Sociedad

No disparen, soy la dignidad

Con la dignidad pasa como con la palabra amor que, de boca en boca, deforma su significado esencial. La dignidad es un concepto mal entendido, la gente dice que se «indigna», sin saber a qué se refiere con el término. Ese vacío o desidia por el concepto sacral de la dignidad es aprovechado por los que la enuncian, para animar a la guerra.

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11
abril
2024

Con la dignidad pasa como con la palabra amor que, de boca en boca, deforma su significado esencial. La dignidad es un concepto mal entendido, la gente dice que se «indigna», sin saber a qué se refiere con el término. Ese vacío o desidia por el concepto sacral de la dignidad es aprovechado por los que la enuncian, para animar a la guerra. Hay una obviedad en cuanto a la aventura de vivir en paz, sin embargo, ello se pierde de vista. Acordar un concepto unívoco sobre la dignidad pone las cosas en su lugar.

La reciprocidad bélica supone que, si me disparan, respondo; si me dañan, perjudico y si me aniquilan, habrá venganza. Solo se concibe la guerra sin pausa, porque detenerse supondría vergüenza por ceder terreno. Los guerreristas no permiten un entretiempo que enmarque la guerra en dignidad. La resignificación de las contiendas y el triunfo, está incluso aludida por Sun Tzu en El arte de la guerra: «Someter al ejército enemigo sin necesidad de pelear, esa es la mayor habilidad». Intentando un sincretismo lógico, el alto al fuego es la oportunidad de reconocer la sinrazón y atender a lo común de las partes, lo ontológico.

El alto al fuego para pensar la dignidad

El alto al fuego es la oportunidad de reconocer la sinrazón y atender a lo común de las partes

Aristóteles sitúo la característica racional del hombre como lo superior a otras especies de la naturaleza. Tal cualidad constituye un atributo excelso, perdido de vista. No obstante, la guerra desnaturaliza lo humano y nos vuelve fieras insaciables. Aristóteles se refirió a la «ciencia práctica» que se encarga de buscar la «verdad práctica» (Metafísica), es decir, la bondad moral de los actos humanos mediante el juicio racional de los mismos con base a la ley natural. En el mismo norte, Tomás de Aquino insistió en que este carácter racional es el determinante de la inmensa dignidad del hombre: «En cuanto a la semejanza de la naturaleza divina, la criatura racional parece llegar a constituir una representación específica, en cuanto que imita a Dios, no solo como ser viviente, sino como inteligente» (Suma teológica).

En ese sentido: ¿dónde quedó nuestra inteligencia?, ¿confundida con astucia y emoción primaria? El guerrero y la ausencia de piedad representan a una criatura confundida por himnos patrios y constituciones políticas que lo envalentonan para «dignificar la nación», antes que a la vida. Una dignidad mal entendida y enconada transforma la sensibilidad en emoción. Es fundamental el alto al fuego para recobrar la dignidad humana. Una pausa en los conflictos puede ser el «caer en la cuenta», el «volver en sí» de los oponentes, trascendiendo los ambiguos debates sobre quién disparó primero. El principio de acuerdo en la guerra debe permitir el razonamiento en cuanto a lo digno (merecimiento por lo constitutivo de ser) y distinguirlo de lo dañino al hombre (lo que no dignifica, que no se merece); ambos impávidos en la batalla, ante una naturaleza que nos hace iguales.

La dignidad aniquilada

Los supervivientes de la guerra cargan con la pesadumbre posmoderna del «estrés postraumático», la traducción de andar con duelo, paranoia, tristeza y frustración; deshumanización. El alto al fuego debe ser un imperativo en el desarrollo del conflicto, un código de guerra para pensar la dignidad. Concordantes antes que vencidos y vencedores. Hoy nadie gana una guerra con honor y gloria, solo con bajas y aniquilamiento, se pulsa por el más fuerte. ¿Qué gana realmente el país o bloque que dice haber triunfado?, ¿a costa de qué triunfó?, ¿qué está definiendo el Derecho Internacional Humanitario como «humano»? La reflexión sobre la guerra incluye: ¿por qué eliminarnos? ¿En nombre de qué o quién nos eliminamos? Las posguerras dejan testigos muertos en vida.

Hablemos de vida digna antes que de muerte digna

El máximo precepto militar debe ser el de «no dañar», un mandato superior al de «no matar», no vulnerar la vida ni con el arma química, mal pregonada como «muerte con dignidad». La dignidad está junto a la vida, no es solo vida, es vida con dignidad, no muerte mitigada eufemísticamente con tiros de gracia en gesto de consideración. El nuevo mundo deberá concebir una «cultura de la dignidad», apoyada en el imperativo categórico kantiano: «Obra de tal modo que uses la humanidad tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro siempre a la vez como fin, nunca meramente como medio» (Fundamentación de la metafísica de las costumbres).

Urge un acuerdo por la dignidad que rechace la muerte con «honor» en los campos de batalla, una romantización macabra que enuncian como muerte digna, con sepultura digna y honores militares póstumos que enaltecen la institucionalidad antes que a la persona. Hablemos de vida digna antes que de muerte digna. Las cosas por su nombre.

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