Cambio Climático
No queremos morir en el Antropoceno
Emilio Santiago, científico titular del CSIC y autor del libro ‘Contra el mito del colapso ecológico’ (Arpa, 2023), cree que restar importancia a la crisis climática es casi tan suicida como dejarse arrastrar por un miedo paralizante. El colapsismo ecológico, advierte, resulta contraproducente para la transformación de nuestro modelo económico.
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En 2015, Roy Scraton publicó un libro que se convirtió en un bestseller climático: Learning to Die in the Anthropocene. Su tesis es que, ante la emergencia climática, debemos «asumir que esta civilización ya está muerta». Frente a la certeza del desastre, la única respuesta sería asumir estoicamente el derrumbe ecológico y quizá volver a construir entre las ruinas de la sociedad moderna.
Esta mirada derrotista, que da al colapso ecológico de nuestras sociedades el estatus de destino, no es anecdótica. Su presencia es creciente, tanto en discursos ideológicos y científicos como en un estado de ánimo general. Y aunque su exceso de influencia es problemático, el terror al futuro es un sentimiento justificado. La situación ecosocial es crítica. Los desastres se multiplican en numerosos lu- gares del planeta y se intensificarán si no cambiamos el rumbo de un modo drástico.
La temporada verano-otoño de 2023 pasará a la historia por batir todos los récords de temperaturas, en un salto de escala que tiene a los climatólogos del mundo perplejos. António Guterres, secretario general de Naciones Unidas, ha puesto en circulación un nuevo término, «la era de la ebullición global», intentando que la opinión pública mundial interiorice esa evidencia que resumió de modo perfecto el ambientólogo Andreu Escrivà: «El mundo en el que vivieron mis padres ya no existe». Y este nuevo mundo que nos toca habitar es muy peligroso.
Para enfrentarnos al incendio, necesitamos un punto medio entre la indolencia y el pánico. Restar importancia a un peligro existencial es casi tan suicida como dejarse arrastrar por un miedo paralizante. El colapsismo ecológico se regodea en los afectos del miedo, algo que numerosos estudios concluyen que conduce a la inacción. Por eso los discursos colapsistas son políticamente contraproducentes para la transformación ecosocial.
El colapsismo ecológico se regodea en los efectos del miedo y conduce a la inacción
Pero, además, en un plano científico, los discursos del colapso son inexactos. Tienden a reproducir toda una serie de vicios intelectuales, como el reduccionismo y el determinismo, que eliminan de la ecuación la variable más importante: las decisiones colectivas humanas. Y más que un colapso, categoría difícil de precisar con rigor, lo que vamos a conocer son turbulencias ecopolíticas de enorme magnitud e impactos muy desiguales. No se trata solo de un debate sobre términos. No da igual llamarlo colapso, crisis o convulsión, porque el término «colapso» conlleva una moraleja política tóxica: dar por perdida la capacidad del Estado para hacer políticas públicas transformadoras. Pero las políticas públicas transformadoras siguen siendo perfectamente posibles. Y además marcarán la diferencia entre la catástrofe y la oportunidad social de florecer en un mundo justo, sostenible y que define la prosperidad de otra manera.
Para encarar el siglo XXI, los motivos para el desánimo ecológico son robustos. Pero las razones para la esperanza no son pocas. Van desde la impresionante revolución tecnológica de las energías renovables hasta los descubrimientos científicos sobre la biodiversidad del suelo y su potencial regenerativo. Desde unas agendas gubernamentales que han dado un salto de escala sustancial en materia de acción climática, tanto legislativa como presupuestariamente, hasta un momento económico global más propicio para la planificación, la política industrial y la redistribución de riqueza (tres ingredientes imprescindibles para una transición ecosocial justa). Desde la consolidación de nuevos hábitos de consumo más sostenibles (por ejemplo, en movilidad o alimentación) hasta una verdadera concienciación masiva sobre la gravedad del problema.
Hoy nuestras sociedades tienen todas las piezas para desplegar una transformación histórica que nos permita superar de un modo justo el examen de décadas climáticas decisivas. Es hora de unir estas piezas con un proceso político de altura, que articule los aportes de los muchos que no queremos aprender a morir en el Antropoceno. Una tarea para la que el fatalismo colapsista supone una tentación a la que no tenemos derecho.
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