Opinión

Reparar el daño: una reflexión sobre los abusos sexuales en la Iglesia católica

El Defensor del Pueblo publicó en octubre el informe ‘Una respuesta necesaria’, sobre los abusos sexuales en el ámbito de la Iglesia católica y el poder de los poderes públicos. ¿Qué implica en el arduo proceso de hacer justicia reparadora?

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29
diciembre
2023

El informe del Defensor del Pueblo sobre la pederastia en el seno de la Iglesia católica revelaba hace unos meses que el 1,13% de la población actual, alrededor de unas 445.000 personas, había sufrido este tipo de violencia en nuestro país. Además de exponer las consecuencias de los abusos en las víctimas, que entonces eran niños y adolescentes, la investigación ahondaba en la toma de conciencia sobre este problema social y en la necesidad de una justicia restaurativa.

Aunque los datos constituyen un primer acercamiento oficial a esta victimización, estos no han sido del gusto de todos los sectores. Algunas víctimas y familiares consideran que la estrategia que se ha seguido para conocer esta realidad carece de poder coercitivo y, por tanto, favorece que la Iglesia no colabore activamente en la investigación. Este es el caso, por ejemplo, del psiquiatra y activista Miguel Hurtado, que fue abusado con 16 años por Andreu Soler, monje en la Abadía de Montserrat. Hurtado ha compartido en diferentes medios su decepción ante el alcance del informe y reivindica que, para conocer con profundidad los hechos, es necesario que el Gobierno impulse una Comisión de la Verdad y se garantice la imprescriptibilidad de los delitos de pederastia.

En otros casos, las críticas se han dirigido a las cuestiones estadísticas. Las más desacertadas confundían incidencia y prevalencia; no sabían distinguir entre casos denunciados, casos que habían acabado en condena y testimonios de las víctimas en encuestas de autorreporte; o consideraban, desde la mera opinología, que la cifra de víctimas no era representativa, por ser «demasiado baja» o «parecer exagerada».

El silencio pesa, la culpa agota y el dolor, aun cuando aprendes a sobreponerte, no es algo que puedas borrar

Seguramente el estudio incluido en el informe del Defensor del Pueblo sobre los abusos sexuales en este contexto no sea perfecto y presente varias limitaciones. Pueden discutirse aspectos metodológicos y pueden, asimismo, reconsiderarse algunas recomendaciones para la comprensión de esta problemática y la asunción de la responsabilidad por parte de los poderes públicos. Ahora bien, cabe destacar el gran esfuerzo que desde el academicismo se ha hecho para dar voz a las víctimas, durante años silenciadas y negadas, y aliviar su carga. Porque el silencio pesa, la culpa agota y el dolor, aun cuando aprendes a sobreponerte, no es algo que puedas borrar. Cuando se sufre algo tan dramático como una violencia sexual, no se puede empezar de cero. Lo que se puede es aprender a tener de nuevo el control de tu vida, pese a lo sucedido.

El daño es irreversible en la biografía de quien fue agredido y forja o influye en la construcción de su identidad. El abuso sexual marca un antes y un después en la vida de la persona. Es un acto que nunca debió acontecer y, tras ello, que jamás debió ocultarse. Pero esto no reduce a la persona que lo sufrió en las consecuencias de ese acto. Sin duda la experiencia del abuso y la injusticia al respecto son claves en la historia de las víctimas, pero ese acontecimiento no lo es todo. Las víctimas son más que su sufrimiento. Son también ejemplo de resiliencia y pueden aportar nuevos imperativos sobre cómo afrontar estos delitos, cómo reparar el daño y qué hacer, todavía hoy, para convivir y coexistir con aquellos que fueron, durante su infancia, sus depredadores.

El daño es irreversible en la biografía de quien fue agredido y forja o influye en la construcción de su identidad

No se puede obligar a nadie a perdonar y reconciliarse con su victimario, y mucho menos exigirle una muestra de afecto, amparándose en la creencia de que las víctimas tienen que ser moralmente superiores a quienes les hicieron daño. Las víctimas que hayan podido perdonar (y no por ello disculpar o excusar a quienes decidieron hacer el mal) merecen un reconocimiento de su grandeza moral. Pero, aquellas que todavía no han podido hacerlo o aquellas que no lo harán, no merecen la condena social o la sospecha sobre las secuelas de su dolor.

Que jurídicamente se puedan exigir pruebas de ese sufrimiento para la búsqueda de justicia no significa que humanamente esté bien dudar del dolor ajeno. Personalidades como el filósofo Fernando Savater, que cada vez tienen más fama de personaje y menos de referente intelectual, han señalado los abusos como «magreos indebidos». A propósito de la publicación del informe, Savater compartía en el periódico El País una columna de opinión que, personalmente, solo puedo catalogar de mal gusto.

No solo es que en el texto de Savater encontremos una forma, consciente o no, de blanquear la pederastia eclesiástica, también se observa un interés por cuestionar el dolor de las víctimas. ¿Acaso no es bastante cínico sospechar del dolor ajeno y que, en cambio, el dolor propio se presente como incuestionable, insoportable y auténtico? La infancia no es pasado, porque tiene una influencia importante en nuestro yo presente, en quienes somos y en cómo nos relacionamos. Por muchos años que hayan trascurrido, las víctimas de entonces merecen tanta justicia como las víctimas que sufren los abusos en la actualidad.

Por muchos años que hayan trascurrido, las víctimas de entonces merecen tanta justicia como las víctimas que sufren los abusos en la actualidad

El informe del Defensor del Pueblo sobre los abusos sexuales en la Iglesia constituye un primer paso para avanzar en el conocimiento de esta violencia y de los casos, de las vidas humanas implicadas, ya sea como víctimas o victimarios. A su vez, supone un antes y un después en el reconocimiento social de las víctimas que, tras la indiferencia de la institución eclesiástica, han sido por primera vez abiertamente escuchadas.

Gracias a los testimonios de las víctimas hoy, tanto los profesionales como la sociedad en general, sabemos más sobre cómo evitar el mal. Pasemos ahora a la acción. Contribuyamos a hacer justicia sin que ello suponga infantilizar a las víctimas o negar la dignidad de los victimarios que, por difícil que sea a veces de comprender, también hay que procurarla en un contexto donde es urgente reparar el dolor y no actuar desde la venganza.

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