Opinión

Weil, Stein y Hillesum: la inefable experiencia interior

Las tres escritoras comparten su compromiso con los oprimidos, los perseguidos y los desheredados despersonalizándose progresivamente, renunciando a su propio «yo». Una de ellas, Simone Weil, murió de desnutrición voluntaria agravada por un inicio de tuberculosis. Las otras dos, en las cámaras de gas de Auschwitz.

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21
octubre
2019

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Extrañas y misteriosas circunstancias –a las que no son ajenas el reencuentro con el Libro de la vida de Teresa de Ávila y con los personajes literarios de Nastasia Filíppovna y de Anna Arkádievna Karénina– han propiciado que, desde principios de 2012, hayamos dirigido de modo creciente nuestras lecturas hacia los textos originales de ciertas escritoras y de pensadoras. También hacia rigurosos estudios a ellas dedicados y otros sobre personajes históricos femeninos, muchos debidos a historiadoras de la cultura: desde Madame de Staël, Annette von Droste-Hülshoff y las tres hermanas Brontë a Gertrud von Le Fort; desde Hildegarda de Bingen, Héloïse d’Argenteuil, Clara de Asís y Catalina de Siena hasta Teresa de Lisieux, María Zambrano y Hannah Arendt; desde Leonor de Aquitania y Blanca de Castilla hasta Juana de Arco.

Hay muchas otras, pero aquí solo pretendemos esbozar ligerísimamente la vida y el pensamiento de tres mujeres de origen judío del siglo pasado, originalísimas escritoras, filósofas y místicas, que, gracias a una inefable experiencia interior y a un valiente y desinhibido contacto con la realidad del mundo, transitaron desde el agnosticismo y el ateísmo hasta la creencia plena en Dios y en Cristo, el Hijo del Hombre, comprometiéndose, hasta ofrecer en sacrificio su propia vida, con los oprimidos, los perseguidos y los desheredados de la tierra, y todo ello sin aspavientos, sin asomo alguno de vanidad, sin afán de heroísmo, sino despersonalizándose progresivamente, renunciando a su propio «yo», entregándose en un silencio ensordecedor a la comunión con los otros. Una de ellas, Simone Weil, murió de desnutrición voluntaria agravada por un inicio de tuberculosis. Las otras dos, en las cámaras de gas de Auschwitz.

Simone Weil

El caso más problemático y difícil de abordar quizá sea el de Simone Weil (París, 3 de febrero de 1909 – Ashford, cerca de Londres, 24 de agosto de 1943). Preocupada por la cuestión social y por las difíciles condiciones de vida de los obreros desde su adolescencia, nunca profesó la fe judía, desentendiéndose incluso del judaísmo como fenómeno cultural, actitud por la que ha sido tenida por traidora por muchos de sus hermanos de raza. Pero su singular pensamiento filosófico, su teología y misticismo de nítida adscripción cristiana, así como su constante compromiso social con los obreros y con los débiles, con los que sufren, la han zarandeado desde la izquierda comunista y libertaria hasta determinados sectores católicos, intentando unos y otros, incluso necesariamente sin mala fe, llevar a cabo un reduccionismo de sus ideas y de su praxis.

Catedrática de Filosofía en un Liceo desde 1931, simpatizó desde muy joven con las ideas libertarias y fue una pacifista y antimilitarista convencida, aunque sus maravillosas paradojas y contradicciones la condujeron a formar parte de las Brigadas Internacionales apenas iniciada la Guerra Civil española, integrándose en la «Columna Durruti», si bien solo participó durante mes y medio, escasas semanas de las que no hay constancia que matase a nadie, de igual modo que la persuadieron de que era imprescindible movilizarse contra la tiranía expansionista hitleriana.

