Cultura

«Vivimos en una sociedad bastante más libre de lo que creemos»

Fotografía

Alejandra López
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28
febrero
2024

Fotografía

Alejandra López

Una relación amorosa con un alumno más joven que ella termina la carrera como profesora universitaria en Estados Unidos de Guinea, que huye a Buenos Aires. Allí se encuentra con un apagón general y un hombre que le ofrece cobijo en su casa, donde vive con dos perros que se convertirán en un inesperado coro griego en esta historia y su hijo adolescente, Vladimir. Ese es el punto de partida de ‘Vladimir’, la historia que se ha llevado el premio Lumen de Novela de Leticia Martín (Buenos Aires, 1975).


El propio título de la novela empuja a hablar de Vladimir Nabokov. ¿Por qué una revisión del mito de Lolita?

Quizás porque el revisar la cuestión de la relación de personas de edades muy dispares –pero sobre todo cuando es al revés, la mujer la que está en situación que aventaja al hombre, al niño en este caso– conversa muy bien con nuestra época. Lo que sucede en la novela no deja de ser un delito. Qué pasaba en la época de Nabokov, por qué esa novela fue cuestionada… En aquel momento del siglo XX, fue provocador y nos hizo pensar cosas como sociedad. Quería revisitar esa situación hoy. Quería ver si me prohibían [se ríe, con humor]. No me pasó. No estamos en una sociedad tan represiva. Quería ver qué pasaba si daba vueltas a esa situación y lo planteaba desde hoy, con la perspectiva de nuestra cultura y de nuestra sociedad, y qué diálogos abría esto. También, de algún modo, volver a hablar de la situación del abuso. Quizás volver a decir que no importa quién abuse del otro, sino el acto que se comete.

Al final, entonces, no se trata de glamurizar que es un poco el temor que se tiene cuando se abordan estas historias sino de hacer pensar, de reflexionar qué es lo que está mal en todo esto.

Sí. En verdad, también a mí me gustan esos bordes en los que no importa tanto qué está bien y qué está mal, sino poder encontrar dentro de las cosas generales puntos particulares. Esos grises, que es lo que tanto le interesa a la literatura. Al mundo jurídico le importa clasificar, como dices, «esto es delito, esto no lo es». A la literatura le interesa abrir los grises para encontrar las diferencias, las cuestiones imposibles de clasificar o de nombrar. La literatura habita esos espacios de pensamiento. A literatura le interesa indagar, hacer preguntas nuevas, abrir campos de estudio. La literatura tiene que poner en escena para que pensemos, pero lejos de los temas más obsoletos del bien o el mal, el bueno o el malvado. A mí me gusta ir por fuera de lo esquematizado.

«A la literatura le interesa abrir los grises para encontrar las diferencias, las cuestiones imposibles de clasificar o de nombrar»

Entonces podemos decir que la literatura puede seguirse enfrentándose a preguntas incómodas. Comentabas antes que pensabas que te iban a decir «esto no se publica». Se publicó, además con un premio prestigioso. No ha habido ningún problema…

No, no habido tantos problemas con eso. Yo creo que muchas veces es el miedo, que a veces uno cree que algo va a ser demasiado provocador y no lo es tanto. Vivimos en una sociedad bastante más libre de lo que creemos. Muchas veces nos sentimos en las cárceles del lenguaje y de la mente; después si uno lo cuenta, si se anima a romper barreras y a decir cosas, con el debido respeto, respetando al otro. Yo puedo pensar distinto, no estar tan segura de lo que pienso, y decirlo. A veces uno cree que debe tener una verdad revelada para poder decirla e ir tras ella. Se puede dudar. En la construcción de un pensamiento, que todavía es duda, [puede] dirimirlo, contarlo, discutirlo con otro, y no pasa nada. Creo que a la sociedad le vendría muy bien el entrenamiento en eso. No sé si en España están como en Argentina o como en otros países de Latinoamérica, pero se ha agrietado, como opuesto, el pensamiento de izquierda y de derecha. No me considero ni de izquierda ni de derecha. Estoy en el medio. Quiero diluir, entre negro con un poco de blanco, y en ese gris ver qué podemos discutir, en dónde podemos tirar.

