Sociedad

Catástrofes evitables y el mito de Casandra

Por mucho que visionarios, futurólogos y expertos alcen la voz para avisar, muchas veces se les ignora a favor de opiniones más populares o convenientes que resultan ser erradas.

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16
enero
2024
Emma Hamilton, pintada por George Romney en el papel de Casandra.

El astrofísico británico Martin Rees avisó en 2019, meses antes de la pandemia de covid-19, que «podría haber una pandemia que matará a millones de personas en todo el mundo». No era el único, pues declaraciones parecidas habían manifestado otros expertos –entre ellos investigadores y biólogos de renombre– que ya alertaban, entre otras cosas, del riesgo que comporta el calentamiento global. Pero Martin Rees, de quien la mayoría apenas ha oído hablar, no solo es divulgador y astrónomo real desde 1995 (en inglés astronomer royal, es un puesto de alto nivel en las Casas Reales del Reino Unido), sino también fundador del Centro para el Estudio de Riesgos Existenciales de la Universidad de Cambridge. Lleva dos décadas divulgando sobre los riesgos que nos acechan, en obras como Nuestra hora final (2003) o Sobre el futuro: perspectivas para la humanidad (2018), en la que sitúa el siglo XXI como un punto de inflexión y habla de los riesgos que implican los aceleradores de partículas en la supervivencia de nuestra especie. A juzgar por el caso que hicieron de su advertencia en 2019, podría ser que dentro de unos años el interés público esté más centrado en la posibilidad de viajar a Marte que en los cuidados urgentes de nuestro planeta, el único hábitat del que disponemos.

Existen otros casos pasmosos de previsiones que fueron ignoradas, perdiendo así la oportunidad de prepararse con antelación a los posibles riesgos: la periodista Naomi Klein fue una acérrima crítica de la globalización desde obras como No logo (2000) y Vallas y ventanas (2002). Su pensamiento de acoso y derribo contra un sistema socioeconómico emergente chocaba de frente contra todos aquellos que defendían alegremente las bondades de la globalización. Fue difícil luchar contra esa marea de optimismo en ese nuevo mercado libre que pretendía ser una solución a las desigualdades sociales, pero que a la postre cumplió las peores previsiones de Klein, que pronosticaba que serían pan de hoy, hambre de mañana.  Con La doctrina del shock (2007) y las obras que ha publicado más recientemente derivadas de esta misma idea, Naomi Klein advierte sobre los peligros de un sistema de gobierno basado en ofrecer la solución menos mala tras haber creado una alarma social infinitamente peor. El objetivo es claro para la autora: el miedo es una emoción primaria que coloca a la población en un estado de vulnerabilidad, que la predispone a aceptar medidas que en otros periodos no hubiera aceptado de ningún modo.

El miedo coloca a la población en un estado de vulnerabilidad y la predispone a aceptar medidas que no hubiera aceptado en otros periodos

Zygmunt Bauman fue un sociólogo visionario que mucho antes de la eclosión masiva de las redes sociales, supo prever las consecuencias que la hiperconectividad tendría en las relaciones humanas. Si bien llevaba analizando las tendencias del pensamiento posmoderno desde el pasado siglo y ha publicado numerosos ensayos a lo largo de su longeva vida, fue en 2003 cuando publicó Amor líquido, adelantándose dos décadas al flujo de las relaciones que han favorecido la inmediatez de las aplicaciones de dating, que se popularizaron mucho después. Sirva de muestra el dato que la más popular de todas ellas, Tinder, se creó en 2012. ¿Impidió el libro de Bauman que la gente se lanzara de cabeza a las facilidades del amor rápido por catálogo? No. Ni mucho menos. Ahora, hordas de psicólogos llenan consultas y estanterías de librerías intentando explicar por qué las relaciones actuales son superficiales y efímeras. Ghosting, breadcrumbing, benching, orbiting… Mucha palabra snob para algo que se resume rápido en dos palabras: amor líquido. Advertidos llevamos desde mucho antes.

El síndrome de Casandra define la sensación de prever una catástrofe futura, junto con la impotencia de no poder hacer nada para evitarla

Lo que sucede con las advertencias de Klein, Bauman o Rees, o de quienes les precedieron, no es nada nuevo. Como dignos hijos de la tradición grecorromana –aunque seguro que tiene su contrapartida en otras culturas– repetimos algo que ya sucedió en la caída de Troya. Según cuenta el mito, Casandra, que era hija de los reyes de Troya y tenía el don de la profecía, advirtió de los peligros para la ciudad que traía el caballo gigante de madera que había llegado como un presente de los griegos. Su temor era fundado: en el interior del caballo se escondía el ejército aqueo enemigo, liderado por Aquiles. Pero para su desgracia y la del resto de troyanos, Casandra había sido dotada con el don de la profecía, unido a la maldición de no ser creída por nadie, como venganza del dios Apolo debido a su amor despechado. Casandra no estaba sola en sus sospechas, ya que Laocoonte también pidió a los troyanos que quemaran el caballo de madera advirtiéndoles con la mítica frase «Timeo Danaos et dona ferentes», que aconseja desconfiar de los regalos del enemigo.

El mito de Casandra siempre se actualiza con distintos protagonistas independientemente de su veracidad histórica, recogida por Homero en la Ilíada. La tragedia de este mito da lugar a una figura psicológica conocida como Complejo de Casandra. Este complejo se refiere a personas con un rasgo visionario o que se adelantan a los hechos –habitualmente con desenlace negativo– que sienten no ser tenidas en cuenta o que, efectivamente, no son tenidas en cuenta. ¿El problema dónde está? ¿En las Casandras que no son escuchadas o en quienes prefieren hacer oídos sordos a las advertencias y ser testigos de cómo arde Troya antes de quemar el caballo amenazador?

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