«Durante la Guerra Civil, Simone Weil se integró en la Columna Durruti, en la que participó durante mes y medio»

Su dificultad para ser comprendida y su extrema debilidad física motivaron que De Gaulle se opusiese en Londres, en 1943, a que fuese enviada a Francia a luchar con la Resistencia, anotando al margen de su solicitud, de su propio puño y letra: «Está loca». En realidad, era así, solo que Simone estaba loca de amor por los que padecen. De hecho, a pesar de su pésimo estado de salud, se negó a ingerir más alimento que el que podían tomar sus compatriotas de la Francia ocupada. Brillante alumna en el Lycée Henri IV, donde ingresó en 1925, del filósofo panteísta Alain, nunca separó la teoría de la acción. Alain le transmitió la inquietud social, pero Simone llevó tan lejos su vínculo con los explotados, que abandonó su carrera académica para trabajar en diversas fábricas, algunas muy peligrosas, ocupación que solo pudo desempeñar unos seis meses, desde el 4 de diciembre de 1934, derrumbándose finalmente, exhausta y vencida por la «gravedad» (la dureza, la fuerza), que se opone a la «gracia» divina, impresa en el alma de todo hombre, capaz de evitar que éste se corrompa.

Era inevitable, si se pretende una solución, conocer la inhumanidad del trabajo industrial. Simone admiraba el trabajo manual, el único verdadero, el trabajo artesano en el que se abarcan todas las fases de producción del objeto, evitando el desdoblamiento y la alienación. Jesús mismo fue un carpintero de Nazaret. La Ciencia se ha mostrado incapaz de impedir el predominio de la tecnología, haciendo del hombre un homo technologicus, inmerso en un atroz materialismo. De ahí el rechazo de Simone a una parte de la Ilustración, a la Enciclopedia y a los materialistas mecanicistas franceses.

«Simone admiraba el trabajo manual, el trabajo artesano en el que se abarcan todas las fases de producción del objeto»

Desde su llegada a Marsella, en septiembre de 1940, hasta su muerte, sus últimos escritos confirman inequívocamente, aunque haya una larvada resistencia a admitirlo, su misticismo, su íntima y misteriosa cercanía a Cristo, su profunda fe en la Trinidad, la Encarnación, la Redención, la Revelación y los Sacramentos, pero sin abandonar su heterodoxia, su libertad para pensar por sí misma, su rechazo del Dogma, su negativa a ser bautizada y formar parte de la Iglesia. Esta era para ella el cuerpo místico de Jesucristo, y de igual modo que Dios se vacía en la creación, el hombre debe vaciarse de sí para retornar a Dios. A Gustave Thibon le escribió: «Por el momento, estaría más dispuesta a morir por la Iglesia―en el caso de que se hiciese necesario morir por ella―, que a entrar en ella. Morir no obliga a nada… no incluye ninguna mentira». En su miscelánea Pensamientos desordenados acerca del amor a Dios, redactados entre octubre de 1940 y mayo de 1942, así como en sus Escritos de Londres, incide sobre el tema capital de su pensamiento: la desdicha. Esta es «un sufrimiento físico muy largo o muy frecuente», y solo ella tiene «la propiedad de encadenar al pensamiento»; «no hay realmente desdicha donde no hay degradación social en alguna de sus formas o conciencia de esa degradación». Dios ha dado a la desdicha «el poder de introducirse en el alma de los inocentes». La desdicha hizo que Cristo, que murió como un criminal común, se sintiese abandonado por el Padre (momento ateo de la divinidad, diría Luigi Pareyson).

La proximidad infinita de Dios a Dios (la Trinidad) coexiste con la distancia infinita de Dios a Dios (la Cruz). Es muy probable que quien padece la desdicha deje de amar, haciéndose definitiva la ausencia de Dios. Pero bastaría con que una parte infinitesimal del alma desease amar, para que Dios pueda volver a inundar al hombre, como le sucedió a Job. Hay aquí una misteriosa semejanza con el hallazgo del sentido espiritual de la vida que Viktor E. Frankl experimentó en los campos de concentración donde estuvo. «Dios ha creado por el amor y para el amor». «La Cruz es nuestra única esperanza». La prueba de que la Cruz, centro de cuanto existe, no se veta a ningún hombre, es que, en todos ellos, sean de la raza que sean, habita la desdicha.

Edith Stein

Edith Stein (Breslau, Alemania, 12 de octubre de 1891 – Auschwitz, 9 de agosto de 1942), que participó en su niñez de las fiestas litúrgicas judías, dejó de ser creyente en su adolescencia. Niña inteligente y vivaracha, la rapidez con que comenzó a plantearse problemas existenciales retrasó su bachillerato, ingresando en 1911 en la Universidad de su ciudad natal (hoy Wroclaw, en Polonia) y orientándose hacia la germanística, la filosofía, la historia y la psicología. Aunque practica el deporte, es muy sociable y participa activamente en las reivindicaciones a favor de los derechos de la mujer, su prioridad son los estudios.

