Siglo XXI

Jaque a la ciencia del azar

La nueva generación de científicos reivindica la práctica de la ciencia abierta, un sistema que quiere convertir las investigaciones en procesos más transparentes para ahorrar tiempo, reducir el secretismo profesional y hacer la ciencia más accesible a todos los sectores sociales.

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22
febrero
2023

Hace casi una década, la ciencia entró en una gran crisis de confianza. El detonante fue la publicación en 2015 de un estudio empírico sobre replicabilidad. En él, el psicólogo Brian Nosek y su equipo repetían 100 experimentos de tres de las revistas científicas más importantes del mundo. De ese centenar, 97 de ellos decían presentar resultados significativos; es decir, los datos finales habían pasado un filtro matemático y el resultado era «cierto» y no fruto de la casualidad. Sin embargo, cuando Nosek los repitió, solo en 36 experimentos se obtuvieron resultados similares a los originales. El resto no mostró absolutamente nada, excepto que las extraordinarias conclusiones de cantidad de artículos del pasado podían haberse establecido por puro azar.

¿Durante cuántos años se había estado practicando la ciencia de la casualidad?

Esta duda se convirtió en crítica, y cuando esta se volvió generalizada, obtuvo el sobrenombre de «crisis de replicación». Por primera vez, se manifestó que numerosas teorías y conclusiones científicas, especialmente en biomedicina y psicología, estaban basadas en estudios únicos que en su momento se dieron por buenos y nunca más se pusieron en duda. 

Según la ciencia abierta, todo se debe compartir públicamente lo antes posible para que otros lo cuestionen o lo reutilicen

A pesar de que la crisis no invalidó –ni invalida– el método científico, fue la oportunidad definitiva para que los investigadores empezaran a denunciar, además de la falta de replicación, las demás vergüenzas de la práctica académica: las jerarquías estrictas, la opacidad, la competitividad, los bajos salarios, la falta de incentivos… Tantas brechas repentinas suplicaron una renovación, y como las crisis también crean oportunidades, surgieron entonces los llamados principios de ciencia abierta, una promesa de revolución.

La ciencia abierta, así, promueve un comportamiento más colaborativo durante todo el proceso de investigación y producción académica: con las hipótesis formuladas, la recogida de datos, los software de análisis… Según este movimiento, todo eso se debe de compartir públicamente lo antes posible para que otros lo cuestionen o lo reutilicen con el objetivo de conseguir un mayor impacto científico y social. Como todo movimiento, la ciencia abierta tiene sus reglas o principios, y aunque estas varían ligeramente según la institución que la practique, suelen caminar hacia la misma dirección.

El University College de Londres (UCL) propone ocho principios de ciencia abierta: 

  1. Datos justos o FAIR data, acrónimo formado a partir de las palabras inglesas findable (datos fácilmente «encontrables» por científicos y el público general), accessible (que usen un lenguaje comprensible), interoperable (que fomenten el intercambio de información con otros investigadores) y reusable (que los datos sean compartidos para que se usen en estudios posteriores).
  2. Integridad: una actuación honesta, respetuosa y responsable en todo el proceso de la investigación.
  3. Que utilicen Next Generation Metrics (o métricas «de la próxima generación»). Se trata de un viraje cultural sobre la forma en que se hace estadística, ya que actualmente se pueden hacer mediciones mucho más precisas que en el pasado.
  4. El futuro de la comunicación científica es uno de los pilares más prominentes de la ciencia abierta: se pretende que el modelo de publicación actual se transforme en uno de acceso abierto total.
  5. El quinto principio es la ciencia ciudadana, con el que se propone que el público general tenga un papel más relevante en los procesos de investigación, dado que pueden aportar conocimiento que a los científicos se les escapa.
  6. Educación. Para que la ciencia abierta no se quede en el mundo de las ideas, los académicos han de conocer cómo ponerla en marcha, razón por la que las universidades y centros de investigación han de formar a sus profesionales en esta nueva era del oficio científico.
  7. «¿Y qué gano yo siendo más transparente?» Para responder a esta cuestión, se propone recompensar a los que se esfuercen por implementar los principios de ciencia abierta mediante reconocimiento y bonificaciones económicas.
  8. El último pilar es la European Open Science Cloud (EOSC) que, reconocida por el Consejo de la Unión Europea como una acción piloto para fomentar la ciencia, proporciona a los investigadores, innovadores, empresas y ciudadanos europeos un entorno multidisciplinario donde publicar, encontrar y reutilizar datos, herramientas y servicios para la investigación e innovación. 

 

Con estos principios, la presente generación de científicos reclama una actitud abierta que mejore la relación entre ciencia y sociedad. Si los descubrimientos se comparten, pueden llegar más rápidamente a los dirigentes, pero sobre todo a los ciudadanos. ¿No son ellos, al fin y al cabo, quienes votan a esos dirigentes?

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