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«Si quien manda tolera la risa es porque puede que vaya en beneficio suyo»

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02
abril
2024

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Uno de los hechos más impactantes del ya alejado 2005 fueron las reacciones multitudinarias y virulentas que causaron doce caricaturas sobre Mahoma publicadas por el periódico danés conservador ‘Jyllands-Posten’. El ensayista Daniel Gamper (Barcelona, 1969) quiso retomar sus escritos de ese entonces y, aunque el resultado final se apartó un tanto del propósito inicial, ha escrito un ensayo sobre la risa compartida, la que se provoca sobre la colectividad. ‘¿De qué te ríes? Beneficios y estragos de la broma’ (Herder) analiza los efectos de esta expresión a partir del vínculo entre la risa y la violencia.


De un agelasto, es decir, de alguien que nunca se ríe, ¿conviene huir como del diablo?

Te diría que no. Alguien que no es capaz de reírse suele tener alguna patología. En los casos de niños, seguramente nadie les sonrió. Quien no es capaz de este tipo de expresión, la risa, merece más nuestra compasión. Otra cosa es que hablemos de un aguafiestas, del tipo que no quiere reír voluntariamente cuando todo el mundo lo está haciendo en su presencia.

¿Cuándo hay que tomarse la risa en serio?

Cuando se la estudia hay que tomársela en serio. Y se ha pensado sobre ella desde Aristóteles, aunque Platón también la menciona. Es un fenómeno que vale la pena estudiar; entonces nos la tomamos en serio, porque nos damos cuenta de que no es banal. Baste un ejemplo: la mayor concentración popular que se dio en Francia tras la liberación de París, al final de la Segunda Guerra Mundial, es una concentración para defender el derecho de los dibujantes y escritores satíricos a hacer bromas.

Hoy en día, con el entramado de lo políticamente correcto, ¿cuesta más reírse?

No creo que sea así, siempre hay cosas de las que una sociedad o un grupo de personas no se ríe, cada época tiene su moral, y también afecta a la risa desde que existen estas risas masificadas, provocadas a través de los medios de comunicación. Cada chiste tiene su naturaleza, su propósito, y ha habido, a lo largo del tiempo, cuestiones vetadas para ellos. Ahora quizás uno presta más cuidado de aquello de lo que se ríe en privado, y es frecuente escuchar que «si nos oyeran, si esto lo dijéramos en público, se nos echaría encima tal o cual colectivo». Ese es un discurso interesante, por qué determinadas bromas se pueden hacer en privado, pero no en público. Con todo y con ello, la gente sigue haciéndolas. Y se ríe.

«En cada momento hay una moral que sirve de límite sobre aquello que puede ser objeto de risa»

¿Quién sanciona aquello sobre lo que nos podemos reír?

La propia sociedad, en cada momento hay una moral que sirve de límite sobre aquello que puede ser objeto de risa, esa moral pone limite a lo desagradable, al mal gusto, a lo feo, a lo discriminatorio. Decide qué es y no risible. Hoy en día tenemos a los programadores de contenidos de humor, ahí sí vemos que cada canal o cada humorista o guionista tiene su veta particular, y sancionan aquello de lo que nos podemos reír. Hasta la década de los 90, nadie se podía reír de la monarquía, hasta que, en la televisión catalana, salió un individuo imitando al rey. Se dice que la propia Casa Real envió sus quejas, pero ese tipo abrió la veda. A veces no nos reímos de determinadas cosas hasta que alguien es lo suficientemente atrevido para hacerlo y la cuestión pasa a ser objeto de risa.

Ahora que menciona el ejemplo de la monarquía. ¿Hasta qué punto el humor pone en entredicho el objeto de la broma y de qué modo, al mismo tiempo, lo consolida?

Este asunto que planteas es muy interesante. Por una parte, hay un elemento desacralizador en la risa, los que ríen tienen la sensación de que basta esa risa para compartir el hecho de que el emperador está desnudo. Se comparte entre los que ríen la sensación o creencia de que con esa risa están cuestionando al poder, incluso contribuyendo a despotenciar ese poder con la risa. Pero la risa también consolida ese poder, en cierto modo. Lo vemos en los programas de televisión en los que se emplea la sátira política. Todo político quiere ser objeto de sátira porque es una manera de mostrar su importancia. Por eso todos quieren estar ahí, ser parodiados y, a través de la risa, convertirse en un político mainstrem. La risa tiene un efecto desacralizador y normalizador. No está claro que solo riendo se desacralice algo realmente, ni que se reste autoridad a quien la tiene; de hecho, si observamos el ejemplo del bufón, al que se le permite la risa magnánimamente por parte de quien manda, podemos deducir que el que ostenta el poder no ve un peligro en la risa. Si quien manda tolera la risa es porque puede que vaya en beneficio suyo.

