Opinión

La zona de interés

¿Hasta qué punto somos capaces de cauterizar nuestra conciencia?

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25
marzo
2024
‘Shalekhet’ (Hojas caídas), instalación de caras metálicas en el Museo Judío de Berlín. Obra de Menashe Kadishman.

«… Muchos historiadores, al menos desde C. Browning, han recalcado que los nazis, incluso aquellos que estaban perpetrando las matanzas, eran gente corriente y moliente, ordinary people, que vivían una vida normal y familiar, aunque su domicilio y el de su esposa e hijos estuviese en Auschwitz, como le ocurría al comandante del campo R. Höss». Paz Moreno Feliu, En el corazón de la zona gris. Una lectura etnográfica de los campos de Auschwitz. (Trotta Editorial, 2019).

Tras ver La zona de interés, película que acaba de ser galardonada con el Óscar a la mejor película internacional y el mejor sonido, no pude evitar que me vinieran a la cabeza las palabras que escribe Paz Moreno Feliu y que encabezan este texto. Tampoco el concepto «banalidad del mal» que acuñara Hannah Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén refiriéndose a Adolf Eichmann, uno de los nazis responsables de «la solución final».

La película expone la plácida vida familiar de Rudolf Höss, comandante del campo de concentración de Auschwitz. El matrimonio, formado por Höss y Hedwig, y sus cinco hijos viven colindantes al campo en una vivienda unifamiliar con un jardín que la esposa de Höss ha convertido en un vergel con la inestimable ayuda de un botánico polaco que trabaja como jardinero. Los niños van a pescar o navegar con su padre por el río Sola, que transcurre a orillas del campo de concentración de Auschwitz y pocos kilómetros después desemboca en el Vístula. Las tardes transcurren tranquilas alrededor de la piscina.

La película, dirigida por Jonathan Glazer, también autor del guion, sorprende porque tratando del holocausto las únicas imágenes del campo de concentración son de las torres de vigilancia que se divisan desde el jardín de la casa familiar, mientras el foco se centra en la apacible vida doméstica de la familia Höss. Sin embargo, pese a no verse nada de lo que ocurre al otro lado del muro, no dejan de escucharse gritos, ladridos, disparos procedentes del vecino campo o el sonido de los crematorios, sin que esos ruidos constantes alteren la tranquilidad de ninguno de los miembros de la familia. Ni la tranquilidad del padre, que llega a casa cansado de su trabajo como cualquier otro funcionario sin un atisbo que refleje un mínimo remordimiento de conciencia por el horror del cometido que lleva a cabo. Ni menos aún, la tranquilidad de su esposa, que incluso cuando Höss le comunica que ha sido ascendido a subinspector de todos los campos de concentración por su eficaz labor en Auschwitz y debe trasladarse a Oranienburg, ella le pide encarecidamente que haga todo lo posible para que la familia permanezca en Auschwitz, pues después de años de esfuerzo tienen la bonita casa y la vida que siempre soñaron.

Por momentos, de no llegar a ser por el ruido de fondo del campo de exterminio (recordemos que la película ha sido galardonada con el Óscar al mejor sonido), podríamos olvidarnos de que todos los protagonistas de la historia tuvieron necesariamente que cauterizar su conciencia y enterrar la maldad en la propia banalidad.

«El bien y el mal, lo malo y lo bueno son conceptos que tuvieron su momento y que han pasado a la historia»

La película es una libre adaptación de la novela homónima de Martin Amis (La zona de interés, Anagrama, 2015), pero, a diferencia de la película –que gira en torno a la vida familiar en la que el director centra su objetivo, recreándose en la apacible diaria rutina que transcurre a escasos metros de la «fábrica» del horror–, la novela se centra en la historia de amor entre la esposa de Höss (Hannah en la novela) y Thomsen, un oficial del campo, y los celos del propio comandante Höss (Adolf Doll en la novela). Además, a diferencia de en la película, donde el relator es un observador externo, en la novela cada uno de los protagonistas narra su visión personal de las cosas, de sus pensamientos, aspiraciones, planes y acciones, lo que ayuda al lector a alcanzar un conocimiento más pleno de los personajes, de las contradicciones en las que viven, de lo que les alegra y lo que les inquieta o martiriza. Y así, lo que en la película se muestra como conducta banal despojada de cualquier atisbo de conciencia –a no ser por el sonido de fondo que no se puede ocultar–, en la novela, cobra un sentido más profundo al quedar en evidencia la cauterización de la conciencia de los protagonistas que reprimen cualquier sentimiento de humanidad. El propio Doll repite «soy un hombre normal con sentimientos normales» e intenta acallar la voz de su conciencia, y reprimir cualquier atisbo de compasión –interpretado como un momento de «debilidad»–, mediante el esfuerzo de pensar simplemente en Alemania, en la confianza depositada en él. Trata de convencerse de que «ser amable con los judíos es ser cruel con los alemanes» y de que «el bien y el mal, lo malo y lo bueno son conceptos que tuvieron su momento y que han pasado a la historia. En el nuevo orden, algunos actos tienen resultados positivos y algunos actos tienen resultados negativos. Eso es todo».

