Cultura

«En los cuentos maravillosos no hay un final feliz, hay un final reparador»

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17
abril
2024

Érase una vez una niña a la que su abuela nunca le contaba cuentos. Esa niña, Ana Cristina Herreros (León, 1965), se convirtió en filóloga especialista en narración oral, mundo en el que es conocida como Ana Griott. Con más de una decena de libros publicados, tres de ellos Premio Nacional del Ministerio de Cultura al Libro Mejor Editado en 2008, 2010 y 2021, es escritora, editora y fundadora de la editorial Libros de las Malas Compañías. De su experiencia en la infancia «escuchando el silencio» de su abuela, aprendió a dar voz a quienes «no cuentan». Nos acercamos con ella al simbolismo y la magia de los «cuentos maravillosos».


¿Por qué contamos cuentos?

Contamos cuentos para vivir. Nos anclan a nuestro pasado, a la gente que nos precedió. Los narradores somos la voz de los que ya no están y traemos la enseñanza de esa gente que, a su vez, traía esas palabras de otra gente que no estaba. No tienen forma escrita, están hechas de aire, pero conforman esas raíces profundas de todo ser humano. Venimos al mundo no con un pan debajo del brazo, sino con una biblioteca, con todo un acervo de historias familiares y no familiares, locales y universales que nos anclan en esto que es la humanidad y que es la vida. Esos cuentos son las raíces, como en el bosque. Lo que conforma el bosque de verdad es lo que no vemos. Los cuentos nos traen eso que no vemos, esa forma de identidad y de memoria que tiene que ver, por ejemplo, con esa seguridad de que por muy desobediente que seas, si caes en la tripa de un lobo, alguien te va a sacar. Esa confianza absoluta en el otro y esa identidad. Ahí hay un agarre a ese vínculo que se establece con el otro sobre esas raíces que van tejiendo ese yo y ese . El ubuntu, que está tan de moda ahora, pero que en el fondo está en los cuentos tradicionales de todo el mundo.

¿Qué nos revelan los cuentos sobre la naturaleza del ser humano y sobre nuestra propia cultura?

Los cuentos son universales. Todos los cuentos «maravillosos», atención, porque hay muchos tipos de cuentos: novelescos, de animales, maravillosos… Hay motivos universales, tanto en los cuentos maravillosos como en las leyendas. Los cuentos hunden sus raíces en tiempos inmemoriales, cuando los hombres y las mujeres comenzaban a ser hombres y mujeres. Lo que se percibe cuando haces un trabajo de campo localizado es que la gente le pone a los cuentos tradicionales lo que tiene. El elemento mágico en el Mediterráneo es la naranja, el olivo… En África, en la zona subsahariana, es el baobab, el pan de mono… Por ejemplo, cuando una mujer busca un hombre perfecto, se casa con un animal. Entre los inuit es un oso polar, pero en Senegal el animal con el que se casa es una serpiente. Cambia eso, pero lo que cuenta es lo mismo.

«A Blancanieves nunca la despertó nadie con un beso»

¿Crees que se están perdiendo las tradiciones orales?

Yo creo que no. Antes, cuando tú querías escuchar un cuento de Mozoncillo del Camino, tenías que irte a Mozoncillo del Camino. Ahora, te metes en la página del Ayuntamiento o de alguna asociación y alguien ha recogido los cuentos, incluso los puedes escuchar en versión oral. De hecho, en un mundo donde de pronto lo visual se convirtió en algo imperante, regresa otra vez el gusto por la palabra escuchada –mira el auge de los audiolibros–, y por esas imágenes que uno construye a partir de lo que escucha. En un momento donde todo es tan frío y la relación con la máquina no produce apego, cada vez son más necesarios los cuentos y las maneras de contar.

Tu trabajo, además de contar, tiene mucho de escuchar. ¿A quiénes has escuchado y por qué?

Escucho fundamentalmente a mujeres, porque son las depositarias de los cuentos maravillosos. Ahora me voy a ir a Sarajevo, porque estuve en verano escuchando a las mujeres bosniacas musulmanas, que fueron violadas por los serbios. Y no cuentan cuentos maravillosos. Sí que hay, porque encontramos una edición de 1906 de cuentos maravillosos recogidos por una mujer. O sea, hay la tradición oral, pero no los quieren contar.

¿Por miedo?

Porque no ha habido un reconocimiento de su daño ni una reparación, y todos los cuentos hablan de la reparación. Para poder contar necesitan reparar. Pero fíjate, no me quisieron contar a mí. Hicimos un proyecto con el ministerio del cantón de Goražde para que los niños fueran a preguntarles a las abuelas por los cuentos. Y las abuelas les contaron los cuentos. Hay un vínculo directo entre esa necesidad de reparación y los cuentos maravillosos. Yo no sé qué pasará ahora en Palestina. Las mujeres palestinas contaban La Jrefiyye, un cuento maravilloso, y ahora, ¿dónde van a quedar esos cuentos? Hemos publicado un volumen de cuentos de Ucrania porque están llegando muchos niños ucranianos que van a perder su vínculo con sus abuelas, porque, aunque sean universales –y, de hecho, se parecen mucho a los rusos–, tienen elementos que los convierten en ucranianos. La descripción de los bordados o de las ropas que llevan, el tipo de personajes que aparecen… Hay esa pátina de lo local que lo construye, algo que es como la voz de tu abuela.

«En un mundo donde de pronto lo visual se convirtió en algo imperante, regresa otra vez el gusto por la palabra escuchada»

¿Siempre son las abuelas las que suelen contar cuentos?

Abuelas, madres, tías, primas… las primas son grandes contadoras de cuentos.

¿Y no hay hombres contadores?

¿De cuentos maravillosos? Hay, pero en muchísima menor medida. La primera mención que tenemos de los cuentos es «los cuentos de vieja» que se citan en el mundo griego. Cuando llegan a la menopausia tienen derecho para contar lo que les dé la gana. Hay esa libertad de dejar de ser un objeto. Haber perdido tu función reproductora te permite contar lo que quieras. Las mujeres han sido siempre las que han contado los cuentos porque las mujeres somos las dueñas del hogar, de la lumbre. En ese fuego viven los manes y los penates, los espíritus de los antepasados, y las mujeres somos las dueñas de ese fuego que transforma lo crudo en lo cocido y la palabra en relato. Y da origen a la cultura.

¿Los cuentos se han contado siempre alrededor del fuego?

Claro. Hay un tipo que encontró un hornillo en una cueva en Sudáfrica [la cueva de Wonderwerk] que tiene 2,5 millones de años y dice que en el estrato por debajo del hornillo había un depredador, un tigre de dientes de sable, que diezmaba la población. Y por encima del hornillo ya no hay muertos por acción del depredador, aunque sí aparece. Entonces concluye que el fuego aumentó las horas de luz, permitió a la gente congregarse alrededor y que las primeras palabras del lenguaje humano fueron para dar cuenta del horror, para hablar del depredador, de cómo esquivarlo, de dónde estaba… Que gracias al uso de la palabra narrada el ser humano consiguió vencer a ese depredador. Juntos. Todos los cuentos maravillosos nos hablan de que el otro no es el que te mata, sino el que te ayuda. En todos aparece la figura del donante, que no es el mayor, como en la épica o en los relatos caballerescos. Es el pequeño, el que no es el más guapo ni el más listo, el tocado por la fragilidad, por lo femenino, que no va centrado en la consecución del logro, sino que se detiene a compadecerse del que sufre. Y ese que sufre se revela como el donante, como el que tiene el don o el objeto que le permite restituir el desequilibrio por el que se ha puesto un camino, encontrarse con lo femenino y regresar al lugar de donde ha partido.

En la vida real, ¿todo el mundo tiene algo que contar?

Los que menos cuentan más que nadie. Porque la cultura escrita excluye a millones de personas. En nuestros libros para niños, el protagonista siempre es un niño de un hogar heteronormativo y de clase media. Lo escrito excluye a muchísimas infancias. Sin embargo, en los cuentos maravillosos todas esas personas están reflejadas, porque yo digo «había una vez una niña» y esa niña puede ser cualquier niña. De hecho, no hay familias heteronormativas en los cuentos.

«Era la madre quien abandonaba a los niños, no la madrastra, pero a la sociedad burguesa aquello le sonó un poco mal»

Has recorrido medio mundo recopilando la tradición oral de muchos lugares: Sáhara, Senegal, Camerún, Mozambique, Madagascar, Albania… ¿cómo ha sido esa experiencia escuchando tantas historias?

He escuchado en muchos sitios. En España también, sobre todo en lugares donde no se ha hecho, o donde quien lo ha hecho ha sido gente vinculada a la Iglesia. Y claro, no se le cuenta lo mismo a un cura que a una mujer que llega. Justamente ese ninguneo que tenemos las mujeres, esa carencia de valor, nos permite ser muy buenas escuchando, porque nadie tiene que aparentar nada delante de ti. El primer sitio donde hice una escucha grande fue en Senegal, en Casamance. Luego estuve en los campamentos de refugiados escuchando a las mujeres, a los niños y a las niñas. Ahí hice sesgo poblacional, porque los hombres ya están muy representados. Y luego estuve escuchando también en Mozambique a los albinos y albinas. En Camerún, en la selva, a los pigmeos y pigmeas. En Madagascar solamente a las niñas. Y a algunas mujeres de su entorno, pero sobre todo a las niñas que escaparon de la red de prostitución. He escuchado a las mujeres wayúu en el desierto de La Guajira, en Colombia. Estuve escuchando a las mujeres lickanantay en el desierto de Atacama y a las mujeres huilliches de la isla de Chiloé [Chile] también. Viajo mucho por Latinoamérica, así que siempre escucho. He estado escuchando también a las mujeres raizales en la isla de San Andrés [Colombia]. Escucho a veces historias de vida, otras veces historias tradicionales.

En nuestra cultura, mucha gente piensa que los cuentos son cosa de niños.

Los cuentos nunca fueron de la infancia, se vuelven de infancia cuando aparece el concepto, en el siglo XIX con el romanticismo alemán. Los niños se vestían de mayores. Tú ves fotos antiguas y ves a tu abuelo vestido de niño y parece un señor. No había ropa para niños, ni literatura para niños, no había nada para niños. A finales del siglo XVII principios del siglo XVIII, que es cuando empiezan a escribirse esos cuentos que circulaban en versiones orales, no eran para niños, eran para entretenimiento de las Cortes. Barbot de Villeneuve escribe La Bella y la Bestia para entretenimiento de sus salones literarios, Perrault escribe los cuentos para entretenimiento de la Corte del Rey Sol, pero no eran para niños. Tenían muchos elementos eróticos velados en forma de palabras de doble sentido que los niños no entendían, pero las mujeres sí. Un niño se convertía en hombre cuando aprendía a entender el lenguaje de las mujeres, no antes.

«La gente dice que los cuentos son machistas porque no entiende que un cuento es una ficción»

Muchos cuentos tradicionales, vistos con la mirada de hoy nos parecen machistas o políticamente incorrectos.