Poco después, gracias al interés sobre Edmundo Husserl de su amiga la filósofa Hedwig Conrad-Martius, lee las Investigaciones lógicas del padre de la Fenomenología, también judío. En abril de 1913 ya está en la Universidad de Gotinga, donde conoce al pensador católico Max Scheler. Alistada como voluntaria en la Cruz Roja en 1914, desempeña labores de enfermera durante unos meses. En agosto de 1916, en Friburgo, defiende su Tesis Doctoral, Sobre el problema de la empatía, obteniendo la máxima calificación. Los dos años siguientes, por expreso deseo de Husserl, se convierte en su asistente.

La ordenación de los manuscritos del filósofo Adolfo Reinach la introduce aún más en el cristianismo, produciéndose su definitiva conversión en junio de 1921, después de leer el Libro de la Vida de la gran santa abulense. Se cambia el nombre por el de Teresa al bautizarse el 1 de enero de 1922, desempeñando tareas docentes en colegios católicos, en las que revela sus perspicaces conocimientos acerca de la psicología de las adolescentes, sin obviar el campo de lo sexual-afectivo. Traductora al alemán de Tomás de Aquino y de John Henry Newman, estudia a fondo la escolástica medieval y toda la filosofía moderna. Su prestigio se acentúa a partir de 1928. Participa en múltiples actividades de difusión del pensamiento cristiano, tratando de poner los cimientos de una antropología teológica que respete el hecho diferencial femenino. Cada vez es más requerida como fenomenóloga, debiendo abandonar la enseñanza como maestra en 1931, aunque continúa con su actividad docente en instituciones católicas prestigiosas de Alemania y Francia.

«Edith Stein dejó inacabado ‘La ciencia de la Cruz’, un profundo estudio sobre San Juan de la Cruz»

En octubre de 1933, con Hitler ya en el poder, ingresa en el Carmelo de Colonia, haciendo su profesión perpetua en abril de 1938. Trasladada a Holanda por motivos de seguridad el 31 de diciembre de ese año, es detenida por la SS, junto con su hermana Rosa Stein, el 2 de agosto de 1942, en el Carmelo de Echt. Después de un brevísimo paso por el campo de tránsito holandés de Westerbork, donde es muy posible que Etty Hillesum intercambiase fugaces palabras con ambas hermanas, son gaseadas nada más llegar a Auschwitz. El 11 de octubre de 1998 fue canonizada como Santa Teresa Benedicta de la Cruz. Desde muchos años antes estaba preparada para dar su vida por Cristo. Como a Simone Weil, también le obsesionó siempre el misterio de la Cruz. Autora de escritos espirituales de gran hondura y admirable sencillez, llevó a cabo formidables síntesis sobre el pensamiento del Pseudo Dionisio Areopagita y sobre Las Moradas de la gran reformadora del Carmelo.

Dejó inacabado La ciencia de la Cruz, un profundo estudio sobre San Juan de la Cruz, cuyo antecedente teológico-ontológico es su libro más importante, Ser finito y ser eterno, de 1936. Aunque sin olvidar nunca a Platón, San Agustín y Duns Escoto, el libro se apoya fundamentalmente en los Salmos, el Evangelio de Juan, Aristóteles y Santo Tomás, centrándose en el problema del ser, de tal modo, como escribió ella misma, que «la comparación entre el pensamiento tomista y el fenomenológico fue el resultado del análisis de» aquel problema. Asombroso intento «de fusionar el pensamiento medieval con el pensamiento vivo contemporáneo», Edith admitió que el mejor modo de acercarse a Dios, plenitud absoluta, por parte del hombre, es a través de la oración, el recogimiento interior y la experiencia mística.

