Sociedad

«El mundo adulto es un sitio indeseable porque está lleno de fingimiento»

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
11
octubre
2023

Decía Marcus Zusak que a veces lees un libro tan especial que quieres llevarlo contigo durante meses, incluso después de haberlo terminado, solo para estar cerca de él. Ocurre algo así con ‘Otaberra’ (Blackie Books), la última novela de Elisa Victoria (Sevilla, 1985), tan oscura como luminosa, tan tierna como dolorosa. La escritora sevillana vuelve al ruedo después de sus dos anteriores novelas ‘Vozdevieja’ (2019) y ‘El Evangelio’ (2021) para presentarnos la historia de Renata, una mujer que carga con un episodio conflictivo de su pasado, concretamente en 1989, y parece incapaz de vivir el presente, como si estuviera atrapada en un bucle de distanciamiento con la realidad.


En esta tercera novela se nota especialmente tu interés por el paso del tiempo. ¿Dirías que esa es la génesis de la historia?

Ese fue el punto de partida. A mí desde pequeña me ha parecido rarísima nuestra forma de existir y cómo normalizamos que todo sea tan fugaz y a la vez irreversible, porque realmente el tiempo solo se mueve en una dirección: hacia delante. Me interesaba esa extrañeza ante el paso del tiempo y cómo lo aceptamos porque es la única opción que conocemos. También me inquieta mucho la forma tan diferente en la que percibimos el paso del tiempo según la edad que tenemos. Cuando eres niña ves a la gente adulta y te parece lejanísima la posibilidad de ser como ellos, pero cuando te haces mayor, lo que parece imposible es haber sido niña.

Eso conecta con lo que siente la protagonista, que es incapaz de vivir el tiempo presente y parece anclada en el pasado. ¿Es un síntoma de nuestro tiempo?

Se está hablando más de ello últimamente, se ha popularizado el término de la disociación. La gente se siente un poco fuera de plano mientras vive las cosas, como si lo que están ejecutando fuera parte de una película que están observando desde fuera. Era un buen inicio para ir mostrando la complicada relación que tiene Renata con sus vivencias y la relación tan particular que tenemos los humanos con este tema. El presente es algo que casi no existe, apenas lo mencionas y ya se ha ido, es como si fuéramos incapaces de atrapar lo que nos está ocurriendo. El tiempo me daba cabida para tocar un montón de asuntos, los personajes también evidencian los cánones que como sociedad hemos construido en torno a qué debe ser lo correcto, lo que se espera de nosotros para cada edad. 

Tengo la impresión que tus personajes tienen un aire tardoinfantil, como si estuvieran desajustados con el paso a la edad adulta y no quisieran crecer.

No es tanto que no quieran crecer, es más bien que entran en conflicto con el concepto de adulto entendido como esa persona que está completamente adaptada al mundo. Mis personajes no han perdido la mirada crítica que se tiene en la infancia y la adolescencia, cuando miras a la adultez dándote cuenta de que hay muchas cosas que no tienen sentido, que el mundo adulto es un sitio indeseable porque está lleno de fingimiento, de obligaciones y de sacrificios. De hecho, cuando los adultos están en confianza, muchas veces se quitan ese disfraz en el que aparentan tenerlo todo controlado y muestran su vulnerabilidad. Mis personajes conservan aún la mirada crítica de los que dudan de ese papel que se nos asigna cuando eres adulto.

«Me interesan los personajes desubicados que muestran su fragilidad, que rompen el hielo y no entienden por qué la sociedad funciona de este modo»

En ellos también está presente cierto desajuste con la realidad, como si nunca llegaran a entenderse con el mundo. ¿Hay cierta parte autobiográfica?

Es cierto que están un poco fuera de lugar. Yo siempre me he sentido un poco así, me interesan los personajes desubicados que muestran su fragilidad, que rompen el hielo y no entienden por qué la sociedad funciona de este modo y cuestionan el orden de las cosas. En mi anterior libro la protagonista no tiene nada que justifique su desaliento, pero no hace falta, porque el mundo ya es lo bastante raro y difícil como para sentir extrañeza sin arrastrar ningún contexto desagradable. También me interesa sacar a la luz las dudas y vulnerabilidades que uno puede tener en secreto, pero no expresa. Es como si la adultez fuera un teatro donde todo el mundo finge controlar todo, y a mí me interesaba dialogar sobre estos asuntos. Creo que la escritura puede mostrar ese diálogo interior de la gente que se siente desubicada en el mundo.