El naturalista Herber Spencer hablaba de los beneficios saludables de la risa…

Es que tiene muchos, la risa es útil, es muy agradable estar con amigos y reír, al reír segregamos endorfinas, que provocan un efecto plácido y tranquilizante. Otra cosa es pensar qué provoca la risa en quien es objeto de ella.

¿Cómo se distingue una risa auténtica, sincera, de una falsa?

Propongo un lectura de la risa un poco provocativa cuando sostengo que gran parte de las risas son falsas. ¿Por qué? Porque somos capaces de modular la risa, no reímos igual dependiendo de quién haya hecho la broma, no siempre miramos a la cara de quien la ha hecho, reímos más alto o más bajo, nos reímos o no con el mandamás, como una manera de demostrar que se le reconoce la autoridad… De modo que la risa también tiene la función social de marcar jerarquías y nos adaptamos a las circunstancias. Sí, la risa, en general, es falsa. Pensemos en las risas con las que reaccionamos a chistes que no hemos entendido, pero reímos para no parecer tontos, o en el mismo cómico, que va introduciendo su propia risa a medida que cuenta la broma para aprovechar el poder contagioso de la risa, como ocurre con el bostezo. Los otros comienzan a reír, por empatía. Hay risas auténticas, aquellas que no podemos controlar, la de las cosquillas, por ejemplo. Aquella risa que surge de manera involuntaria, aquella en la que es el cuerpo quien se ríe en nuestro lugar, esa risa que nos posee. La que no se puede contener, la de los niños ante la autoridad.

Habla en su ensayo de la risa como mercancía, como producto que el capitalismo ha engullido y hecho suyo…

Cuando reímos, esto es cosa de médicos, segregamos diversas hormonas relacionadas con el placer. El placer es algo que, cualquiera que quiera vendernos algo, quiere provocar en nosotros. Muchos contenidos audiovisuales están montados para procurar una sensación placentera y evitar que pensemos en lo realmente importante. Podríamos ver estas hormonas como el botín de la industria cultural y, por tanto, como algo que se emplea por parte de distintos operadores de productos virtuales para atraer audiencia. Podríamos analizar la risa como objeto condicionado por parte de la industria cultural del capitalismo, tal y como la definían ya Adorno y Horkheimer en su Dialéctica de la Ilustración, donde nos recomendaban ser críticos con ciertos contenidos y ver qué o quién quiere nuestra risa, quién o qué requiere y para qué nuestra atención. El capitalismo utiliza la risa para atraer nuestra atención.

«La risa también tiene la función social de marcar jerarquías»

¿Dónde acaba la broma y comienza el daño?

Podría ser que todas las bromas tuvieran un elemento de daño o de agresividad, que toda risa tuviera un elemento de agresividad o de violencia, como algunos sostienen. Al reír, se enseñan los dientes prominentes, como indicando que podemos morder al otro, de ahí la risa mordaz, de modo que hay bromas blancas, aquellas que no se ríen de nadie, en las que nadie es objeto de la risa, de las que todos se pueden reír pero, por lo general, esto ya lo apunta Bergson en su ensaño sobre la risa, toda risa provocada incluye un elemento de agresividad o ridiculización; lo ridículo nos hace reír; cuando alguien ha hecho el ridículo, nos reímos, y causamos un daño, mayor o menor, al que ha hecho el ridículo. La risa suele estar vinculada a algún tipo de daño en el otro, aunque sea tan pequeño que el otro siquiera lo aprecie. Si alguien simplemente se da un pequeño golpe, inocuo, pero provoca la risa de quienes lo han visto, acaso duelan más esas risas que el propio golpe.

¿Podríamos decir que la risa es pornografía y la sonrisa, erotismo?

[Risas]. Sería una buena manera de explicarlo. La risa suele darse con la boca abierta, es más es impúdica; la sonrisa suele ser sutil, tener connotaciones que no siempre están claras, baste el ejemplo de la Gioconda, con esa sonrisa tan vaga y tan evidente al tiempo. Detrás de una sonrisa no siempre sabes qué hay. La risa, en cambio, deja ver el interior de la boca de una persona, quizá por eso muchos se tapan la boca cuando ríen, por vergüenza de mostrar una parte de su cuerpo, porque siempre hay algo impúdico en reír. Esto, de hecho, estaba codificado en los manuales de urbanidad dirigidos a mujeres, donde se les indicaba cómo tenían que reírse, de manera discreta, muy discreta, nunca con la boca abierta porque eso era mostrar una parte de su cuerpo, la lengua, los dientes, incluso el paladar. Por fortuna, hoy podemos reírnos libremente y no hay nada desagradable en contemplar a un grupo de gente riendo a carcajadas.

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