Cultura

Haskalá o la ilustración judía

En los últimos años del siglo XVIII, la Ilustración sacudió los oscuros cimientos intelectuales, culturales y políticos de las sociedades europeas, alzando la razón como la luz que alumbraba el conocimiento. Un despertar que contagió a las distintas comunidades judías del Viejo Continente, empujándolas a salir de sus guetos. La ‘haskalah’, o Ilustración judía, también tuvo lugar en el Siglo de las Luces.

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15
enero
2024

Sapere aude. «Atrévete a saber», sería su traducción más literal. Aunque, tal vez, sea más acertada su interpretación: «Ten el valor de usar tu propia razón». La primera constancia que tenemos de estas palabras viene de mano del poeta romano Horacio, que las usó en sus Epístolas. En esos textos, utilizaba tal expresión haciendo referencia a la valentía para buscar la sabiduría y el conocimiento a través de la superación personal y la autoeducación. Pero no cobraron relevancia universal hasta casi 1.800 años después, cuando el filósofo alemán Kant lo adoptó como lema en su famoso ensayo ¿Qué es la Ilustración? (1784). En esta obra, sapere aude era el motor que empujaba a cuestionar a las autoridades establecidas y a buscar la verdad mediante el uso de la razón.

La Ilustración, ese movimiento filosófico-intelectual que surgió en Europa en el siglo XVIII y que influyó en todas las esferas de la vida pública y privada, consideraba la razón como la luz que alumbraba el conocimiento (motivo por el cual, esta época fue considerada el Siglo de las Luces). Es más, defendía que el pensamiento racional era la única forma de llegar a un conocimiento pleno y verdadero y, por ende, el único medio por el cual la humanidad podría salir de su incultura, combatir las tiranías y mejorar su condición. Para los ilustrados, solo era posible conocer el mundo a través de la observación, la experimentación y el razonamiento, por lo que rechazaban toda forma de intelecto que no se basara en un análisis racional.

En una época donde la religión determinaba la forma de vida en todas las sociedades europeas, la Ilustración la consideraba, junto a las creencias populares, meras supersticiones e ignorancias y se enfrentó a ese pensamiento imperante que declaraba que todo era obra de Dios y los hombres vivían una vida terrenal predestinada, ligada a un plan divino ya establecido. Los iluministas –como también era llamados– creían que todas las personas nacían iguales y con los mismos derechos naturales y por eso tenían fe en el progreso individual. El esfuerzo personal era el camino a ese desarrollo y defendían que las personas, a través de su capacidad y persistencia, podían cambiar ese destino que la Iglesia consideraba estaba ya escrito y era inmodificable.

Precursores

Los valores del Siglo de las Luces iluminaron también las sombras reinantes en los guetos judíos de las principales ciudades europeas y, a finales del XVIII, empezaron a salir de sus escuelas religiosas (yeshivá) y entornos herméticos. Se inicia así la Haskalah, o Ilustración judía, un proceso de emancipación social y político cuyo objetivo fue no solo integrarse en la sociedad de las urbes donde vivían y participar en sus círculos culturales, sino también expandir la historia judía y la educación del hebreo.

La Ilustración hizo ver a los judías que también ellos podían tener sus propios derechos y libertades, preservando su cultura

Hasta la fecha, los judíos siempre habían sido un pueblo un tanto relegado y la Ilustración les hizo ver que también ellos podían tener sus propios derechos y libertades, preservando su cultura y ensalzándola como un elemento diferenciador y único. Empezaron a darse cuenta de que nada les impedía integrarse en las sociedades europeas sin renunciar a sus raíces, valores y creencias, y que la cultura hebrea era perfectamente compatible con el estilo de vida Occidental. «El periodo de la Haskalá judía puede considerarse como un nuevo paradigma en la historia del judaísmo, ya que representó la apertura a los países europeos, el renacimiento tardío a la cultura profana y el abandono del oscurantismo del gueto y de la tradición hermética que regía la vida de las comunidades judías tradicionales de ese momento, principalmente del Centro y Este de Europa», explica Ricardo Muñoz Solla, profesor de Estudios Hebreos y Arameos de la Universidad de Salamanca. «Sin embargo, sus seguidores [maskilim] no dejaron de ser una minoría, siendo un movimiento de élite, que se manifestó en las clases cultas», recuerda.

En esta tendencia regeneracionista del judaísmo del momento fue clave la figura de Moses Mendelssohn, estudioso del Talmud, de lenguas, filosofía y literatura, considerado el primer filósofo judío moderno. De hecho, fue «el primer judío que utilizó la lengua alemana como instrumento literario», matiza el profesor Muñoz Solla. Mendelssohn adquirió relevancia cuando tradujo el Pentateuco (o Torá) al alemán en 1778, iniciativa que los rabinos tradicionales y los sectores más ortodoxos consideraron una herejía por no respetar, según decían, los preceptos religiosos a conciencia. Pero para Mendelssohn y los maskilim esto era solo una forma de dar a conocer la cultura hebrea y expandir el conocimiento y los valores de la Ilustración que, desde su punto de vista, no eran incompatibles con ser un buen judío. Antes de la aprobación de las leyes emancipadoras, su traducción del Pentateuco al alemán marcó el inicio de la aculturación de los judíos en el mundo de la cultura germánica, señala José Antonio Fernández López, profesor de Filosofía en la Universidad de Murcia, en su ensayo El espejo invertido de la asimilación. Judaísmo, emancipación e identidad negativa. La respuesta de la Haskalah, apunta el texto, será de naturaleza educativa y moral. Sus protagonistas entendieron que los nuevos tiempos ilustrados de tolerancia exigían una respuesta activa por parte de las comunidades judías. La educación será considerada como el vehículo imprescindible del cambio, recalca.

