Derechos Humanos
Sobre la presunción de inocencia
A pesar de que la presunción de inocencia es un derecho recogido en la Constitución, la tiranía del colectivo está rebrotando en el seno de nuestras sociedades, aplicándose y ejerciéndose formas de opresión ilegítima de algunos ciudadanos a través de la opinión pública.
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La presunción de inocencia es un principio legal según el cual, el acusado de un delito es considerado inocente hasta que se pruebe su culpabilidad con garantías. De acuerdo con este principio, es la acusación la que ha de presentar pruebas que demuestren dicha culpa más allá de una duda razonable. Si existiese esa duda razonable, el acusado debería ser absuelto.
Este principio es esencial en el seno de una democracia, puesto que protege al ciudadano de la arbitrariedad de ciertos poderes que podrían coartar su libertad injustificadamente, en base a intereses espurios o a motivaciones irracionales. Estos poderes podrían encarnarse, por ejemplo, en la forma de tiranías, ya fuesen individuales o grupales.
Hoy en día, en Occidente, las dictaduras de individuos resultan mucho más inusuales que hace algunas décadas, siendo la democracia la forma de organización política dominante. Sin embargo, da la impresión de que la tiranía del colectivo, de lo que Nietzsche llamó el «instinto de rebaño», sí está rebrotando en el seno de nuestras sociedades, aplicándose y ejerciéndose formas de opresión ilegítima de algunos ciudadanos a través de la opinión pública, valiéndose de las redes sociales o de los medios de comunicación. Esta opinión pública, en muchos casos, está totalmente desligada de los hechos, y aspira a doblegarlos empleando falsas representaciones. Esto se debe a que la opinión pública es moldeada por la ideología, llegando ambas a confundirse en muchos casos.
La ideología sería una especie de filtro por medio del cual las personas interpretan la realidad
La ideología es un concepto que surge en la Francia del siglo XVIII de la mano de los llamados ideólogos, y pasa a cobrar enorme importancia durante el siglo XIX de la mano de Karl Marx. Podríamos definir la ideología como una representación colectiva de la realidad de la que participaría la totalidad de la ciudadanía, en una medida u otra, y que sirve a los intereses del poder. La ideología sería una especie de filtro por medio del cual las personas interpretan la realidad. El ciudadano verdaderamente libre sería aquel que es consciente de la existencia de dicho filtro, de los engaños y trampas que entraña esta forma condicionada de mirar. La mirada ideológica, generalmente, contradice los principios racionales. La ideología obedece a intereses de personas y grupos concretos, no a una estructuración lógica de la observación que ha de interpretar la realidad.
Hoy vemos cómo la ideología hace uso de la opinión pública para corroborar falsedades que interesan a ciertos sectores de la sociedad. Este fenómeno se materializa en la forma de juicios populares y ruido mediático. En el proceso, la opinión pública destruye o daña gravemente la vida de personas individuales que hacen las veces de chivos expiatorios que son sacrificados a un supuesto bien social. Como demostró en su momento el filósofo Renè Girard, el chivo expiatorio no es necesariamente una persona inocente o moralmente inmaculada. De hecho, generalmente, se trata de sujetos que viven en los márgenes de la sociedad. De este modo, el chivo es ajusticiado en nombre de la comunidad para que esta pueda purificarse de sus propios pecados y defectos.
Hoy la presunción de inocencia está siendo pisoteada en el plano de la opinión pública, puesto que ciertas personas de mayor o menor relevancia pública están viendo coartadas sus posibilidades laborales, al tiempo que sus reputaciones son ensuciadas sin demostraciones convincentes, más allá de una duda razonable, en base a testimonios de personas anónimas; testimonios no demostrables puesto que se sustentan en la palabra de una persona (el acusador, ya sea anónimo o no) contra la de otra (el acusado). El hecho de que el acusador sea anónimo es particularmente grave, puesto que los medios que publican –o las redes que difunden– las acusaciones bien podrían estar inventando la acusación añadiendo todos los testimonios que les vengan en gana, puesto que la identidad del afrentador es desconocida, lo que desliga el señalamiento de una demostración fehaciente. Además, aquél que inculpa a otro no se ha de hacer responsable de ofrecer falso testimonio, etc.
La presunción de inocencia es un derecho humano universal y es un principio inalienable del que todos deberíamos gozar
Da la impresión de que hoy solo con acusar basta para defenestrar a alguien, lo cual deja a cualquier ciudadano vendido (a cualquiera de nosotros), expuesto a venganzas y rencores que, por sí mismos, tienen el poder para hacerlo desmoronarse. Es llamativa la falta de compasión y empatía, la frialdad con que estos mecanismos operan a costa del sufrimiento de las personas que ejercen como chivos.
Debemos entender que, entre otras cosas, la presunción de inocencia es un derecho humano universal y es (o debería ser) un principio inalienable del que todos deberíamos gozar. Cuando se ataca este principio, tal y como ocurre hoy de modo recurrente, deberíamos alarmarnos, puesto que son los pilares mismos de nuestros sistemas de vida los que están siendo minados. Y, aunque no seamos nosotros los individuos concretos cuyo nombre es enturbiado, nos vemos expuestos a serlo en cualquier momento, dado que las acusaciones sin pruebas son sumamente fáciles de lanzar por cualquiera en cualquier momento.
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