Cultura

Gabriela Mistral, poeta y pedagoga

En 1945, la poeta chilena Gabriela Mistral fue galardonada con el Nobel de Literatura. Hoy en día, su obra sigue siendo leída y analizada como una de las autoras latinoamericanas más importantes del siglo XX.

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08
febrero
2024

En el otoño de 1945, la Academia Sueca se reunió para decidir a quién darle el premio Nobel de Literatura. Era el primer año de Elin Wägner, una escritora y periodista sueca que se había incorporado en el año anterior como académica. Wägner propuso a Gabriela Mistral. Era la octava vez que su nombre llegaba al comité del prestigioso premio de literatura —entre 1940 y 1945 fue nominada ocho veces–. Mistral se convirtió en 1945 en premio Nobel de Literatura, la quinta escritora en lograrlo en la historia de los premios.

El acta del jurado señala que lo recibió «por su poesía lírica que, inspirada por poderosas emociones, ha hecho de su nombre un símbolo de las aspiraciones ideales de todo el mundo latinoamericano». En 1945, el de Mistral era ya uno de esos nombres que son referentes. Casi 80 años después, la poeta sigue siendo una de las firmas de referencia, una entrada ya del canon literario.

Gabriela Mistral nació en Vicuña, Chile, el 7 de abril de 1889 como Lucila Godoy. Su nombre literario no lo escogería hasta mucho después, uniendo el nombre y el apellido de dos de sus escritores favoritos. Cuando tenía tres años, su padre abandonó a la familia. Mistral creció así con su madre y con su hermana mayor, que era maestra y que se encargó de su educación. Esa será también la carrera profesional que seguiría luego.

La Academia Sueca le otorgó el Nobel por su poesía lírica y por ser un símbolo de las aspiraciones del mundo latinoamericano

Aunque Mistral fue una pedagoga —y su papel en la renovación de la educación fue importante, primero como maestra rural y luego como experta en educación— su carrera como autora empezó también muy pronto: a los 14 años ya estaba escribiendo en la prensa (opiniones que le darán algún que otro problema: fue rechazada en la Escuela Normal de La Serena por las cosas que había defendido en sus escritos periodísticos).  En prensa publica también sus primeras obras poéticas, un camino habitual en la carrera literaria a principios del siglo pasado.

Conectada a su carrera de pedagoga primero y de diplomática después, Gabriela Mistral vivió en varios países de América y Europa. Estuvo en México, trabajando en la reforma de la educación, en los años 20; en Suiza, como parte de la Sociedad de Naciones; en Estados Unidos, como profesora en los años 30 y luego como diplomática en los años 40 y 50; y en España, Portugal y Francia, también como diplomática.

Fue justamente ese papel de cónsul y también ese otro literario el que hizo que tuviese una estrecha relación con no pocas autoras del exilio español, como evidenciaba una colección de cartas publicada hace un par de años por la Fundación Banco Santander. «Estas cartas muestran la sororidad y fraternidad que la unió a las exiliadas», explicaba al hilo de la publicación la académica Francisca Montiel Rayo. No menos importante, esta relación muestra también el compromiso de Mistral con aquellos que sufren en situaciones difíciles: los derechos de autor de uno de sus poemarios fueron para la infancia refugiada de la Guerra Civil y los de sus obras tras su muerte para la de la zona rural en la que ella creció.

Pero, por supuesto, lo importante de Mistral es su obra y durante todos esos años en los que vivió entre dos continentes estuvo escribiendo. Sus textos se fueron publicando a lo largo del globo, siguiendo el rastro de sus direcciones. Lecturas para mujeres sale en 1923 en México y la antología Las mejores poesías en Barcelona, por ejemplo. Su bibliografía lleva signaturas americanas y europeas, tanto en las primeras ediciones como en las reediciones que luego llegaban a otros países.

En los años 30 era ya una escritora influyente y consagrada. La periodista María Luz Morales la conoció entonces, cuando la invitó a dar una charla en la residencia de estudiantes que dirigía en Barcelona. Su testimonio acerca su figura. «Sencilla, austera, también ella, como madame Curie rehuía el ambiente sofisticado de los grandes hoteles», escribe en Alguien a quien conocí. «Irradiaba de su ser la clara luz de su genio… En cualquier caso, se esforzaba por rehuir la posibilidad de mitificación con su trato sencillo, su natural campechanía», suma.

Puede que Mistral rehuyera ser mitificada, pero acabó siéndolo. Es una de las poetas más importantes del siglo XX y, tras su muerte en 1957, su figura se volvió reverenciada. Esto ha hecho que su memoria literaria no se haya perdido —a diferencia de tantas memorias literarias, especialmente de escritoras, de hace un siglo—, pero ha tenido una cara negativa, la de subirla a un cierto altar.

Esto ha llevado a que su biografía, lamentan algunas fuentes expertas, haya sido en ocasiones simplificada. Ahí está el largo debate sobre su vida amorosa y su lesbianismo. A la heredera de su albacea literaria, Doris Atkinson, esta curiosidad sobre las relaciones personales de Mistral le parece de un «sexismo superficial», como le decía hace unos años a El País. No opinan lo mismo quienes estudian su obra y su producción literaria y ven en la existencia de este debate más bien un sesgo.

Aun así, la vida privada ilumina la obra literaria. En el caso de Mistral, las cartas y los documentos personales de la autora —que ya forman parte de los fondos archivísticos del Estado chileno— dan la base para que se abran más vías para explorar la biografía y el contexto de su obra. Aunque, al final, lo más importante es que se siga leyendo.

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