Junto a Mendelssohn, conviene rescatar la figura de su amigo Lessing (Gotthold Ephraim Lessing), que ya en 1749 escribió Los judíos, obra en la que defendía la integración de su comunidad en las sociedades locales. Este texto, surgido en plena Ilustración cuando el trabajo de su coetáneo empezaba a ser notorio, influyó mucho en el cambio de postura hacia los judíos en un momento histórico decisivo. Según el profesor Fernández, Lessing concibe la razón, común y compartida, como el fundamento de la humanidad. En su ensayo, señala que solo [la razón] puede identificarse como el nexo común entre los hombres, siendo el vínculo a partir del cual crece la necesidad y la exigencia de tolerancia. Tanto influyó Lessing en Mendelssohn, que Fernández subraya que Hannah Arendt puso de manifiesto cómo el esquema esencial de la reflexión del segundo se debe a la obra del primero, a sus ideales de humanidad y tolerancia, y a su distinción entre verdades de razón y verdades históricas.

Los sectores más conservadores y ortodoxos sintieron esta nueva corriente como una amenaza a las costumbres y tradiciones de la liturgia judía

La cuestión judía

«Cronológicamente, [la Haskalá] se prolongó aproximadamente un siglo –desde finales del siglo XVIII a finales del siglo XIX– y en [ella] han de verse los orígenes de la reforma del judaísmo (que darían lugar a los movimientos progresistas o liberales), así como del desarrollo de nuevas formas literarias que hasta entonces no habían tenido tradición en la literatura hebrea, adaptándose a las lenguas de dicha ilustración, especialmente el alemán en detrimento del yiddish o del mismo hebreo», explica Muñoz Solla. Este fue uno de los motivos que hizo que los sectores más conservadores y ortodoxos se volvieran contra esta nueva corriente, sintiéndola como una especie de amenaza a las costumbres y tradiciones de la liturgia judía. «De algún modo, fue considerado como una injerencia externa que pretendía, según su visión, imponer y asumir valores ajenos a la tradición religiosa judía», añade.

Los judíos de Alemania, Francia, Italia o Hungría fueron abandonando su vida introvertida en los guetos para empezar a integrarse en las sociedades europeas

Tanto Mendelssohn como Lessing, así como otros representantes de la Haskalah, defendían la idea de la asimilación (o integración) sin reparo y gracias al empuje que le dieron, los judíos de países como Alemania –su principal motor y eje inspirador–, Francia, Italia o Hungría fueron abandonando su vida introvertida en los guetos para empezar a integrarse en los entornos sociales, culturales, económicos y políticos de las sociedades europeas. El fantasma de la asimilación cultural de los judíos, una experiencia que podía llevar a la pérdida de la identidad y de su observancia religiosa, fue una de las principales preocupaciones de quienes no comulgaban con este movimiento, opina Muñoz Solla. «La lucha por la asimilación de los judíos europeos se convierte así, en la Alemania del siglo XIX, en una cuestión fundamental en el debate entre partidarios y detractores de la apertura del judaísmo a la sociedad y ha determinado, desde entonces, la evolución del judaísmo contemporáneo». Una evolución, no exenta de tensiones, que, como señala, dio pie a una «variedad de modelos culturales, litúrgicos y comunitarios que a partir de ese momento se desarrollaron en el seno del judaísmo: el judaísmo reformista y progresista (nacido en Estados Unidos) y el secularizado (completamente arreligioso), frente a las formas más tradicionales, como el ortodoxo y el conservador». De algún modo, continúa, «desde el punto político y social, el sionismo puede entenderse también como una respuesta alternativa, de carácter nacionalista e identitaria, que se abrió paso con el debate de la haskalá».

Según expone el profesor Fernández en su ensayo, la asimilación judía (hitbolelut) es una paradoja ontológica e histórica. Si el precio de la integración social defendida y favorecida desde ideales ilustrados era la ahistoricidad como pueblo y la desubstanciación identitaria del judaísmo, el devenir de la nueva historia asimilada implicó renovadas formas de rechazo y de exclusión. Es más, continúa; las consecuencias traumáticas de este proceso, radicalizado hasta el exterminio en la Shoá (holocausto, en hebreo), darán lugar a una reconfiguración secularizada de la identidad judía, recurrentemente paradójica y contradictoria. Desde su punto de vista, a finales del siglo XVIII, la «cuestión judía» se convierte en la cuestión de la pertinencia o no de un nuevo concepto de identificación de dicha identidad hebrea con la sociedad circundante, que acabará transformándose en el «problema judío».

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