Otro protagonista central en la novela, que no aparece en la película, es Szmul, uno de los judíos que colaboraban con los exterminadores dentro del campo, y cuyas reflexiones conforman desde el punto de vista psicológico el cuadro completo de «la zona de interés». Estas reflexiones invitan de manera tácita al lector a interrogarse sobre qué hubiera hecho por sobrevivir unas semanas o unos meses más en esa situación, especialmente después de que el comandante del campo pregunte a Szmul: «Tus hombres ¿qué piensan que va a sucederles cuando la Aktion termine? ¿Lo saben?» «Sí, señor», contesta el Szmul. «Sonder, ¿por qué no te sublevas?» «Miedo a morir, pero no miedo a matar». «Llevas escrito el asesinato en la boca. Qué trabajes bien para Alemania». Y en una conversación entre miembros del sonderkommando, uno de ellos afirma: «Sonreímos o mentimos porque somos seres humanos», «mentimos porque nos da pavor la sed de sangre y furia”, «mentimos por nuestro piojoso yo».

Sobre el recorrido psicológico, en realidad un recorrido hacia la deshumanización, de quienes vivieron en los campos de exterminio nazi escribe Paz Moreno Feliu en su obra En el corazón de la zona gris: Una lectura etnográfica de los campos de Auschwitz (Trotta, 2012). Incluye referencias a testimonios de quienes sobrevivieron al oprobio, como Primo Levi, quien en su imprescindible trilogía de Auschwitz (Si esto es un hombre, La tregua, Los hundidos y los salvados. Círculo de Lectores, 2004) dejó constancia del rito de paso hacia la deshumanización. Deshumanización que incapacitó a los que sobrevivieron, tras la liberación, a volver a ser como antes, inclusive, como escribe Levi «a los justos entre nosotros… que han experimentado remordimiento, vergüenza, dolor, en resumen, por culpas de otros… porque sentían que cuanto había sucedido a su alrededor en su presencia, y en ellos mismos, era irrevocable. No podría ser lavado jamás, pues se había demostrado que el hombre, el género humano, es decir nosotros, éramos potencialmente capaces de causar una mole infinita de dolor, y que el dolor es la única fuerza que se crea de la nada, sin gasto y sin trabajo, siendo suficiente no mirar, no escuchar, no hacer nada».

Primo Levi: «El dolor es la única fuerza que se crea de la nada, sin gasto y sin trabajo, siendo suficiente no mirar, no escuchar, no hacer nada»

No mirar, no escuchar, no hacer nada, fue lo que hicieron, no solo los que fueron sometidos sin rebelarse a la salvaje ignominia, sino todos aquellos que miraron para otro lado cuando se promulgaron en 1933 las leyes de Nuremberg, la Ley de la protección de la sangre y honor alemán que prohibía las relaciones sexuales y el matrimonio entre judíos y alemanes y la Ley de la ciudadanía, que distinguía entre ciudadanos (alemanes arios) sujetos de todos los derechos y habitantes (judíos no arios y mujeres alemanas solteras).

Al final de la película el comandante Döll, tras salir de un ágape vomita varias veces antes de que la pantalla se vuelva negra para acto seguido mostrar a unas trabajadoras limpiando el Museo del Holocausto. Ambas escenas las explicó, con motivo del estreno de la película, el propio Glazer: «Estos personajes no tienen un arco. No hay conciencia, no hay salvación, no hay redención, no hay nada. Son planos. Son una línea plana. Pero quería mostrar que el cuerpo, de alguna manera, rechaza al hombre. Cómo nos engañamos con nuestras mentes, pero nuestros cuerpos dicen la verdad. Así que hay algo en la verdad de ese rechazo y el horror interno que tenía sentido para mí».

Y respecto del salto en el tiempo al Museo del Holocausto, afirmó: «Höss ya se fue. Es ceniza. Pero el museo y la importancia de museos como ese siguen ahí. Esto no es un biopic, se trata de conectar pasado y presente».

Por eso, aunque la película sorprenda porque el horror no se ve, sin embargo, su grandeza es que nos hace reflexionar sobre la capacidad que tenemos los humanos de cauterizar la propia conciencia para salvaguardar nuestra propia seguridad, nuestra comodidad.

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En sus 50 años de carrera rodó más de 140 películas y contó como nadie un periodo de la historia de Estados Unidos.

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