La polarización es la palabra de moda del presente. Entonces, ¿sí crees que la literatura nos podría dar esa cancha para ir más allá de esos blancos y negros en términos políticos y bajar un poco ese estado en el que parece que estamos en el que solo puedes gritar de un lado o de otro?

Sí, primero habría que bajar el grito. Está buena la palabra que usas, gritar, porque es así, parece que todo es un grito, imponer una idea. Bajar esos decibelios es una razón importante en esta época. Creo que la literatura, el psicoanálisis y otros ámbitos [es] donde se puede transitar la diferencia. La política se ha vuelto «mi idea, la tuya» y quién se impone al otro, y se pierde la posibilidad de debate. En la literatura, [es] ese territorio donde las cosas no son del todo lo que son. Socialmente, también hay otro dilema de nuestra época: que todo se analiza políticamente. Todos esos rótulos tan agresivos. No estamos valorizando lo que está en el medio. La construcción social no es de cosas acabadas, o de discursos que se imponen. El consenso es algo que circula entre muchos, que van construyendo. No es la idea total de uno o la de otro.

«El apocalipsis está un poco en nuestro horizonte de expectativas»

Volviendo a la novela y la historia en sí, ¿por qué la historia ocurre durante el apocalipsis? Al fin y al cabo, esta es una novela que se podía contar sin un fin del mundo de por medio. ¿Esto te ayudó a contextualizar la historia?

Sí, calculo que el apocalipsis está un poco en nuestro horizonte de expectativas. Por algo parece el resurgir de las distopías. Los géneros literarios surgen en momentos históricos determinados. La ciencia ficción tiene que ver con la carrera espacial, la guerra fría, las máquinas; el espacio, como un lugar fuera de los territorios que no se quieren poner de acuerdo. Creo que habría que estudiar este resurgir de la distopía más ligada al presente, que puede estar en Black Mirror, en textos y en series más actuales. Hay un corrimiento temporal muy extraño que es el presente, pero que sentimos que va muy rápido. Tiene que ver con esta cuestión de la ansiedad. La aceleración de un montón de procesos tecnológicos tiene ese reverso de que vivimos super anticipadamente. Eso es medio un apocalipsis en el que ya estamos metidos. Nos hace sentir un poco estar viviendo un proceso distópico. Muchos autores estamos pensando esas cuestiones cuando escribimos. Puede ir como telón de fondo, como escenario.

En la novela, y un poco relacionado con todo esto, se habla de dos relaciones desiguales de poder. Una, entre Guinea y Vladimir, pero la otra es la electricidad y toda la gente que sale en la novela. Algo muy poderoso y alguien que no tiene ningún poder y queda a merced de los elementos tras el apagón.  

Hay un detalle en la novela que es que hay unos aviones que siguen pasando y eso quiere decir que hay combustible en algún lugar. Creo que Guinea lo expresa en algún momento: esto no es en todo el mundo. Ahí hay una sospecha de que la tecnología puede estar en manos de algunos y que, si otros quedan fuera, quedan realmente por fuera del mundo. No sé si se dice en España, acá se dice «si se corta el cable y quedamos sin internet no sé cómo viviríamos». Puede ser uno de los miedos de nuestra época. No es algo que no haya amenazado con suceder. El apagón está tratado como ficción, pero hubo un apagón real que involucró a casi cuatro países. En nuestro país duró 9 horas. Una central regional, un problema de transporte, dejó sin luz; el día del padre, además. Cuando pensamos en la ecología, en los aspectos que produce la huella humana en la naturaleza, con nuestro modo de vida de consumo que llevamos, creo que ahí no es un miedo como alocado, fantasioso. Es un miedo que tiene asidero en la realidad. No deja de ser un miedo y con el miedo no hay que ir a ninguna parte, pero es uno que tiene un fundamento real y que nos pone en alerta.

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