Cultura

La literatura de lo inusual

Varias autoras hispanoamericanas protagonizan un nuevo fenómeno literario marcado por el terror social. Su obra se caracteriza por situarse en la frontera entre lo fantástico y lo real.

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18
enero
2024

Mariana Enríquez, Samantha Schweblin, María Fernanda Ampuero, Claudia Ulloa Donoso, Liliana Colanzi, Mónica Ojeda, Daniela Tarazona, Cecilia Eudave, Solange Rodríguez Pappe… Son nombres de escritoras de distintas procedencias, generaciones, y estilos literarios, pero que también tienen mucho en común: son algunas de las principales representantes de la literatura hispanoamericana del siglo XXI, que está experimentando un nuevo boom a la altura del que, en los años 60 y 70, protagonizaron Gabriel García Márquez o Julio Cortázar.

En este caso no es «realismo mágico» lo que transita sus obras, pero también hay una evidente presencia de lo fantástico. El elemento sobrenatural y onírico no sirve para mostrar lo maravilloso de lo cotidiano, sino, por el contrario, lo horroroso. Un género que se podría confundir con el «neogótico» pero que se ha dado en llamar «narrativa de lo inusual» o «literatura de lo insólito», término acuñado por la catedrática de literatura hispanoamericana de la Universidad de Alicante Carmen Alemany Bay.

Como explica Alemany en un artículo, los fantasmas, los monstruos y los mundos «inusuales» sirven para representar metafóricamente las emociones ocultas tras las circunstancias cotidianas. Se trata de descubrir una realidad interior, algo que conlleva un desgarramiento interno. En la novela Bestiaria vida, la escritora mexicana Cecilia Eudave lo dice bien claro: «No hay lugar más extraño, incomprensible, paradójico, imposible, recóndito, insoportable, científico, profundo, infinito e interestelar que el espacio interior; es ahí donde hay que explorar». Pero también tiene un cariz de crítica social y política que trasciende a la propia persona, lo monstruoso que acecha no es, desde luego, un fantasma habitando en nuestra cabeza, sino la violencia y la brutalidad que afloran al relacionarnos con otros.

Lo monstruoso que acecha no es un fantasma que habita en nuestra cabeza, sino la violencia social

La propia Eudave describía así su libro en una entrevista en El Diario: «Los discursos que se utilizan pertenecen a ese género (fantástico), que es el que podría predominar en el texto, pero que al final es solo una máscara, siempre se está hablando de la realidad, íntima como bien señalas, avasalladora y al mismo tiempo tan humana. Bestias y hombres al servicio de una humanidad que nos confronta y por lo mismo nos desestabiliza».

El resultado son obras que perturban e incomodan. Novelas y cuentos que nos ponen ante esa parte de la naturaleza humana que preferimos no mirar. Historias que nos aterrorizan porque el mundo que retratan puede ser improbable, pero las situaciones opresivas que plantean son muy reales.

Y se presenta, además, una cuestión de género. La mayoría de las obras están escritas en primera persona, y esa narradora subjetiva es una mujer. Decía Daniela Tarazona en su ensayo Los cuerpos insólitos en tres novelas de escritoras mexicanas contemporáneas que su deseo era abordar «la creación de universos femeninos fascinantes que suelen pasar desapercibidos». Lo fantástico aquí no pretende regodearse en lo sórdido o lo violento, sino que el dolor sirva de vía para explorar la identidad femenina, la forma de relacionarse con otros, pero también con aquello desconocido u oculto de una misma. La experiencia femenina, por su parte, se transforma en un elemento disruptivo dentro del sistema patriarcal y el orden social establecido.

Lo vemos, por ejemplo, en la primera novela de Tarazona, El animal sobre la piedra, en la que la protagonista es una mujer que sufre una metamorfosis que la convierte en una especie de reptil y decide aceptarla para salvarse. También en Las voladoras de Mónica Ojeda, en donde la autora recoge una figura mítica andina: mujeres que entran en trance, se convierten en brujas, echan a volar y al día siguiente no recuerdan nada.

Vale la pena hacer hincapié también en ciertas semejanzas a nivel formal en esta narrativa de lo inusual. Así como en la temática encontramos cierto patrón posmoderno y subversivo, esto se replica en la forma del texto: fragmentariedad, intertextualidad, hibridación entre géneros, abundancia de figuras literarias como sinestesias, sinécdoques y metonimias… Como señala la investigadora Alejandra Amatto en la charla ¿La costa más lejana?: narrativas distópicas escritas por mujeres latinoamericanas, «forma y fondo se unen en un esfuerzo imperioso y articulado para postular, a partir de la ilegalidad de las normas, derivadas del montaje técnico-textual, la exhibición no solo de un mecanismo estético, sino la interperlación de un universo cuyas características sociales y políticas transgreden, muchas veces, los parámetros culturales convencionalmente establecidos».

Se trata, entonces, de un fenómeno literario diverso y complejo, que lleva años situándose merecidamente en el punto de mira de la crítica y los lectores. Su propuesta es un universo propio donde la frontera entre lo fantástico y lo plausible se difumina, subvirtiendo y trascendiendo las convenciones que cimentan nuestra visión del mundo, y obligándonos a zambullirnos en la parte más oscura de la condición humana.

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