Sociedad

El síndrome del momento perfecto

Las redes sociales presentan un escaparate continuo de situaciones idílicas y propuestas interesantes, que encierran la engañosa promesa de un lugar y momento perfectos en los que la hierba crecerá más verde.

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22
mayo
2024

Aplazar las decisiones importantes esperando a que se den las condiciones óptimas no parece una mala idea, pero empieza a ser un problema cuando unas expectativas demasiado altas acaban hipotecando la vida. A las consultas de psicología acuden un buen porcentaje de pacientes envueltos en problemas no solo por malas decisiones, sino también por culpa de una eterna indecisión. Y es que decidir es una tarea que ha sido difícil en todas las épocas; ya en la antigua Grecia lo representaban a través de Hécate, una diosa tricéfala cuya imagen era colocada en las encrucijadas de caminos o trivios, donde cada una de sus caras se orientaba hacia una dirección. Por su vínculo con la elección de caminos, era invocada para tomar decisiones. No obstante, tomar un camino supone rechazar el resto, con todo lo que puede ofrecer. Si entonces ya suponía un gran dilema elegir entre tres caminos, no podemos imaginar a qué superpoder deberíamos recurrir en los tiempos actuales, donde los caminos son infinitos, mientras nuestro tiempo es finito y los recursos limitados.

El psicólogo especializado en Teoría Social Barry Schwartz (1946) presenta la proliferación exponencial de posibilidades en nuestra sociedad actual como algo positivo a priori, pues en su opinión, «la forma de maximizar libertad es maximizando la elección. Cuantas más posibilidades tenga la gente, más libertad tendrá». Podríamos pensar que a un aumento de libertad para elegir le sigue un aumento de bienestar. Pero cuando las posibilidades son infinitas y no queremos equivocarnos, se produce el efecto contrario, que es la llamada «parálisis por análisis», concepto referido a la dificultad para tomar decisiones por una sobrevaloración de las opciones disponibles. Schwartz expuso en su libro La paradoja de la elección: por qué más es menos (2004) la paradoja a la que nos enfrentamos cuando hay demasiadas opciones: la dificultad para elegir acaba provocando parálisis en lugar de liberación. El segundo efecto negativo es que, cuando se consigue elegir, la satisfacción es significativamente menor. ¿Y por qué? Porque cuantas más alternativas tengamos, más difícil es comparar y valorar si nuestra decisión fue la mejor opción.

La dificultad para elegir acaba provocando parálisis en lugar de liberación

El economista y sociólogo Friedrich von Wieser acuñó en 1914 el término «coste de oportunidad» para valorar el bien o ganancia económica al que se ha renunciado al tomar una decisión. El bien alternativo descartado nos daría la medida del coste o beneficio que habríamos obtenido al elegir otra opción. Es algo fácil de valorar cuando nos enfrentamos a un par de opciones, pero se convierte en inconmensurable cuando estas se multiplican, de manera que el «coste de oportunidad» se hace tremendamente complejo de valorar. Más si tenemos en cuenta que este principio no solo sirve para la inversión en criptomonedas, sino que también se aplica a la vida personal, cuyos valores no se pueden traducir en una tabla de Excel.

Si hablamos de todo tipo de oportunidades en el terreno personal, la complejidad para valorar ese coste aumenta y puede aparecer el FOMO (fear of missing out), esa fiebre contemporánea por querer estar en todo, no vaya a ser que la mejor fiesta, el mejor concurso, el mejor evento, la mejor pareja, el mejor trabajo, el mejor contacto… pase por delante y no hayamos podido estar allí o estemos en el sitio incorrecto en el momento apropiado. Un drama, porque el consabido FOMO es una patología psicológica que provoca ansiedad social, arrepentimiento e insatisfacción derivada de la sensación de perderse algo que merece la pena y que otros sí están disfrutando porque supieron elegir cuál era la mejor opción. Aunque hemos visto algo parecido en los antiguos concursos de televisión, donde un concursante ansioso debía elegir una y otra vez entre varias opciones, hasta acabar ganando un apartamento o un lote de detergentes, el FOMO se cree que ha sido propiciado por el uso patológico del móvil y las redes sociales, donde continuamente se sube contenido nuevo, se recibe publicidad personalizada, invitaciones y es un escaparate de la vida de otras personas que habitualmente comparten solo momentos especiales y positivos.

Estas condiciones hacen comprensible que cada vez más personas se sientan atrapadas en lo que popularmente se conoce como el «síndrome del momento perfecto». Ante la imposibilidad de estar en todas partes simultáneamente, de calcular el costo de las alternativas que hemos rechazado, y de ejercer nuestra libertad de elección debido a la «parálisis por análisis», una posible consecuencia es la procrastinación en la toma de decisiones.

Esperar unas condiciones ideales que pueden no llegar a suceder nunca, acarrea unos costes personales que afectan a la autoestima

Las decisiones se retrasan, esperando al momento o la combinación perfecta, cuando no a un análisis elaborado de pros y contras que, sobra decirlo, supone un desgaste mental, emocional y temporal considerable. Esta situación puede dejar a la persona bloqueada, con una gran sensación de impotencia, inseguridad y agotamiento. Ni la misma Hécate podría ofrecer solución ninguna llegados a este punto, ya que el problema supera con creces la capacidad de decisión; no en vano, la diosa de las encrucijadas era también considerada una figura infernal. Esperar unas condiciones ideales que pueden no llegar a suceder nunca, acarrea unos costes personales que afectan a la autoestima, ya que las redes ofrecen demasiados ejemplos aspiracionales con los que compararse. Las altas expectativas ante esa decisión que se va postergando hasta que aparezca esa ocasión ideal, ese «momento perfecto», pueden acabar generando estrés, inseguridad, frustración y miedo al fracaso.

La economista y psicóloga Sheena Iyengar, autora del libro El arte de elegir (2010), demostró con un sencillo experimento sobre la mermelada de un supermercado al que solía acudir, que cuando las personas tienen menos opciones para elegir, consumen más: los potenciales consumidores compraban más cuando disponían de 6 tipos de mermelada para elegir, que cuando tenían 24. Por otra parte, abandonar un perfeccionismo excesivo y fomentar el JOMO (joy of missing out) sería también un buen antídoto a la obsesión por conseguir la mejor opción, disfrutando del momento presente sin estar pendiente de lo que hacen otros, y desarrollando una mentalidad agradecida por lo que se tiene.

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