Sociedad

Las intermitencias de la suerte

La idea de que el azar podría tener favoritismos ha intrigado a la humanidad durante siglos, suscitando debates filosóficos y científicos sobre su naturaleza e influencia en nuestras vidas.

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15
febrero
2024

¿Y si, un día, la mala suerte desaparece para siempre? Afortunadamente, no existe noticia en los volúmenes de la historia universal de que alguna vez haya ocurrido un fenómeno semejante. Pero, si esto ocurriera, y por absolutamente contrario a las normas de la vida, probablemente causaría una perturbación enorme, efecto a todas luces justificado.

Pero, ¿existe algún indicio, por mínimo que sea, de que la suerte es algo real y cuantificable como para desaparecer de la noche a la mañana?

Desde siempre, la noción de «suerte» ha sido objeto de reflexión, incluso los más atrevidos pensadores propusieron una conexión entre suerte y física teórica: o bien el universo funciona como un mecanismo de relojería ultracomplejo pero predecible, o bien existe una aleatoriedad inherente.

Frente a esta dicotomía, los deterministas científicos dicen que el futuro sería predecible si conociéramos las leyes del universo con exactitud. Para ellos, el azar (y la suerte) no existe, contrario a la postura indeterminista. Ahora bien, aunque los deterministas estuvieran en lo cierto, las limitaciones de la percepción humana nos obligan a vivir irremediablemente con un factor de azar, entendido como la imposibilidad de encontrar una causa-efecto en eventos del pasado y el total descontrol sobre la realidad futura.

El azar, en el mundo terrenal, es una casualidad, un caso fortuito, sin connotación moral alguna, pues cuando la tiene pasa a llamarse suerte. Por eso, la suerte podría ser la sucesión de situaciones azarosas que tienen una repercusión significativamente positiva o negativa sobre nuestra vida. Sin embargo, hay quien dice que la buena suerte es real, que algunas personas la poseen, y que por ende no puede derivar del azar.

Según el psicólogo Richard Wiseman, hay cuatro rasgos comunes entre las personas que se creen afortunadas

En psicología, por ejemplo, se estudia la relación entre mentalidad y la experiencia de la suerte. Algunas investigaciones al respecto, la mayoría de dudoso rigor científico, sugieren que las personas con una constante actitud positiva son más propensas a reconocer y aprovechar las oportunidades, lo que lleva a la profecía autocumplida de la suerte. Esto significa que una predicción se cumple, al menos en parte, como resultado de la expectativa de una persona de que dicha predicción se cumpla.

Según el psicólogo Richard Wiseman, la suerte tampoco es solamente cuestión de azar, sino que puede estar influenciada por las acciones cotidianas de cada cual. Wiseman llevó a cabo un estudio durante 10 años en el que participaron 400 personas que se identificaban como afortunadas o desafortunadas, y concluyó que había cuatro rasgos comunes compartidos por las personas que se autopercibían como afortunadas.

Estos rasgos son, según él, la voluntad de aprovechar las oportunidades; la intuición, en el sentido que las personas que toman decisiones rápidamente tienen más suerte; la actitud optimista, incluso en la adversidad; y la resiliencia, dado que aquellos que ven las situaciones negativas como algo de lo que aprender suelen verse como personas con más suerte.

Asimismo, en el campo de la neurociencia se están estudiando los correlatos neuronales asociados a la suerte. Algunos estudios en electrofisiología y neuroimagen revelan que determinadas regiones del cerebro, como el córtex prefrontal y el sistema límbico, podrían tener un papel crucial en la toma de decisiones y la evaluación del riesgo, con lo que se especula que esto influye en la percepción de los resultados que consideraríamos «afortunados». Por tanto, cabe la posibilidad de que todas las personas tengan la misma suerte, pero que sean las dinámicas del cerebro las que cambien la percepción que se tiene sobre ella.

Por otro lado, la perspectiva sociológica apunta a que la suerte no es ni mucho menos un fenómeno individual, sino que está condicionada por las dinámicas sociales: los contactos que uno tiene, los factores socioeconómicos y la cultura vigente determinan en gran medida la distribución de oportunidades y sus resultados.

Más allá de las incógnitas psicológicas, neurocientíficas y socioeconómicas, hay casos a lo largo de la vida que sí parecen salidos de un hecho suertudo. Por ejemplo, uno puede tener un accidente de coche fatal y salir ileso. ¡Qué buena suerte! ¿No? ¿Es este acontecimiento una muestra de buena suerte por haber sobrevivido o de mala suerte por haberse quedado sin coche? Depende de cómo se interprete. Asimismo, la idea de que el mundo está impregnado de buena y mala suerte podría quedar reservada para los creyentes de una divinidad omnipotente que se asegura de que no haya accidentes o de que cada cual reciba lo que se merece. Quizá este sea el argumento que permitiría plantearse: ¿y si, un día, la mala suerte desaparece para siempre?

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