Cultura

«Hoy tendemos a confundir a las personas con sus opiniones o actitudes»

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31
enero
2024

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Dada la diversidad de estímulos, y la cada vez más indisputable autocracia de las redes sociales, que un ensayo adquiera la popularidad propia de una verbena es una alegría. Y más si el asunto que analiza es el maridaje entre poesía y lenguaje. Su autora, Berta García Faet (Valencia, 1988), ya sorprendió al obtener, apenas rebasada la mayoría de edad, el Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández. Ahora, con ‘El arte de encender las palabras‘ (Barlin) nos propone adentrarnos en lo poético como fórmula (o rito) para ampliar y estimular nuestro conocimiento y capacidad de asombro, y lo hace de una manera que parece sacarnos a bailar, más que sentarnos al pupitre. 


¿Qué tipo de ánimo se requiere para prender las palabras? ¿Y para recibir esa lumbre?

Una tiene que estar de un humor particular. Digamos dispuesta a asustarse.

¿El azar es el Prometeo que roba el fuego para que las palabras alumbren?

¡Sí! Prometeo y un caballo, por ejemplo, el caballo rabicano, o algún caballo del pintor Odilon Redon.

Define lo poético como «una función del lenguaje», ¿cómo reconocer lo poético más allá del verso, de la palabra?

La dimensión poética de nuestros lenguajes se enciende cuando nos fijamos en un cierto contenido, en una cierta forma y en cómo, al trenzarse, producen una pequeña verdad y un gran encanto. La forma, en literatura, está en el vocabulario, la figuración, el escanciar de la trama… Pero en pintura está en los colores, las texturas, las líneas, la imaginería… Cambia el material, pero no el hecho de que en todas las artes la emoción estética ocurre encaballándose estilo y misterio.

La «revuelta estética» que provoca el uso poético del lenguaje, ¿cuánto tiene de político, de revuelta vital?

Todo. El pensamiento crítico tiene que ver con ir comprendiendo, con cada vez más profundidad, hasta qué punto lo personal es político. Y me parece que el arte con más calado tiene mucho de pensamiento crítico.

«El pensamiento crítico tiene que ver con ir comprendiendo hasta qué punto lo personal es político»

El exceso de lo autorreferencial en la poesía y la literatura en general, ¿ahoga lo poético?

No.

Esa «pandemia de hipersexualidad» en las imágenes frente a una «asexualidad en las prácticas», ¿cómo afecta a lo poético?

No lo sé… Sin duda nos afecta en el día a día, como habitantes del siglo XXI, a todas las personas, escribamos o no. Supongo que a los escritores ese hecho tan jodido nos puede resultar especialmente «jugoso», en el sentido de que es paradójico y pide a gritos una elaboración.

¿En qué casos conviene «radicalizar lo tibio»?

En todos y en ninguno. Nada conviene o no conviene en literatura, todo puede explorarse. Menos, quizá, lo que ya ha sido explorado hasta la saciedad. Estilísticamente hablando, digo.

¿Confirma aquello que afirmó Aleixandre de que no hay palabras feas o bonitas en poesía?

Sí. La belleza depende de la compañía. Como decía el poema de José Agustín Goytisolo, «Un hombre solo, una mujer / así tomados, de uno en uno, / son como polvo, no son nada». Las palabras tomadas de una en una no son nada.

Lacan decía aquello (extraño, convulso) de que «¿para qué me preguntas cómo estoy si ya sabes cómo estoy?». Esa reflexión siempre me pareció que hablaba de la poesía, de llegar a algún lugar (o un no lugar) por el arrabal… ¿Algo así?

Sí, quizá, me gusta que podamos llegar a nuestras pequeñas verdades a veces de sopetón, sin mediación, y a veces no, hay que entregarse a la doblez o a la perífrasis.

Esos «pellizcos» que usted recopila, esos versos que sorprenden y traspasan, ¿permanecen intactos, tienen fecha de caducidad, pertenecen a determinadas etapas vitales?

Vamos cambiando, y va cambiando lo que nos sacude… Pero hay pellizcos, en mi experiencia al menos, cuyo poder está como preservado, parece que se renueva con cada relectura.

«En todas las artes la emoción estética ocurre encaballándose estilo y misterio»

El poema, ¿nos habla o nos escucha?

Qué bonito eso… Las dos cosas. Los poemas que amamos son amigos verdaderos, nos vinculamos con ellos a través del arte de la conversación.

¿Pueden contemplarse los tropos como un inmenso juego, una deliciosa charada del propio lenguaje?

¡Sí! Qué palabra más guapa, «charada».

Vivimos en una época en la que el sentido del humor cada vez se estrecha más, al tiempo que se ensancha la suspicacia (pienso en la anécdota que nos comparte en el libro a propósito del uso de las expresión «sexo lesbiano», que tantas críticas recibió). ¿Esta actitud calcina en vez de encender las palabras? 

No creo que el humor se esté estrechando, al contrario. Pienso en Asaari Bibang o Joaquín Reyes o Yunez Chaib y más bien me parece que amplían lo gracioso. Lo que sí se está estrechando es la comprensión lectora. Bueno, en realidad no tengo claro con qué pasado supuestamente glorioso comparar lo que yo veo que pasa hoy. Pero sí veo a mi alrededor muy poca comprensión lectora. El caso que usted comenta y que explico en el ensayo es para mí un caso claro de que una lectora hizo una interpretación de un texto mío que, de hecho, no se sostiene en el texto, va contra lo que el propio texto está proponiendo. Creo que no hay una única manera de interpretar «bien» una obra, pero sí creo que hay interpretaciones «malas». Uno puede interpretar el soneto de Quevedo «Fue sueño ayer, mañana será tierra…» de muy distintas formas, y varias de ellas tendrán sentido incluso siendo opuestas, pero este poema desde luego que no habla de marcianos.

¿Conviene alejarse de quien interprete literalmente lo que escucha o lo que lee?

No alejarse de él o ella, alejarse de su interpretación. Creo que hoy en día tendemos a metonimizar a las personas, confundiéndolas con sus opiniones o actitudes, la parte por el todo. Prefiero decir que una frase o un gesto es racista a decir que una persona es racista. A no ser que sea un caso flagrante, sistemático y abiertamente reivindicado por su autor. Pienso que así somos menos maniqueos, nos ponemos a nosotros mismos en la diana y no solo a «los otros», y sobre todo respetamos un poco más la complejidad humana. Nos contradecimos y, de hecho, a veces pensamos o sentimos una cosa y decimos o actuamos otra porque somos idiotas. Nos queda mucho por aprender. Lo bonito de ser seres imperfectos es eso, que no estamos perfeccionados, acabados, que la historia continúa.

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