Sociedad

«Si tú vives en el barrio más gentrificado, igual es que algo tienes que ver con la gentrificación»

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03
mayo
2024

Iñaki Domínguez (Barcelona, 1981) es licenciado en Filosofía, doctor en Antropología cultural y escritor. Cuenta con varios libros en los que analiza fenómenos de la cultura popular y el lumpen madrileño. ‘San Vicente Ferrer, 34’ (Vencejo Ediciones, 2024) es su primera obra de teatro, en la que nos presenta a un grupo de toxicómanos que consumen cocaína en un narcopiso de Malasaña.


En esta obra, y en parte de la anterior, exploras un universo marginal (en este caso alrededor de un narcopiso). ¿Qué es lo que te atrae de los «bajos fondos»?

Yo creo que esa fascinación siempre ha existido en diferentes lugares del mundo. En España existía El Caso, que era una publicación que hablaba de crímenes; está muy de moda el tema del true crime, que está vinculado aunque no es exactamente lo mismo… Pienso que siempre ha existido una fascinación con las subculturas, con lo marginal, puesto que es un mundo en el que no vivimos la mayoría de las personas. Aunque en mi caso, por supuesto, es un interés más intenso, asociado a mi interés por la cultura, la música, los excesos y transgresiones de las estrellas de rock, que era algo que me atraía de mis lecturas.

Comentas que tu obra de teatro surge, en cierta forma, de un interés etnográfico. Tú trabajas como periodista y estudiaste Antropología. ¿Por qué elegiste la ficción y no, por ejemplo, un documental o un reportaje?

Ya hablé un poquito de este narcopiso cuando escribí Macarras interseculares, que es un libro de no ficción, pero hacer la obra de teatro fue una idea que tuve espontáneamente. Me interesó, primero, la idea de poder ver, en un teatro, cómo es un narcopiso por dentro de verdad, ver cuáles son las conversaciones.

«La farándula y la delincuencia están más vinculados de lo que la gente cree»

Se puede calificar la obra como «hiperrealista», ¿cuánto de ficción y de realidad hay?

Tiene un porcentaje muy alto de realidad: las conversaciones son reales en un 60 o 70%, quizá. Me gustó también introducirme a mí mismo en el relato, con mi amiga Mónica… y luego hay parte de ficción, porque tengo que ajustar cosas, incluyo mis propias ideas y cosas que no son verdad.

Lo «quinqui» tuvo su momento de esplendor en los años 80, pero hoy no es una temática habitual en el arte. ¿Hemos querido olvidarnos de esa etapa de nuestra historia reciente? ¿Pervive algo de ella?

Yo creo que sí han permanecido en el imaginario colectivo con cierta nostalgia estas películas del cine quinqui, yo creo que incluso los más jóvenes son conscientes de lo que era este fenómeno, que fue muy popular, películas como Perros callejeros o El pico eran de las más taquilleras del año. La temática tuvo una época de esplendor en esos años, porque era significativa de la transición que se daba en ese momento del franquismo a la democracia, e incluía el tema de las drogas, que llegaron a España y generaron mucha delincuencia… Es cierto que quizá no es una temática tan manida a día de hoy y si se hace, en muchos casos, es con una visión nostálgica, con esa referencia al cine quinqui previo. En mi caso no lo hago así, yo lo que hago simplemente es una obra de teatro en la que salen estos politoxicómanos, pero hay ciertas referencias narrativas porque ellos vivían en esta época, y hay referencias a atracadores reales del momento, entonces algunas cosas coinciden; pero en mi caso intento no hacerlo de un modo nostálgico, sino para crear algo «nuevo», y no estar siempre remitiendo al pasado, que es la sensación que yo tengo con este fenómeno de lo quinqui.

Sin embargo, si algo caracteriza a los protagonistas de tu obra es la nostalgia que parecen sentir: su mundo ya no existe, el que habitan no lo entienden…

Bueno, hay varios elementos… primero, el tema de la nostalgia yo lo veo como una introducción al texto, ofrecer una visión de lo que era Malasaña a finales de los 70 y principios de los 80. Luego, hay un elemento en el que la tesis sería la del chivo expiatorio de René Girard, en la que hablo de cómo, de algún modo, los toxicómanos serían una especie de chivo expiatorio del sistema para sentirse bien con su conciencia. Y después hay otras piezas de la trama: hay una tensión, con el tema de la policía y si va a haber o no una redada.

«Los toxicómanos serían una especie de chivo expiatorio del sistema para sentirse bien con su conciencia»

Ahora que está de moda preguntar qué tiempo fue mejor, ¿hay algo que añores de esa época (o de la idea que tienes de esa época, teniendo en cuenta que tú naciste en los años 80)?

