Pensamiento

Más difícil es discernir que opinar

Obsesionados con la opinión, la era digital, con su acceso casi universal, ha convertido las redes sociales en un lugar propicio para la insustancialidad y el encontronazo con los demás. ¿En verdad necesitamos opinar de todo, incluso de lo que desconocemos?

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
09
mayo
2024

Cada vez que hay una catástrofe o un escándalo, las redes sociales se pueblan de «expertos» que deciden opinar. Quienes en diciembre de 2021 opinaban de fútbol se convirtieron, por ciencia infusa, en refinados estrategas cuando Rusia invadió Ucrania en febrero del año siguiente. Lo mismo sucedió con la pandemia: los epidemiólogos brotaron de cada byte.

En la antigüedad clásica muy probablemente se sonreirían si se sometiesen a una jornada de lidia en los medios digitales. La opinión sin más fundamento que una primaria impresión fue despreciada por los principales filósofos, en especial por los sistémicos desde Platón: aspirar a la verdad nos invita a despojarnos de nuestras irreflexivas impresiones. Hoy en día, después de milenios de pensamiento y ciencia, vivimos en un contexto que promueve la opinión por encima de la mesura en el momento de tomar la palabra y el respeto al semejante. ¿En verdad necesitamos opinar de todo, en cualquier momento y todo el mundo?

El origen de la opinión

Nacemos diferentes los unos de los otros. La igualdad, en términos objetivos y absolutos, es un imposible: no existiría pluralidad en el cosmos si todas las cosas existentes tuviesen una misma naturaleza. Es también por ello que la diversidad es deseable. Gracias a ella habitamos una existencia posible, extensa y compleja, colmada de posibilidades vitales.

Gracias a la diversidad habitamos una existencia colmada de posibilidades vitales

Ser diferentes entre nosotros nos permite tener entidad y, por el hecho de ser, estar, es decir, interrelacionarnos con cuanto nos rodea. Al conocer lo diferente experimentamos diferentes sentimientos, impresiones y situaciones. Y de este proceso surge la opinión, la realidad deformada bajo nuestra personalísima mirada.

El acto de opinar no tiene nada de perverso ni de indeseable. Como seres pensantes, necesitamos de la creación de impresiones primarias para dotar a nuestra mente de una información más elaborada que la que nos ofrecen los sentidos. Esta función tiene el origen biológico de generar un proceso instintivo que permita identificar peligros y beneficios a largo plazo y sin precisar grandes recursos cerebrales, como es el caso de la memoria. Bajo un proceso más complejo, este instinto primario se convierte, unido a la consciencia, en un mapa mental de placer o disgusto –también de atracción-repulsa– que se vincula a nuestra experiencia.

Por supuesto, a través del proceso cognitivo de distinción y de los matices con los que nos alimenta el lenguaje refinamos nuestras opiniones. Al distinguir unos alimentos o platos que preferimos frente a otros, nuestra manera de vestir y proyectar nuestra imagen o la primera impresión que tenemos de una persona que acabamos de conocer son tres posibles familias de opiniones que configuran nuestro «estar» en el entorno que nos rodea.

A partir de este nivel, la legitimidad de la opinión empieza a quebrarse. En el momento en el que proyectamos nuestras opiniones más allá de su ámbito de aplicación, o sea, nosotros mismos, esta clase de juicios pierden su valor. La esencia de nuestro ser y la del resto de naturalezas que pueblan la existencia es la verdad. Cuando hablamos de esas otras cosas y aquellos otros fenómenos que no pertenecen a nuestra existencia solo hay dos disposiciones posibles: la equivalencia de nuestro juicio, como observadores, con la genuina naturaleza de lo observado o un juicio falso. La opinión, al requerir necesariamente una criba de la realidad respecto de nosotros mismos, siempre va a incorporar falsedad.

En ciencia hay una clase de opinión que es imprescindible para alcanzar conocimiento: la opinión facultada. Para que una opinión sea facultada debe apoyar las impresiones personalísimas en hechos bien medidos y analizados para los que se persigue objetividad. La impresión subjetiva del investigador supone un necesario punto de partida y una meta que una correcta puesta en práctica del metodismo científico, apoyado en el estricto rigor, avalará o refutará.

Suspender el juicio, la clave

Ahora bien, como escribió Josep Pla en su Cuadern gris (Cuaderno gris), «es mucho más difícil describir que opinar. Infinitamente más. En vista de ello, todo el mundo opina». El escritor palafrugellense se refería a la literatura, pero su malestar era también extensible a su época, en la que la opinión pública estaba influida activamente por la prensa. «Describir» viene a ser un equivalente oportuno de «discernir». Al discernir necesitamos un esfuerzo por analizar objetivamente la realidad mediante el análisis racional. Discernir nos desliga de la percepción del «yo»: trascendemos de cuanto nos rodea a un medio por el que alcanzar lo existente y unirnos a él.

Al discernir necesitamos un esfuerzo por analizar objetivamente la realidad mediante el análisis racional

Emparentado con el movimiento escéptico enraizado en la tradición occidental desde la época de Alejandro Magno, el filósofo y monje indio Nāgārjuna propuso, en el siglo II de nuestra era, la suspensión del juicio. Con fines equivalentes, esta necesidad puede alcanzarse desde el extremo del reconocimiento de las esencias o de su negación, como sostuvo este sabio budista: para él, nada posee naturaleza propia, incluso el lenguaje es engañoso. Todo está vacío (sunya).

Con un existencia llena o vacía, la suspensión del juicio permite resetear nuestra propia capacidad para crear opiniones o aspirar a verdades. En una época dominada por las redes sociales que, a modo de modernas ágoras, han universalizado la expresión, son pocas las personas que se resisten al deseo de proferir su opinión sobre cuestiones variopintas, muchas de las cuales completamente desconocidas para ellas. El enredo en discusiones y la fuerza de la identidad que confiere la expresión de una opinión nos impiden también, con demasiada frecuencia, dar el brazo a torcer incluso cuando descubrimos nuestro equívoco

Opinar es legítimo y necesario cuando nuestra opinión se limita a nosotros mismos y nuestras circunstancias, pero cuando la opinión amenaza con sustituir el conocimiento objetivo solo contribuimos al ruido en la discusión y a la ceguera interior, parafraseando a Saramago. O, como llevan cantando Los Punsetes desde 2014: «Que no pase un día sin que des tu opinión de mierda / Que no pase un día sin que cuentes tus miserias / Ni un día sin hacer a alguien de menos / Ni un día sin abrir la caja de los truenos».

ARTÍCULOS RELACIONADOS

Y tú, ¿contra quién piensas?

Diego S. Garrocho

Casi todos los debates contemporáneos giran en torno a la objeción o, lo que es lo mismo, la oposición a otro.

No dejemos de hacernos preguntas

Luis Suárez Mariño

¿Nos dirigimos ineludiblemente hacia un mundo incierto en el que los puestos de trabajo no están asegurados?

O sea, 14.000 millones de euros

Juan José Almagro

La Autoridad Fiscal denuncia el descontrol de 14.300 millones de euros para subvenciones otorgados en 2017.

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME