Educación
Subir el Everest no es suficiente
Para cualquier estudiante de doctorado, terminar la tesis doctoral simboliza su propio Everest: un largo camino plagado de incertidumbres sobre su futuro profesional, miedos a cometer errores o no estar a la altura, y ansiedad por el tiempo y esfuerzo invertidos.
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Para cualquier estudiante de doctorado, terminar la tesis doctoral simboliza su propio Everest: un largo camino plagado de incertidumbres sobre su futuro profesional, miedos a cometer errores o no estar a la altura, y ansiedad por el tiempo y esfuerzo invertidos. Sin embargo, también es un viaje lleno de experiencias únicas, como la satisfacción de descubrir algo nuevo, aprender nuevas habilidades o colaborar con otros profesionales.
En España se publican cada año una media de 11.000 tesis doctorales. Al igual que alcanzar la cima del Everest, finalizar la tesis doctoral marca un antes y un después en la vida de estos investigadores. Pero llegar allí no es el final del camino. Muchos doctores se enfrentan a la etapa posdoctoral con una sensación de vacío. Sufren de precariedad laboral debido a la escasez de contratos estables y bien remunerados, y se ven abocados a buscar mejores oportunidades en otros países.
España lidera la fuga de talentos en Europa, con demasiados investigadores que emigran al extranjero en busca de mejores condiciones. Los últimos datos indican que los más jóvenes son los que antes se van. Muchos no confían en la posibilidad de volver a trabajar en su país a corto plazo y dudan de que su situación laboral vaya a mejorar pronto.
Este choque de expectativas afecta a su salud mental. En el camino a la cima, preferimos interiorizar nuestros miedos en lugar de hablar abiertamente de ellos. Pero la evidencia acumulada en los últimos años ha revelado la escala del problema. Por ejemplo, un artículo publicado en la revista Nature en 2018 mostró que los estudiantes de doctorado tenían seis veces más riesgo de sufrir ansiedad y depresión que la población en general. Otro estudio de RAND Europe publicado en 2017 señalaba que los estudiantes de posgrado mostraban niveles más altos de depresión, problemas emocionales y estrés.
Los doctorandos tienen seis veces más riesgo de sufrir ansiedad y depresión que la población en general
En el caso del Reino Unido, por ejemplo, las estadísticas indican que los universitarios presentan uno de los niveles más altos de trastornos mentales comunes, con una prevalencia en torno al 37%. Otra encuesta publicada por el diario británico The Guardian mostraba que el 75% de los académicos con problemas de salud mental sufrían depresión, el 42% ataques de pánico y el 15% trastornos alimentarios. Un estudio con estudiantes de posgrado en Bélgica descubrió que el 51% de doctorandos declaraban al menos dos síntomas de angustia psicológica. Estos resultados alertan de la alta prevalencia de ansiedad y depresión entre este grupo de población.
Sin embargo, a pesar de su prevalencia, estos problemas continúan siendo «silenciados» en el ámbito investigador. El mismo informe de RAND Europe señala que solo el 6,2% del personal de las instituciones de enseñanza superior del Reino Unido revelaron a su universidad un problema de salud mental. Además, una encuesta realizada entre el personal y los estudiantes de dos universidades australianas puso de manifiesto que la mayoría de los participantes no informaría a su empleador de su estado de salud mental.
A esta situación han contribuido la incertidumbre sistémica, la desproporción entre el tiempo y esfuerzo invertidos (muchos doctores trabajan una media de 50 horas semanales) y la seguridad laboral obtenida, la escasez de puestos vacantes para el alto número de candidatos y, en muchos casos, la percepción de que la remuneración por su trabajo no es adecuada.
¿Qué soluciones existen? Es necesario aumentar la inversión en investigación a través de ayudas y crear más oportunidades laborales para los jóvenes investigadores. También es importante mejorar las condiciones de trabajo ofreciendo contratos estables y mejor remunerados. Estos contratos deben incentivar la formación de los investigadores en otras competencias tan necesarias como la docencia y la transferencia del conocimiento.
En términos operativos, se requieren más contratos posdoctorales asociados a proyectos consolidables y vinculaciones contractuales como investigadores junior que permitan desarrollar una línea de investigación propia e impartir docencia. Básicamente, debería poder lograrse lo que todas las agencias de evaluación de la calidad docente e investigadora exigen para acreditarse.
Esta evidencia es una llamada de atención para el mundo académico y los expertos en políticas públicas. Es necesario considerar nuevas estrategias de intervención. Algunos investigadores han empezado a tener más en cuenta la salud mental de sus equipos. Otros prefieren seguir ignorando el problema. Pero el futuro de la investigación en España depende del cuidado de nuestros nuevos doctores. Para ello, su salud mental debe convertirse en una prioridad.
María José García Rubio es codirectora de la Cátedra VIU-NED de Neurociencia global y cambio social del Vicerrectorado de Investigación y Transferencia de VIU; Jose Piquer Martínez es director de la Fundación NED.
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