de sus propias limitaciones.

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