Nos parecen machistas porque los grandes recopiladores fueron hombres vinculados a la Iglesia. Y como te decía, a un cura no se le cuenta lo mismo. Los Cuentos prohibidos noruegos de Asbjornsen y Moe son supermasculinos. ¿Quién le cuenta un cuento erótico a un cura? Una mujer, no. Y Moe era cura. Dependiendo de quién, los cuentos que recoge son unos u otros. Los cuentos son para niños desde el siglo XIX. Los hermanos Grimm, de la primera versión a sus segundas ediciones, modificaron un montón de cosas. Por ejemplo, era la madre quien abandonaba a los niños, no la madrastra, pero a la sociedad burguesa aquello le sonó un poco mal. Los niños se abandonan para que se hagan hombres y mujeres, porque si no los abandonas, te los comes. Acaban en tu tripa, que somos muy ogras todas. La gente dice que los cuentos son machistas porque no entiende que un cuento es una ficción. Y, en segundo lugar, porque los cuentos hablan el lenguaje de lo simbólico. Que agarren a la madrastra y la tiren de los pelos no es violencia, es justicia. Ella que ha querido ser más bella, que no ha permitido que su hija se construya como mujer –porque ella pierde su papel de madre– acaba agarrada por los pelos, símbolo de lo femenino.

Pero, aun así, los cuentos se van adaptando con el tiempo, como decías que hicieron los hermanos Grimm, ¿habría que actualizar los cuentos clásicos o conservarlos en su versión tradicional?

Cuento tradicional significa que perviven variantes. Hay muchas maneras de contar un cuento. No hay una, una es la de Disney.

¿Disney ha hecho daño?

Disney ha hecho mucho daño, porque Disney sí que es muy machista en los cuentos. Nunca hubo beso en la Blancanieves. El beso es de Disney. A las mujeres no nos ha despertado jamás el beso de nadie. Pero eso está en los cuentos tradicionales. Entonces, no es que haya que cambiarlos, hay que ir a las versiones que cuentan las mujeres, ver qué cuentos construían esa identidad e intentar rescatar desde ahí.

Y entender toda esa simbología del bosque, el lobo, la madrastra, el ogro, las hadas…

Claro, mira dónde acaba siempre el lobo. A mi nieto le encantan los cuentos de lobos, el de Los tres cerditos, Los siete cabritos, el lobo feroz de toda la vida. ¿Por qué? Porque él tiene una forma de hablar del miedo que es a través del lobo. Yo espero que no se encuentre con ninguna maestra que haga de ese lobo un lobo bueno. Le gusta también La oveja que vino a cenar donde hay un lobo bueno, pero él sabe que estos cuentos donde hay un lobo feroz son otra cosa. ¿Dónde acaba el lobo feroz? Con el culo quemado cuando se intenta comer a los cerditos.

«Si no pedimos la justicia en los cuentos, ya me dirás cómo la pedimos en la vida»

Se restituye la justicia.

Hombre, no se puede hacer amigo de los cerditos, no me fastidies. Los otros lobos, ¿dónde acaban? En el agua, que es lo femenino, que fluye. Es muy importante no convertir al lobo en bueno, ni al gato de La ratita presumida, porque es un depredador. Ese gato habla de una historia de violencia de género. No puedes decir «y se hicieron amiguitos», no, perdona, porque tú no te haces amigo de tu depredador, porque te mata. El depredador, lejos.

¿En los cuentos maravillosos tiene que haber siempre un final feliz?

No hay un final feliz, hay un final reparador. Siempre en los cuentos «maravillosos» –atención, ¿eh?–, triunfa la justicia. Si no pedimos la justicia en los cuentos, ya me dirás cómo la pedimos en la vida. Tiene que haber la instauración de la justicia, la reparación del daño y el regreso convertido en rey, que es un símbolo. ¿Y dirías que los cuentos son monárquicos? Por favor, es un símbolo. Rey significa dueño de tu propia vida. ¿Quién es el rey en los cuentos tradicionales? El rey es el que es dueño de lo que come, de lo que produce. Ese es el rey, no es el rey con corona que se va a cazar elefantes a África. Ese no es el rey de los cuentos. Todo es un símbolo. Es muy importante respetar ese mundo.

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