Yo creo que los tiempos son mejores y peores, había cosas mejores a mi juicio entonces, creo que había más libertad en algunos aspectos, pero claro, eso también conllevaba más violencia y otros aspectos más negativos: había muchos más abusos y cosas que hoy no podemos tolerar. Pero sí que había más libertad, sobre todo en el aspecto de que no todo estaba localizado como ahora, con el tema de cámaras y redes sociales, que hoy yo creo que vivimos realmente en un panóptico, y me parece que hay que buscar un medio justo entre aquello y un exceso de vigilancia, y de victimismo o blandura también… yo creo que hay que buscar una síntesis entre ambos mundos. Luego hay otras cosas de las que no se habla tanto de los 80, se diviniza o idealiza a la movida madrileña, pero luego no se suele hablar de que eran personas que venían de un mundo franquista, un país acomplejado, y eran los típicos, como dice el grupo de Facebook, modernos que miran mal a otros modernos más modernos que ellos. Los años 80 considero que son el origen del mundo en el que vivimos a día de hoy, porque fue un hito fundamental la Transición, y podemos comparar, pero cada tiempo tiene sus cosas buenas y sus cosas malas a mi juicio.

Es evidente que en los años 90 la heroína y el sida causaron estragos. En los narcopisos hay muchísima violencia, pero los protagonistas de tu obra resultan casi entrañables. ¿Hay cierta romantización del universo toxicómano?

Yo no romantizo. Antoine es un personaje real, es una persona muy particular, que debería ser monologuista, y me sirve también para retener un poco la tradición madrileña. Aunque el lector no lo puede apreciar ahora mismo, al tratarse de un libro, tiene una forma de hablar, al igual que el cantante de Burning, que yo, habiendo tratado con mucha gente callejera ya no encuentro en ninguna parte… No es tanto romantizar, es que es un tío que tiene mucha gracia, dentro de todo lo políticamente incorrecto que dice resulta muy gracioso. Entonces, no es ninguna idealización sino una forma de meter un elemento de humor también, porque la obra también tiene un elemento de comedia sórdida.

Ser un drogadicto y frecuentar un narcopiso te aísla por completo de la sociedad y dificulta mantener relaciones significativas con otras personas, al modo que podría hacerlo entrar en una secta, por ejemplo.

Se crean unos lazos, unos vínculos muy intensos entre los drogadictos. Se forma una subcultura, un universo concreto, con su propio lenguaje, su propia forma de mirar el mundo, y hay una oposición entre ellos y el resto. Su forma de vida gira en torno a las drogas, y efectivamente, aísla mucho.

El Iñaki de la obra afirma que hay quien piensa que los drogadictos son chivos expiatorios de la sociedad. ¿Refleja tu opinión al respecto?

Sí, yo tengo un libro sobre Charles Manson que se llama El expiador, que sustenta la tesis y recoge la idea de René Girard sobre el chivo expiatorio, y sí, yo considero que, efectivamente, los chivos expiatorios, las ovejas negras de la familia, en muchas ocasiones son un síntoma de la disfuncionalidad familiar y/o social, de una sociedad que de algún modo proyecta, en alguno de sus miembros, todos sus pecados, y este, sin darse cuenta, inconscientemente, adopta el rol de chivo, adopta el rol de oveja negra, de aquel que está cometiendo delitos y que transgrede las normas. Es una hipótesis psicológica que yo creo que es acertada.

«No solo vives en tal barrio para que los demás piensen que eres guay, sino que también piensas que eres guay por eso»

Tus protagonistas se quejan de que aquellos que critican la gentrificación son los que están gentrificando el barrio. ¿Son los hipsters una amenaza para los barrios?

Son una amenaza para los precios [risas]. Sí, efectivamente, piensa en Malasaña, creo que allí la votación mayoritaria era Más Madrid… Más Madrid es un partido contrario a la gentrificación, pues ahí tenemos una clara contradicción más que evidente. Es decir, votantes mayoritariamente de ese partido en Malasaña, que según el discurso de Más Madrid serían antigentrificación, pero si ellos viven en Malasaña, serán los que están gentrificando Malasaña… Ellos creen que Malasaña es cool, y así se imbuyen de ese glamour, y pagan precios más altos para estar allí y ser identificados como «guays», y no solo ser identificados como guays, sino ellos sentirse guays consigo mismos, que es otro fenómeno interesante, porque es más íntimo, más subjetivo. No solo vives en tal barrio para que los demás piensen que eres guay, sino que también piensas que eres guay por eso. Entonces es una contradicción: si tú eres de Más Madrid, pero vives en el barrio más gentrificado, igual es que algo tienes que ver con la gentrificación.

En la obra se hacen múltiples referencias a los garitos de moda de hace 40 años, que podían unir a toxicómanos, farándula y pequeños delincuentes. ¿Sigue existiendo algo semejante en la actualidad?

Siempre existe… La farándula y la delincuencia están más vinculados de lo que la gente cree. La composición modular del famoseo/moderneo son: gente talentosa, gente bella, gente rica, y traficantes. Es decir, esas son las personas que componen un poco las zonas VIP,  y entonces esa relación sí que existió siempre, y seguirá existiendo. Y además, cuando los traficantes son los que proporcionan esas drogas a los famosos guapos y ricos, o son gente que proporciona la droga a los que les proporcionan la droga a ellos, es decir, traficantes de más nivel que son tíos con dinero, y van al famoseo… En las fiestas hay mucho vínculo entre la prensa rosa y gente del estilo de los Miami.

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