Educación

María Montessori, la mujer que revolucionó la educación del siglo XX

La educadora italiana aseveraba que la mayor señal de éxito de un profesor es poder decir: «Ahora los niños trabajan como si yo no existiera».

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25
febrero
2019

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El niño es el padre del hombre. Con esta premisa, la italiana María Montessori (1870-1952) desarrolló uno de los métodos pedagógicos –aún vigentes– más innovadores de la modernidad, centrado en el hecho de que el niño se construye a sí mismo. Tanto el maestro como la escuela han de colocarse al servicio de ese aprendizaje, estimulando en el pequeño su autonomía, independencia, iniciativa, capacidad de elegir, así como su voluntad y disciplina. Estas ideas, que a día de hoy nos resultan obvias, supusieron un extraordinario revulsivo para unos espacios acostumbrados a la autoridad draconiana del maestro, al procedimiento pedagógico castigo-recompensa y a la sombría clasificación de los alumnos en listos y tontos.

Montessori estudió Ingeniería a los 14 años. Graduada en 1896, se convierte en la primera mujer médico en Italia. Su andadura vital es un continuo formarse: Biología, Antropología y Filosofía. Para entonces ya sabía que la educación de los niños, en concreto la de aquellos con problemas de salud mental, tenía más que ver con la pedagogía que con el espectro médico.

Fue la primera mujer de Italia en graduarse en Medicina, en 1896

En 1907 funda la primera Casa de niños (Casa dei bambini), como denominó a estas escuelas inconfundibles, en un barrio desfavorecido, para pequeños de entre tres y seis años. En ellas, el profesor no impartía conocimientos, sino que fomentaba el maestro interior que habitaba a cada uno de los infantes que tenía a su cuidado mediante distintos materiales. Consciente de que los sentidos filtran el conocimiento, Montessori agrupó estos materiales en función de aquello que impulsaran: para el tacto, distintos objetos con rugosidades diferentes y botellas de agua a temperaturas diversas; para la vista, objetos con dimensiones, colores y formas múltiples; para el gusto y el olfato, plantas, perfumes y viandas; y para el oído, campanillas, cajas metálicas y xilófonos.

Los niños son sus propios maestros, basta que exploren el mundo con libertad y multiplicidad de opciones para que ellos mismos solucionen los problemas que surgen (el instrumental utilizado era autocorrectivo, de manera que ninguna tarea podía completarse de modo incorrecto sin que el niño no se diera cuenta; una pieza que no encaja en la secuencia, por ejemplo). Así aprendían. Primero, aquellos que tenían cierto retraso cognitivo; después, cualquiera que quisiese matricularse en estas Casas, diseñadas como espacios luminosos, bellos, amplios, cálidos y simples.

Tuvo que exiliarse durante el régimen de Mussolini

Esta contemporánea de Freud estaba convencida de que una educación adecuada en los niños construiría un futuro más amable y humano y por tanto sociedades asentadas en la paz y la cooperación entre sus miembros. Por eso, cuando Mussolini llegó al poder, acusó públicamente al fascismo de formar a la juventud en el embrutecimiento de su naturaleza, por lo que tuvo que exiliarse. Vivió en Barcelona y en Holanda hasta su regreso a Italia en 1947. Fue una feminista convencida, lo que la llevó a participar en los Congresos de Berlín y Londres.

Candidata en varias ocasiones al Nobel, estaba convencida de que los niños realizan su aprendizaje de manera intuitiva, inconsciente, hasta llegar a la conciencia. Ese camino, según Montessori, está presidido por la alegría. Su catolicismo transformó la herencia de sus maestros, Jean Itard y Eduardo Séguin, hasta convertirla en un legado personal que preside veinte mil escuelas repartidas por todo el mundo, ya no solo en guarderías, sino en centros de primaria y secundaria.

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