Sociedad

Los cínicos de Sloterdijk

En su obra ‘La crítica de la razón cínica’ (1983) Sloterdijk se esfuerza en distinguir entre el cinismo de la Antigüedad griega (que denomina quinismo) y el cinismo prosaico del mundo contemporáneo.

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04
diciembre
2023

Peter Sloterdijk es uno de los filósofos más relevantes e influyentes de las cuatro últimas décadas. El inicio de su estelar carrera como filósofo preeminente se lo debe a su obra La crítica de la razón cínica (1983). Foucault hace mención a ella y a su autor en su último curso en el College de France (entre febrero y marzo de 1984), donde analiza y examina el «decir veraz» o parresía en la Antigüedad griega. Lamentablemente, el filósofo francés falleció de sida en junio de ese mismo año. Eso sí, tuvo el tiempo suficiente para oír hablar del emergente filósofo alemán. No obstante, como él mismo admite en el referido curso, no había leído entonces la ópera prima del joven autor alemán; y es dudoso que pudiera hacerlo en los pocos meses de vida que le quedaban.

En dicha crítica, de reminiscencias kantianas (al menos en lo que al título se refiere), Sloterdijk se esfuerza en distinguir entre el cinismo de la Antigüedad griega (que denomina quinismo) y el cinismo prosaico del mundo contemporáneo (al que hace referencia como mero cinismo). El quinismo antiguo, representado por figuras como Diógenes, representaría un intento de liberación con respecto a las ataduras y vanidades sociales. Diógenes se presenta ante la ciudadanía ateniense como una especie de trickster o bufón que desprecia los convencionalismos sociales. Sloterdijk nos dice al respecto en su afamada obra: «Ya la Antigüedad conocía al cínico como un extravagante solitario y como un moralista provocador y testarudo […] En el libro ilustrado de los caracteres sociales figura desde entonces como un espíritu burlón que produce distanciamiento, como un mordaz y malicioso individualista que pretende no necesitar de nadie ni ser querido por nadie, ya que, ante su mirada grosera y desenmascaradora, nadie sale indemne».

«Diógenes refuta el lenguaje de los filósofos con el del payaso», señala Sloterdijk. Por medio de ese espíritu burlón, el cinismo de la Antigüedad operó como una «antítesis contra el idealismo propio como ideología y mascarada. […] Al quínico, hablando literalmente, le corresponde la especialidad cómica», añade. «La existencia de Diógenes se inspiraba en la relación de la comedia ateniense […] Su existencialismo se asienta en un fundamento satírico». El humor representaba, entonces como hoy, un estrato profundo de la conciencia e interacción social que permitía el acceso y comunicación de ciertas verdades, frente al discurso ideológico-convencional.

«Diógenes refuta el lenguaje de los filósofos con el del payaso», señala Sloterdijk

En palabras de Foucault, el quínico era poseedor de un «decir veraz»; alguien con la valentía para conducirse honestamente en el mundo. Estaríamos hablando de una figura contraria por completo al demagogo o al hipócrita, que dice al pueblo lo que este quiere oír (que hace suyos los prejuicios de la masa para medrar en sociedad).

El quinismo, como el moderno cinismo, es, por otro lado, un producto de la globalización. Según Sloterdijk: Diógenes es fruto del «nuevo y amplio ámbito de influencia del imperio macedónico que se anuncia: culturalmente, la gran civilización helenística alrededor del mar Mediterráneo oriental […] Se dice de Diógenes que, preguntado por su patria, contestó: «Soy un ciudadano del mundo». Hoy ya todos somos ciudadanos del mundo, aunque, en nuestro caso, nos veamos atenazados por un cinismo más crudo y desesperanzado.

Una obra pertinente hoy

Es por ello, que la referida obra es particularmente pertinente en la actualidad. Los textos clásicos lo son por el hecho de que cobran vida con el paso de las décadas, de los siglos, su sabiduría siendo aplicable en muy diversos momentos históricos; y, sin duda, La crítica de la razón cínica es uno de ellos.

Sloterdijk afirma que la Guerra Fría, el Occidente posterior a la Segunda Guerra Mundial, hace de los ciudadanos seres sumamente cínicos, sin creencia ni ideales. Y esto en 1983. Pero lo cierto es que dicho cinismo generalizado se ha visto incrementado exponencialmente con el paso del tiempo. Podríamos, de hecho, interpretar el creciente moralismo del discurso público, el surgimiento de la cultura de la cancelación, etcétera, como una sobrecompensación frente al universal cinismo que caracteriza la conducta real de la mayoría.

Es decir, que los sujetos, sabiéndose cínicos, utilizan en su vida cotidiana a sus congéneres como meros «útiles a la mano» (que diría Heidegger) o instrumentos, tratan de demostrarse a sí mismos y a otros que son «buenos» por vía de un moralismo discursivo que compense la falta de valores, principios y códigos en el verdadero trato social. Si en 1983 éramos cínicos e interesados en nuestras interacciones, a día de hoy la cultura de consumo, mucho más exacerbada, hace que nos relacionemos con los demás como si estos fuesen cartones de leche, refrescos, utensilios de cocina, meros objetos de consumo. A menudo no se devuelven los mensajes a amigos, no se saluda a los vecinos, se practica el ghosting a modo de desprecio pasivo-agresivo, nadie acaba de confiar en otros pues «cree el ladrón que todos son de su condición», etc. Y, seamos sinceros, no parece que nadie quiera a nadie, como mucho se quiere a padres o hijos. De hecho, a menudo las exparejas se odian sin más, una vez estas han dejado de ejercer su rol instrumental. Todos estos son fenómenos propios de nuestro tiempo, no valoraciones subjetivas.

Los vínculos se han visto desintegrados por un capitalismo tardío que no hace sino fomentar un individualismo hipercínico en el que domina el «sálvese quien pueda» a modo de mantra y dogma intergeneracional. En dicho mundo, los demás carecen de dignidad para nosotros, de lo cual deducimos necesariamente nuestra propia falta de la misma: quien trata a otros sin dignidad, necesariamente carece también por completo de ella. Y este es el cinismo sin esperanza que, según Sloterdijk, habríamos de combatir por medio de acciones y formas de vida más ilustradas.

Según Slotedijk deberíamos combatir el cinismo sin esperanza por medio de acciones y formas de vida más ilustradas

A pesar de todo lo dicho, el radical cinismo de la actualidad quiere encubrir su propia naturaleza, puesto que no ha perdido del todo el sentido del pudor. Y elabora falsas representaciones, trampantojos morales (artificiales indignaciones e histerias colectivas) para justificar su propia existencia; su ser decadente, su apetito destructivo. Pero, en este sentido, como afirma Sloterdijk, quizás no esté de más recurrir hoy al germen y origen del actual cinismo (el quinismo), una filosofía que se atreva «a salir con las verdades desnudas […] Allí donde los encubrimientos son constitutivos de una cultura; allí donde la vida en sociedad está sometida a una coacción de mentira, en la expresión real de la verdad aparece un momento agresivo, un desnudamiento que no es bienvenido. Sin embargo, el impulso hacia el desvelamiento es, a la larga, el más fuerte». Que viva el quinismo, diría Sloterdijk, y abajo con el cinismo radical que hace de la presente comunidad occidental un ser inerte, algo así como un muerto en vida; un ente sin fe en los ideales más elevados.

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