En un mundo polarizado, ¿puede la compasión ser el centro de la balanza?

Vivimos en una época de polarización de tal magnitud que los polos a veces parecen incluso tocarse. Nuestra era conjuga amplios espectros donde habitan unos pocos multimillonarios con una gran mayoría de la población que vive en la pobreza; y una radicalización, también, de ideales políticos que nos alejan cada vez más de la posibilidad de un debate sin falacias. Pero la pregunta es, ¿qué hay en medio de los polos? ¿Qué es lo que nos queda?

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03
enero
2024

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La covid-19 fue un ejemplo de que al globalizar el mundo también se globalizaban nuestros problemas. Y así, durante la pandemia, sucedió algo impensable: sufrimos conjuntamente. Durante ese tiempo vimos a los nuestros enfermar o morir sin defensa ante un virus que no sabíamos doblegar. Asistimos al colapso de hospitales, fuimos testigos de vidas que se hacían añicos, y vimos también aparecer a nuestros propios fantasmas al estar confinados.

El miedo y la incertidumbre compartida fue, para muchos, una oportunidad y enseñanza únicas que hicieron brotar nuestra empatía. Pero también, algo mucho más profundo, la compasión. «La compasión es el único sentimiento que cuando alguien lo pierde, lo que se dice de esa persona es que es inhumano», expresa el filósofo y ensayista José Antonio Marina en el marco del evento Conversaciones Humanitarias para un mundo sostenible, organizado por Fundación Cruz Roja en colaboración con Ethic. ¿Y qué es esto que nos hace humanos? Su etimología, del latín cumpassio, nos lleva a «sufrir juntos»; «sufrimiento con el otro»; o «sentimiento de tristeza que se siente al ver sufrir al otro». Para la Real Academia Española, es un sentimiento que inspira ternura o pena al ver sufrir a alguien. En ese sentido, Marina lamenta que la palabra haya tomado un sentido negativo en nuestra lengua. «En España, sentir compasión es humillar a otro, mientras que en el mundo anglosajón, la palabra tiene una grandeza que en castellano ha perdido», asegura. 

Sufrir con los que sufren, hacer de su dolor el nuestro… aunque solo sea por un momento. ¿Puede ser la compasión el centro absoluto en este amplio espectro de polarizaciones políticas y sociales en el que vivimos? No pensando en ella como un centrismo ideológico o una equidistancia apolítica, sino simplemente como un mejor lugar desde donde comenzar a tener conversaciones importantes. Frente al riesgo de caer como sociedad en individualismos, esta virtud abre una ventana a una experiencia vital más allá de nosotros mismos, ya que la compasión excluye el egoísmo como motivación primaria de la conducta. Es decir, nos hace visualizar las necesidades del otro, su humanidad y su ser. Por eso, para Marina no hemos descuidado la compasión porque nos hemos deshumanizado, sino porque nos «hemos individualizado», y las consecuencias de esto son dramáticas. «Está siendo una catástrofe social y educativa el que hayamos desprestigiado la compasión», sentencia. 

José Antonio Marina: «La energía y pobreza también es una cuestión de justicia»

Pobreza energética, una desigualdad mal medida

En la conversación que tuvo lugar entre los expertos durante el encuentro, se trató como ejemplo de desigualdad social la pobreza energética, existente incluso en los países europeos. La discusión sobre la cuestión de la energía no es algo nuevo, sobre todo tras el estallido del conflicto armado de Ucrania y el incremento de los precios de la energía. Para Ronan Mangan, director de la Unidad de Inclusión Social de la Cruz Roja y enlace con la Unión Europea, que dialogó con José Antonio Marina sobre este tema durante el evento Conversaciones Humanitarias para un mundo sostenible, organizado por Fundación Cruz Roja, «se han hecho algunos esfuerzos para mitigar la pobreza energética, pero para entender este concepto mejor necesitamos más indicadores realizados a varias poblaciones demográficas en cuanto a género, minorías étnicas, inclusión digital, transporte, situación de los migrantes, refugiados… para así poder elevar la conciencia en los políticos de que la energía y pobreza también es una cuestión de justicia». 

Además, para Mangan, la pobreza energética tiene claros impactos negativos en la salud física y mental de las personas que la sufren. No obstante, hay otros indicadores que podrían revelar soluciones más apropiadas para esta problemática. Para Marina, sería indispensable contar con un «sistema de renta energética per cápita» para medir la energía consumida por cada persona. «Mientras no tengamos el concepto de renta energética, no podemos hablar de pobreza energética», sentenció. A su juicio, la cuestión de la energía deriva en problemas sociales de producción y uso de la energía. «Por debajo de cada problema energético hay una relación de poder y una relación de intereses», aseguró.

Reforzar la pedagogía de la acción social

La práctica de la compasión nos puede llevar a ser más tolerantes y mucho más participativos en la defensa de los derechos de los demás y en la búsqueda de soluciones a problemas colectivos como la lucha contra la pobreza. Para esto, la educación juega un papel fundamental: «Necesitamos una inmensa pedagogía para la responsabilidad social y la participación en la resolución de los problemas sociales», una problemática en la que, a juicio del filósofo, las ONG deberían de tomar parte e incidir. 

Volviendo atrás, quizás la grandeza de la palabra compassion a la que aludía Marina tiene que ver con la idea que nos legó el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, cuando dijo: «La compasión es la base de la moralidad». Para Marina, un especialista en este tema, «es el sentimiento que abre camino a la justicia». Entonces, si la moralidad es la condición para que exista la justicia, es necesario un sistema moral y ético para dibujar la frontera entre lo justo y lo injusto.

Así, la compasión ha sido uno de los valores centrales de las organizaciones humanitarias. Ronan Mangan pone en valor su aplicación. «¿Por qué no miramos más en cómo apoyar a los jóvenes a realizar acciones de voluntariado para crear empatía con sociedades conjuntas?», reflexiona. Para Mangan, «el voluntariado es una forma fantástica de que la gente devuelva lo que ha recibido, en vez de vivir bajo una visión individualista centrada en ellos mismos», asegura. 

Ronan Mangan: «El voluntariado es una forma fantástica de que la gente devuelva lo que ha recibido»

Europa, el continente con las políticas sociales más avanzadas del mundo, también da indicios de cifras preocupantes: según datos de La Oficina Europea de Estadística, en 2022 95,3 millones de personas en la Unión Europea estaban en riesgo de pobreza o exclusión social, es decir, el 21,6% de la población. Lejos de paternalismos, para Mangan es fundamental la creación de procesos para que la gente se «autoempodere». O, en palabras de Marina, «tengan conciencia de su poder político».

En esa línea, Mangan subraya la importancia de «proporcionarles el conocimiento y las herramientas necesarias para que puedan entender, ejercer y utilizar sus derechos humanos y sociales». Para ello, una pedagogía de acción social puede acarrear una responsabilidad para con nosotros mismos y los demás: «Hablamos de aumentar nuestra inteligencia colectiva y nuestra capacidad de afrontar problemas, porque nada se crea espontáneamente, necesitamos también un proceso de formación para conseguirlo».

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