De hecho, en Otaberra la protagonista vive la escritura como un consuelo. ¿Concibes la literatura como un vehículo para sanar heridas?

Cualquier actividad artística puede tener ese efecto sanador. En esta novela me hacía gracia escribir sobre un personaje que escribía, ese juego de capas me divertía mucho. A mí la escritura me supone un juego y es mi trabajo, pero también me soluciona muchos problemas, como el de la desconexión con el presente. Lo malo es que solo funciona de forma pasajera… Cuando escribo siento que los problemas se me olvidan, la escritura me ancla a lo que está pasando y me reconcilia con el tiempo.

La escritura se vuelve catártica en procesos de duelo, como en el caso de la muerte del amigo de Renata. ¿El duelo era un tema que buscabas priorizar?

La muerte era indispensable porque es algo impactante en torno al comportamiento del tiempo. Quise introducir un duelo muy conmovedor que le diesen al personaje protagonista más calidez, y que con él pudiera ir ampliando la psicología de Renata hacia capas más sentimentales. Al principio ella está más blindada emocionalmente, y se va abriendo poco a poco. Mientras escribía el libro perdí a un par de amigos de manera repentina, y el sentimiento tan abrumador que sentí y observé a mi alrededor me sirvió, por desgracia, para explorar la frustración y el cambio de perspectiva a raíz de un evento traumático.

El libro también plantea ese descrédito hacia los mayores, como si envejecer fuera una condena. ¿Hay una brecha generacional a la hora de concebir la vejez?

Me interesaba el juicio tan quisquilloso que se había configurado a finales de los 90 y principios de los 2000 en torno al canon estético físico, que era muy duro. Considero que mi generación ha sido muy cruel con este tema; de hecho, en la novela presento a dos personajes jóvenes que miran con especial dureza a la gente de más edad. Yo creo que esto está cambiando ahora, al menos se ha tomado conciencia y se señala que no está bien.

Otro tema que vertebra la historia es el sentimiento de culpa por unos hechos que ya no se pueden solucionar, el sentimiento de irreversibilidad de los errores pasados. 

Es un tema que se ha mencionado mucho, pero no era mi intención hacer una novela sobre el concepto de culpa. Yo buscaba más un estudio sobre la frustración relacionada con la irreversibilidad del tiempo, ese bucle mental al que te puede llevar el no poder hacer las cosas de otra manera, incluso habiendo cambiado tu perspectiva después de los hechos. He conocido casos de gente que solo encontraba consuelo imaginando una realidad en la que hacían las cosas de forma diferente, y encontraban un consuelo pasajero con esa fantasía imaginaria, pero el dolor volvía cuando veían que era imposible cambiar las cosas, aunque se arrepintieran. Ese bucle temporal deja a la persona inhabilitada, y tiene que ver con la culpa, pero sobre todo con la incapacidad de reconciliarse con su pasado. También me interesaba la rabia, ese enfado por toparse con las condiciones físicas de no poder volver atrás en el tiempo y hacerlo mejor. Si ya sabes cómo deberías haber hecho lo correcto, es doloroso que no se te permita volver atrás y estés condenado a arrastrarlo para siempre.

A la culpa se suma la vergüenza, que también es un elemento muy presente en la novela. ¿Quisiste plasmar cómo nos condiciona la mirada ajena y los juicios de valor?

Me parecía interesante plantear cómo el deseo de aprobación por parte del grupo te puede pesar tanto en tu forma de actuar. El rechazo del grupo que te rodea cada día es algo dolorosísimo, te reduce a la marginalidad. Quería mostrar cómo en la adolescencia pesa tanto esa pertenencia del grupo, porque es una edad en la que te estás ubicando y el rechazo puede ser especialmente violento. En esta etapa, hace falta mucho valor para atreverse a ser diferente, y Renata admira mucho que Eusebio desafíe las normas, pero a la vez quiere encajar por su propia tranquilidad. Y de esa contradicción deriva luego todo lo que sucede y le atormenta con el paso del tiempo.

