Derechos Humanos

Desmontando la mutilación genital femenina

La mutilación genital femenina (MGF), que en algunas zonas del mundo afecta al 99% de la población femenina, tiene graves consecuencias en la salud física y mental de las niñas y mujeres que la sufren. Y en algunos casos puede causar incluso la muerte.

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26
abril
2024

«No todo lo que heredamos es un regalo que debemos transmitir / ganamos más de lo que perdemos cuando elegimos avanzar». Son los versos finales de un contundente poema contra la mutilación genital femenina (MGF) de la premiada escritora, actriz, directora y activista Justina Kehinde. Sus palabras son también el colofón de un reciente informe publicado por Unicef, que calcula que actualmente en el mundo hay más de 230 millones de mujeres y niñas supervivientes a esta práctica, que conlleva graves secuelas físicas y psicológicas para toda la vida, y que incluso puede causar la muerte.

¿En qué consiste y por qué se perpetúa esta práctica que, según la OMS y gran parte de la legislación mundial –como la española–, es un delito que vulnera los derechos fundamentales de mujeres y niñas y constituye un tipo de violencia de género?

En muchas comunidades donde se practica la MGF es conocida como «el corte», y se dice de las mujeres y niñas a las que se les ha practicado que «están cortadas». El término fue acuñado en los años 70. En 1991, la OMS recomendó emplearlo en detrimento de otros como ablación, circuncisión, escisión o cirugía. Al hablar de MGF incorporamos «una connotación más negativa, que expresa con mayor amplitud la amenaza, el riesgo, el dolor y sufrimiento que se infringe a las mujeres y niñas», opinan desde Médicos del Mundo.

La OMS considera la MGF como «todos los procedimientos que, de forma intencional y por motivos no médicos, alteran o lesionan los órganos genitales femeninos», y clasifica la práctica en cuatro tipos, en función de su severidad. El tipo I es la resección parcial o total del clítoris (clitoridectomía). El tipo II incluye, además, la resección parcial o total de los labios menores con o sin escisión de los labios mayores (escisión). En el tipo III se produce un estrechamiento de la abertura vaginal. Por último, en el tipo IV se incluyen todos los demás procedimientos lesivos de los genitales externos con fines no médicos, como son la perforación, incisión, raspado o cauterización de la zona. Esta mutilación se produce a diferentes edades, desde el nacimiento hasta la adolescencia.

La MGF es una de las formas de violencia de género más extremas que se conocen

¿Por qué se practica?

«Desde la perspectiva de quienes la practican, la MGF es una práctica que simboliza el rito de paso de la etapa de la niñez a la edad adulta, y tiene un componente social, cultural e identitario muy fuerte», explican desde la Fundación Kirira, que trabaja para erradicar la MGF. Desde la mirada occidental, es una de las formas de violencia de género más extremas que se conocen.

En España, la MGF está tipificada como delito de lesiones y se castiga con pena de prisión de 6 a 12 años e inhabilitación de la patria potestad en el caso de menores, incluso si se ha realizado fuera del territorio. A pesar de ello, se estima que hasta un 15% de las niñas de familias migrantes provenientes de países donde se practica podrían estar en riesgo. El trabajo desde los centros sanitarios y escolares es clave para identificar posibles situaciones de riesgo. En ese trabajo conjunto intervienen también mediadoras culturales, «para construir relaciones de confianza, empatía y cuidados», explica Patricia Llorente, de Médicos del Mundo. Ellas son una figura fundamental para desmontar todos esos mitos que hacen que la MGF se siga transmitiendo de una generación a otra. Enumeramos aquí algunos:

Mito 1. La religión obliga. Ninguna religión exige en sus preceptos practicar la MGF. Es algo que tiene que ver con la etnia y con la zona, pero no con la religión. Por ejemplo, en algunas comunidades cristianas de Nigeria y Camerún se realiza, y hay Estados islámicos donde no se practica, como Marruecos, Argelia o Arabia Saudí.

Mito 2. Ocurre solo en África. Aunque es una práctica culturalmente aceptada en algunas comunidades africanas (siendo el continente más afectado, con más de 144 millones de casos), se realiza también en algunas zonas de Asia (80 millones de casos), Oriente Medio (6 millones de casos) y en algunas comunidades indígenas de Latinoamérica.

Mito 3. Es como la circuncisión masculina. No son prácticas que puedan compararse. La circuncisión no produce las mismas repercusiones negativas en los hombres, ni en su salud ni en su sexualidad.

Mito 4. Es más higiénico. Al contrario, la MGF puede provocar hemorragias, infecciones vaginales y urinarias, enfermedades e incluso la muerte.

En España podrían estar en riesgo hasta un 15% de las niñas de comunidades migrantes provenientes de países donde se practica

Mito 5. Es bueno para las niñas. Además de afectar su salud física, la MGF repercute en su salud mental, ya que puede provocar, entre otros trastornos, estrés postraumático, ansiedad o depresión.

Mito 6. Garantiza que la mujer llegue virgen al matrimonio y sea fiel. La fidelidad o el mantener relaciones sexuales antes de casarse no depende de tener o no clítoris.

Mito 7. Son costumbres que hay que respetar porque «siempre se ha hecho así». El peso de la tradición y la presión familiar se deben contrarrestar con la evidencia de las graves consecuencias para la salud femenina.

Una erradicación necesaria

Es evidente que en cada sociedad existen diferentes códigos culturales. Abordar el tema requiere entender unas creencias firmemente arraigadas –se han hallado momias en Egipto datadas en torno al 2.000 a.C. con la mutilación realizada–, para no estigmatizar ni juzgar a las familias. Pero es urgente focalizarnos en los derechos de millones de niñas y mujeres.

Aunque las cifras a nivel global descienden poco a poco, los avances en la erradicación siguen siendo lentos, especialmente en los lugares donde está más extendida, como Somalia, donde el 99% de la población femenina entre 15 y 29 años sufre la mutilación. Para ponerle fin, como propone la Agenda 2030, el ritmo mundial de reducción debería ser 27 veces más rápido.

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