Cultura

Roberto Bolaño y el hecho literario

El escritor chileno Roberto Bolaño, autor de la reconocida novela ‘Los detectives salvajes’ y fundador del llamado «infrarrealismo poético», sigue siendo, a día de hoy, uno de los autores latinoamericanos más valorados por la crítica y el público.

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30
mayo
2024

Roberto Bolaño (1953-2003) tenía claro que «la literatura aburrida es la que no asume riesgos». Por eso, su literatura nunca fue aburrida. Ni en sus inicios, volcados en la poesía, ni en sus posteriores obras en prosa, que le otorgaron parte de la fama. Bolaño pasó gran parte de su vida en México, donde, junto a Mario Santiago Papasquiaro y Bruno Montané fundó el infrarrealismo poético que, en su primer manifiesto, aseguraba que a sus miembros les antecedían «las mil vanguardias descuartizadas en los 60».

Los infrarrealistas abrazaban la creación convulsiva, defendían el poema que interrelaciona realidad e irrealidad y ensalzaban la figura del más grande poeta francés al proclamar que «¡Rimbaud vuelve a casa!». No es casualidad que tal exclamación sirviese de acrónimo para nombrar la revista de poesía que, ya establecido en Barcelona, creó junto a Montané: RVAC. Pero cuando vivía en España, el poeta chileno se había ya entregado de lleno a la prosa.

También aseguraba que la «única experiencia necesaria para escribir es la experiencia del fenómeno estético». Bolaño no se preocupaba tanto del argumento, en sus obras, como de la estructura, la forma y el ritmo.

El reconocimiento mundial que alcanzó con Los detectives salvajes es la muestra de que la literatura desbocada que no atiende a las razones argumentales como eje es la que queda inserta en la memoria de sus lectores. Una literatura, como la suya, compuesta por relatos y novelas río, libres de fronteras, que desprecian los pasajes descriptivos para edificarse sobre conjuntos de escenas fragmentarias que atienden no solo a un sentido estético sino también ético.

Para Bolaño, el lector siempre fue el verdadero protagonista

Para el autor, «una biblioteca es como una metáfora del ser humano o de lo mejor del ser humano, tal como un campo de concentración puede ser una metáfora de lo peor». De hecho, los campos de concentración, el fascismo y el nazismo fueron algunas de las obsesiones literarias que utilizó para edificar esa deliciosa biblioteca que es su obra. La literatura nazi en América, El Tercer Reich o una de sus obras cumbres, Estrella distante, son solo algunos ejemplos.

Bolaño buscaba, y logró, provocar en el lector una actitud activa que le empujase a proponerse la resolución, no ya del clásico enigma que encierra toda novela negra sino de esa especie de misterio intrínseco en cada uno de los textos. El lector para Bolaño siempre fue el verdadero protagonista. De ahí que advirtiese que «el crítico literario, si no se asume como lector, está tirando todo por la borda», porque «lo interesante del crítico literario es que se asuma como lector, y como lector endémico».

El enigma que acuna la extensa lectura de 2666, su memorable novela póstuma y verdadero tour de force emocional y literario, no reside tanto en quién ejecuta los asesinatos de mujeres, sino en las infinitas grietas a las que el lector puede asomarse en busca del aire necesario que le impida la asfixia y, de paso, le lleve a organizar mentalmente sus propias teorías. Se trata de feminicidios que suceden en Santa Teresa, trasunto de la mexicana Ciudad Juárez.

Precisamente, fue en México donde el autor se entregó de manera obsesiva a la escritura. Allí donde fue artífice del infrarrealismo, donde entró de lleno en la escena literaria dispuesto a demolerla para edificarla de nuevo, donde se entregó al hedonismo creativo. Si bien pasó sus últimos días en España, la deuda literaria de Bolaño con México es indudable. «México es un país tremendamente vital, pese a que es el país donde, paradójicamente, la muerte está más presente». Vida y muerte, hermanadas, el eros y tánatos de la mitología griega, que tanto frecuentó Bolaño a pesar de declararse admirador de autores de su propio siglo como Nicanor Parra, Enrique Lihn, Jorge Luis Borges o Julio Cortázar. 

Ya lo advirtieron el propio autor y sus colegas de correrías poéticas, cuando rubricaron su manifiesto con esta máxima que recoge, como pocas, el espíritu de la escritura libre y heredada de los beats norteamericanos: «Déjenlo todo, nuevamente láncense a los caminos».

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