¿Había una voluntad por elogiar la figura del disidente?

Es una mezcla de crítica a quienes no aceptan las diferencias y también una carta de amor para toda la gente que ha tenido la valentía de romper con ese engranaje que busca que todos los seres humanos seamos iguales. Me apetecía mostrar a un personaje que no provoca ningún conflicto ni hace nada escandaloso, su diferencia se basa en vestirse un poco diferente, tener otros referentes culturales y una orientación sexual que no es normativa. Eso causa un desajuste muy grande y genera un rechazo absolutamente desproporcionado. En realidad, Eusebio es pacífico, amable y buena gente, y aún así tiene que lidiar con el dolor que provoca el rechazo grupal.

El personaje de Eusebio representa ese rechazo social en una época concreta por no ser heterosexual. ¿Buscaste plantear el tema de la bifobia?

No me gusta que sea el foco de la historia ni lo que defina al personaje, porque se estereotipa demasiado a los personajes no heteros, pero sí quería representar cómo la bisexualidad estaba en un limbo aún más obtuso que ahora. Siempre hay un salpicón de bisexualidad en mis personajes, me interesa esa ambigüedad y describir cómo esa importancia que se le da a la orientación sexual viene más desde fuera. Cuando tu entorno te obliga a etiquetarte y tú no quieres hacerlo, se genera una situación muy violenta. También quería plasmar esa presión que sienten los bisexuales por etiquetarse o esos prejuicios que siguen persistiendo en torno a lo que se considera correcto.

«Hay que celebrar que ya no se premie como antes la figura masculina arrasadora»

Otra cuestión que planteas son las diferentes masculinidades, a través de dos modelos muy diferentes de hombres.

El modelo de masculinidad que lleva construyéndose durante siglos es el de un tipo de hombre que no muestra su fragilidad, que siempre está seguro de sí mismo, que arrasa con todo sin preocuparse por los demás y busca su propio placer. Este patrón lo muestro claramente en uno de los dos novios, mientras que el otro tiene una masculinidad más afeminada. Eusebio es un niño apartado que sufre constantemente a pesar de ser empático y no hacer daño a nadie, mientras que el otro se lo pasa en grande actuando mal. Ese contraste entre lo que se premia y se castiga en el espectro masculino me parecía clave.

¿Crees que esta concepción de la masculinidad está cambiando en los últimos tiempos?

El cuestionamiento de esa figura masculina por fin ha aterrizado en todas partes, porque antes solo estaba en sectores minoritarios. Hay que celebrar que ya no se premie como antes la figura masculina arrasadora, que se planteen preguntas que antes se pasaban por alto. De todos modos, creo que estamos viviendo el efecto reaccionario a ese cuestionamiento de la masculinidad y aún queda mucho por avanzar.

Hablando de contrastes, sitúas la acción en un pueblo que tiene unas dinámicas opuestas a la gran ciudad.

Yo quería construir espacio que fuese muy cenizo y opresor. Quería que el personaje fantaseara con las grandes ciudades, pensando que allí encontraría una forma de hacer comunidad. Quería que fuese un pueblo muy monótono y mal conectado con otros sitios para que así pudiesen fantasear un poco más con el exterior.

¿Como escritora, dirías que el recogimiento del pueblo facilita la escritura, en comparación con ciudades grandes?

La ciudad te da mucha inspiración para escribir porque siempre están pasando muchísimas cosas y solo hace falta fijarse un poco para sacar infinitas historias, pero en el pueblo también pasan cosas. Yo escribo mejor aquí que en Madrid, porque la ciudad te ofrece muchos compromisos sociales y a mí eso me interrumpe el hilo de la construcción de la novela. Hay gente a la que socializar no le deja ninguna secuela, pero a mí siempre me desestabiliza un poco. No me disgusta, pero tardo en hacerme a la idea de que voy a socializar y luego tardo aún más en volver al estado de reposo. Para escribir una novela yo necesito mucha concentración, meterme a fondo y no perder el hilo de la historia.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME