El envejecimiento de los padres según los hijos
¿Cómo asumen los hijos que sus padres están envejeciendo? Desde el punto de vista psicológico, ¿cómo se vive dejar de ser cuidado para pasar a ser cuidador?
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Uno llega a la mediana edad y los padres envejecen. Se pasa de una época en la que te cocinaban tu plato preferido a otra donde les haces la compra. Es el momento de empezar a tomar decisiones que uno nunca se había planteado. Los roles parece que se intercambian. La balanza de cuidados se invierte. Surge el conflicto sobre cómo continuar con los proyectos en los que uno está inmerso (la crianza, nuevas oportunidades laborales, vivir lejos…) sin descuidar las nuevas obligaciones.
En general, es difícil predecir a qué retos se enfrentarán los hijos y los padres en esta etapa de la vida. Para algunos, este proceso resultará angustioso. Otros lo vivirán con más serenidad y aceptación. Cómo se aborde esta etapa dependerá de varios factores. Según el psiquiatra y geriatra Eduardo Delgado, las creencias y opiniones que tenga cada hijo y padre sobre el proceso de envejecer, jubilarse o enfermar son importantes. La jubilación es un aspecto muy relevante en la atención a la persona mayor. El jubilado elabora su historia de vida atendiendo a sus recuerdos, reordenándolos en el tiempo y dotándolos de significado y de utilidad. Los miedos y expectativas de los hijos tienen un papel relevante.
Cada individuo envejece de manera diferente según sus condiciones genéticas y ambientales. Muchos mayores pueden seguir siendo independientes mientras que otros necesitan asistencia constante. Hay hijos que ven a sus padres como personas más necesitadas de cuidados y tratan de protegerlos en exceso. Algunos padres, a su vez, tienen miedo a depender de los demás, incluso si son sus propios hijos y pueden ser reticentes a recibir esos cuidados. También influye el hecho de que la enfermedad y los consiguientes cuidados aparezcan de manera fortuita o que haya dado tiempo a prepararse para ella con una planificación previa. Muchas veces, el que sea algo inesperado hace que se trastoque más la vida personal de los hijos y haya que asumir más costes.
El proceso de cuidar también puede estar influenciado por la manera en la que se haya criado el hijo y por los aspectos culturales de cada familia y de lo esperable a nivel social. En general, la figura del cuidador ha recaído tradicionalmente en las mujeres, a las que se ha delegado –casi automáticamente– estas funciones, como afirma la psicóloga clínica Isabel Cuéllar. Las mujeres son quienes asumen la atención a hijos y familiares y representan el 85% del total las excedencias tramitadas por la Seguridad Social, según los últimos datos. La identificación con ciertas normas de género sería uno de los vehículos a través del cual lo sociocultural se incorpora en las decisiones con respecto a los cuidados (quién se ocupa, cómo lo hace y cómo lo experimenta).
El proceso de cuidar no obliga a que los roles se reviertan y que los padres se conviertan en los hijos en este vínculo
No existe una guía única de cuidados, ya que cada condición de salud de los padres y la situación de cada familia requerirá de un apoyo diferente (por ejemplo, que los padres estén divorciados, viudos, etc.), pero los expertos apuntan a una serie de orientaciones. Lo primero es entender que se trata de una fase de adaptación continua a las exigencias que vayan surgiendo con el paso del tiempo. Como prevención, resulta sensato que los hijos animen a los padres a prevenir enfermedades y a que opten por un estilo de vida más saludable para envejecer de la mejor manera posible.
Otra recomendación, si se pudiera, sería planificar cómo uno quiere llegar al envejecimiento. Aunque no es la opción mayoritaria, hay padres que se preparan para ello haciendo reformas en la casa, por ejemplo, o decidiendo cómo quieren afrontar esta última etapa en temas relacionados con la salud, dejando por escrito las voluntades anticipadas. En el caso de que la persona mayor preserve su autonomía, es importante que los hijos respeten las decisiones y elecciones de los padres. A veces, los hijos los ven más inválidos de lo que realmente están. Dejarse asesorar por los médicos, en caso de existir una enfermedad, es fundamental para abordar prioridades.
Lo ideal en la etapa de la vejez es que las dinámicas y relaciones entre hijos y padres fueran lo más afectuosas posibles, aunque a veces resulta difícil si la relación ha sido ambivalente durante toda vida. Una buena comunicación y hablar abiertamente de lo que los hijos y padres sienten es vital. Haya sido satisfactoria la relación o no, se puede sacar beneficio a este periodo. El proceso de cuidar a unos padres conviviendo o no con ellos puede ayudar a compensar carencias del pasado y a que se solventen problemas cronificados o a que se revisen los vínculos. Este proceso no obliga a que los roles se reviertan y que los padres se conviertan en los hijos en este vínculo. Los padres siempre serán los padres. Para el hijo, este tiempo puede hacerle reflexionar sobre la vida propia, los desafíos a los que se enfrenta y cómo quiere encarar el futuro o vivir el propio envejecimiento cuando llegue.
Otro aspecto que hay que atravesar es el difícil equilibrio entre la ayuda, culpa y la necesidad de seguir con los proyectos personales. Esta sensación aumenta cuando hay lejanía física. Es cierto que existe algo humano en ese deseo de proteger a los padres porque es lo que se espera de uno y responde al sentido del deber. Pero también hay que reconocer las emociones que genera ese dilema y validarlas, porque la culpa, la desgana, el miedo, el cansancio y la responsabilidad pueden coexistir en la misma persona. No hay que elegir entre uno u otro porque todos los sentimientos pueden coexistir.
Muchos hijos sienten que pierden lo bueno que tenían de sus padres, los invade la añoranza y les cuesta aceptar la realidad
A veces, existe más desgaste si uno ya ha sentido el papel de cuidador durante mucho tiempo y esa nueva sobrecarga genera rechazo. Muchos hijos sienten que pierden lo bueno que tenían de sus padres, los invade la añoranza y les cuesta aceptar la realidad. También puede aparecer el miedo al perder referencias sólidas de la vida y dudas sobre cómo será el futuro sin esos padres. Es aconsejable planificar momentos y desconectar de las responsabilidades emocionales, además de compartir cuidados con personas del entorno familiar, como los hermanos y compartir dudas o miedos con amigos cercanos.
Acompañarse de un buen libro puede invitar a la reflexión sobre las experiencias cotidianas que muchas personas pueden reconocer en ese momento de la vida. La periodista Ángeles Caballero ha publicado Los parques de atracciones también cierran, en el que rememora su infancia en los años 80, su adolescencia en los años 90 y la madurez que le llegaría con la difícil etapa del cuidado de sus padres enfermos. Pedro Simón, en Los siguientes, relata las perspectivas de tres hermanos que cuidan a su padre octogenario mientras explora temas universales como la vejez y el vínculo familiar en situaciones difíciles.
La capacidad para cuidar y ser cuidado es inherente al ser humano. Todos vamos a ser cuidadores de alguna persona en algún momento. Por eso sorprende que se haya sobrevalorado la independencia y autonomía en la sociedad actual cuando somos seres radicalmente interdependientes. El aumento de la esperanza de vida hará que sea más común que los hijos acompañen y cuiden de los padres en alguna fase de su envejecimiento. Muchos hijos empiezan a dudar sobre cómo van a ser capaces. Resulta necesario construir un nuevo paradigma donde estos cuidados se valoren y se reconozcan como esenciales y sean compartidos con la sociedad y desde diferentes estamentos. Pero independientemente de esto, cada hijo se enfrentará tarde o temprano al dilema de cómo llevar a cabo ese cuidado. La manera de hacerlo servirá para que el recuerdo de ese periodo, con el paso del tiempo, sea más sereno.
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