Etty Hillesum

Etty Hillesum (Middelburg, Holanda, 15 de enero de 1914 – Auschwitz, 30 de noviembre de 1943) es autora de numerosas cartas y de un extenso y asombroso Diario, una de las cumbres de la literatura neerlandesa del siglo XX, publicado, solo parcialmente, por vez primera en septiembre de 1981. Comenzado el 8 de marzo de 1941, muy poco antes del 5 de junio de 1943 logra entregarle a su amiga María Tuinzing los once cuadernos de que consta, a fin de hacérselos llegar a Klaas Smelik, un periodista y antiguo amante trotskista. Nacida en el seno de una familia judía muy culta, Etty, inteligente, inquieta, insatisfecha y dispersa, con una activa vida sexual desde antes del fin de la adolescencia, inició estudios de Derecho, lenguas eslavas y Psicología, aunque no llegó a concluirlos.

De un difuso agnosticismo fue adentrándose en una riquísima vida espiritual interior, tal como lo revela su Diario, de una profunda humanidad y en el que resulta incontrovertible su íntima creencia en Dios. El mismo día que lo comenzó conoció a un hombre que cambiaría su vida, el psicólogo y quirólogo judío Julius Spier, el «partero de su alma», al que amó con todo su corazón, como un hermano. Desde ese mismo instante, a pesar de algunas insinuaciones de Etty hacia él, que no acaban en nada (Julius estaba prometido), disminuye drásticamente su actividad sexual, incrementándose su ya notable pasión por la lectura, pero dirigiendo ahora, gracias a Spier, su atención hacia la Biblia, San Agustín, San Francisco de Asís, Dostoyevski, Tolstói, C. G. Jung, Walter Rathenau, Walter Schubart o Rainer Maria Rilke, el autor más citado en su Diario.

Spier falleció el 15 de agosto de 1942, justo el día antes que debía ser detenido. No solo le enseñó a encontrarse a sí misma y a buscar a Dios en sus semejantes, sino que le proporcionó valiosos medios de autocontrol. Pero Etty era un diamante en bruto. Solo había que plantar en ella la semilla adecuada. El 30 de julio de 1942 consiguió que el Consejo judío la destinase como «funcionaria» en el campo de tránsito de Westerbork, al NE de Amsterdam. Aquí culmina realmente su transformación espiritual, su encuentro con Dios. Parece inaudito que la que había sido una jovenzuela tan desordenada, concentre ahora todas sus energías en el estudio, la escritura y el humanísimo cuidado de los que sufren indeciblemente. Sus amigos le prepararon la huida, pero ella, débil y enferma, declinó.

«Sus amigos le prepararon la huida del campo de Westerbork, pero Etty Hillesum declinó su oferta»

El 5 de junio de 1943 regresa, de manera definitiva, después de una convalecencia, al campo. El contacto con quienes van a ser deportados en cualquier momento, la reconforta, le permite encontrar el sentido de su vida. Todo es en Etty muy rápido, vertiginoso: no disponía de tiempo. Advirtiendo la estrecha ligazón entre su cuerpo y su alma, la «Palabra de Dios» no es más que la actuación del Espíritu Santo que se revela en el corazón del hombre. El justo medio entre el puritanismo y la licencia es la conciencia de la propia responsabilidad. La amistad más allá de la pasión. Cuando se ama de verdad hay que estar dispuesto a sufrir. Insertar orgánicamente las palabras en un gran silencio. «Mi hacer consistirá en ser». El descubrimiento de Dios es estrictamente personal.

Alegre y llena de vida, Etty improvisa oraciones de una conmovedora humanidad y comunión con Cristo, plegarias que quizás no acepte cierta jerarquía eclesiástica. Hay que escuchar en el fondo de uno mismo (hineinhorchen). «Hay en mí un pozo muy profundo. Y en ese pozo está Dios». El 12 de julio de 1942 reza por la mañana: quiere ayudar a Dios. «Si Dios cesa de ayudarme, seré yo quien tenga que ayudar a Dios». Si se quiere ejercer una influencia moral en los otros, es preciso empeñarse seriamente en nuestra moral personal. Debemos perdonar a Dios por la época que vivimos, dice Etty. «Perdonar a Dios», como comprendió Paul Lebeau, es una forma de manifestar su absoluta confianza en Él. El verdadero escándalo es la violencia contra el inocente. El martes 7 de septiembre es trasladada a Auschwitz. Su última nota, de ese mismo día, una postal dirigida a su amiga Christine van Nooten, la arroja desde el vagón en que la llevan al Lager. El 15 de septiembre se pierde su rastro. La Cruz Roja informa de su desaparición el 30 de noviembre.

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