Sociedad

Las primeras gafas de la historia

La necesidad de ver más allá de donde alcanza nuestra vista o de mejorar nuestra visión viene de antiguo. No obstante, un invento, las gafas, supuso una revolución al recuperar las capacidades mermadas de millones de personas.

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28
febrero
2024

Ver lo distante, ver lo extraordinariamente cercano. Decimos que las cosas nos «entran por los ojos», y bastante razón tiene el refranero popular. En efecto, la vista es uno de nuestros principales sentidos, una representación del mundo fabricada complejamente por el cerebro, en este caso, el humano, con la mayor fidelidad posible a los estímulos que recibimos. Pero el alcance de nuestros ojos como órgano receptor y del cerebro a la hora de procesar la información fotoeléctrica es limitada: somos capaces de ver hasta un determinado grado de resolución, en un muy limitado rango del espectro electromagnético, y nuestro sistema nervioso procesa esa información de una manera peculiar. La consecuencia más accesible a la experiencia cotidiana es que, como es lógico, tenemos un límite de resolución para observar con nitidez aquello que está lejano o excesivamente próximo a nosotros.

No nos quedamos de brazos cruzados. Porque, además del deseo de desafiar nuestros límites biológicos, enfermedades oftalmológicas como la miopía, el estigmatismo o las cataratas son una constante entre los padecimientos de todas las generaciones humanas. Un invento, los anteojos, alivió para siempre la carga de padecer una visión torpe. La historia de su desarrollo encierra ingenio, esfuerzo y mucha, mucha ciencia.

Un misterio llamado «luz»

De forma casi paralela en todos los grandes focos civilizatorios humanos (el Mediterráneo, Mesopotamia, India, China y Mesoamérica) se han encontrado restos de piedra pulida, casi siempre cuarzo blanco, que se cree que se usaban a modo de lente. Algunos de estos restos datan de hace más de cuatro mil años de antigüedad. Con ellos, los arqueólogos creen que se conseguía poder ampliar pequeños objetos. Restos más antiguos del uso de piedras pulidas como supuestas protecciones frente al reflejo de la luz solar sobre la nieve se atribuyen a pueblos nativos de América del Norte, como es el caso de los inuit.

Algunos de los restos de piedra pulida que se cree que se usaban a modo de lente datan de hace más de 4.000 años

No obstante, fue en Egipto donde, sobre el año 1.500 a.C. comenzaron a popularizarse las «piedras de lectura», un proceso equivalente al que sucedió en China mil años más tarde. El estudio de la luz practicado por griegos fue dispar: mientras los pitagóricos sostuvieron que los ojos eran los emisores de la luz, los atomistas defendieron la postura contraria, y Aristóteles, que experimentó con la caja oscura (base de la fotografía moderna), desechó la idea pitagórica. El resultado fue un maremágnum de impresiones. Sin embargo, como sucede en todo proceso epistémico, es habitual que resulten tanto o más nutritivos los fundamentos de cada conclusión o postulado que el resultado en sí mismo.

Ya en la época medieval, el acervo grecolatino que se había logrado conservar sirvió de inspiración para filósofos y médicos de los mundos cristiano e islámico. Mediante las disecciones oculares pudo estudiarse con mayor precisión la morfología del ojo humano. Alhacén, matemático y astrónomo iraquí, escribió un tratado de óptica en el que distingue, entre otros matices, entre la luz y el sentido de la vista. La luz, por tanto, comenzó a ser considerada un objeto independiente de su propia percepción, lo que dio lugar a su investigación matemática y experimental. Mientras tanto, las «piedras de lectura» habían sido perfeccionadas usando vidrio, decoradas y convertidas en las primeras lupas, con sus respectivos mangos.

Y llegaron las gafas

En el Véneto del siglo XIII, en Murano, los célebres fabricantes de refinado cristal colocaron dos lentes convexas en un soporte de mano: de esta manera, crearon el antepasado de las gafas como instrumento de visión, los occhiali, con base en el trabajo previo de Roger Bacon, quien descubrió que un trozo de cristal, dependiendo de su grosor y corte, podía aumentar o empequeñecer los objetos que se miraban a través de él. La ley que la República de Venecia dictó en 1301 para favorecer la fabricación de instrumentos de visión con cristales de vidrio inició la industria de productos ópticos en el continente europeo, aunque las primeras gafas con patillas, es decir, como las actuales, no fueron desarrolladas hasta 1727 por el óptico londinense Edward Scarlett.

Las primeras gafas con patillas fueron desarrolladas en 1727 por el óptico inglés Edward Scarlett

Antes, el mejorado conocimiento de las leyes ópticas había dado lugar a avances en el ajuste de las lentes. Así, el óptico Benito Daza de Valdés publicó en 1623 el tratado Uso de los anteojos para todo género de vistas, con correcciones específicas en el tipo de lentes según las necesidades específicas de cada persona con problemas de visión.

Por otra parte, se atribuye al polímata estadounidense Benjamin Franklin la invención de los primeros anteojos bifocales, mientras que el astrónomo George Airy desarrolló las lentes cilíndricas, especialmente apropiadas para casos de astigmatismo.

Ver sin querer ser visto

Pero el esfuerzo por desarrollar instrumentos de visión no solo tuvo por finalidad querer ver correctamente, observar más allá de nuestro alcance (caso de los telescopios) o la naturaleza ínfima (microscopios). También hubo desde temprano interés en proteger los ojos de la mirada ajena y de la luz solar.

Galileo Galilei experimentó en su propia carne los daños que la luz solar era capaz de producir si se la miraba directamente, como hizo en sus observaciones astronómicas con uno de los primeros modelos de telescopio patentados en el siglo XVII. En China era habitual desde la antigüedad que los jueces utilizasen cristales de cuarzo para tapar la vista de sus ojos y causar un cierto impacto psicológico en los acusados. Ya en el siglo XX, Edwin Land patentó el filtro Polaroid y, con él, el desarrollo de las lentes polarizadas. El resto, como suele decirse, es historia.

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