Cultura

«No puedes tener la misma relación con tu madre a los cuarenta que la que tenías a los quince»

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26
diciembre
2023

El estigma de mala madre es algo con lo que tienen que lidiar algunas mujeres. De ello se ha hablado mucho, la mayoría de las veces para consolidarlo, en redes sociales, películas y libros. Pero, ¿qué pasa con las malas hijas, aquellas que sienten que no pueden responder a la perfección de sus madres? La periodista Blanca Lacasa Carralón llevaba tiempo dándole vueltas a este tema y, hablándolo con amigas y desconocidas, se dio cuenta de que era un sentimiento muy generalizado. De ahí surgió ‘Las hijas horribles’ (Libros del K.O.), un ensayo en el que analiza esa tensión que subyace en las relaciones entre madres e hijas, que muchas veces están marcadas por el desencuentro y el dolor.


¿En qué momento te das cuenta de que las relaciones entre madres e hijas está marcada en muchos momentos por el desencuentro y el dolor?

De eso me llevo dando cuenta mucho tiempo, pero se hizo más presente cuando muchas de las conversaciones con mis amigas tenían que ver con esto. En ese momento, yo tenía un programa en la radio M21 y uno de los episodios lo dediqué a las relaciones entre madres e hijas. Para él me leí Apegos feroces, de Vivian Gornik, y muchas de las conversaciones que tenía la autora con su madre en el libro eran iguales a las que tenía yo con la mía. Y eso que no teníamos nada que ver en edad, procedencia ni nada. Después del programa, me escribieron muchas mujeres diciendo que ya era hora de que se abriera ese melón. Ahí pensé que podía hacer algo con ello y surgió el libro.

¿Por qué sucede especialmente con las hijas y no tanto con los hijos?

Por un mandato de género. Igual que las madres están más llamadas a la autoexigencia y a la perfección por la estructura patriarcal, pasa lo mismo con las hijas. Por eso en ellas esta fricción se intensifica más que con los hijos.

«Igual que las madres están más llamadas a la autoexigencia y a la perfección por la estructura patriarcal, pasa lo mismo con las hijas»

Los ídolos no fallan, escribes en un momento. Por eso las madres no pueden fallar. ¿De dónde viene esa idealización de las madres?

Al sistema patriarcal le ha interesado esta situación. Que los cuidados se escriban en femenino hace que tengas a la mitad de la población encerrada en casa. También está el mandato, la misión, de que las mujeres sean madres. Que su función social sea esa. El espacio público es masculino, y así lo ha sido históricamente; y el doméstico es el que debe ser habitado por las mujeres. Al mismo tiempo que pasa eso, a las mujeres siempre se nos ha exigido más. Ahora también en otros entornos que no sean el doméstico, como el del trabajo. Al final todos, también las mujeres, hemos sido educados bajo estas ideas y somos incluso nosotras mismas las que nos autoexigimos y las que tenemos un anhelo de perfección muy grande.

¿Cómo se vehiculan estas ideas? En el libro hay muchas citas a películas y libros que las refuerzan.

Hay un constructo cultural muy potente que muchas veces pasamos por alto. Cuando estamos viendo una película estamos construyendo una imagen de la sociedad en nuestra cabeza. En el cine de terror, el personaje de la madre terrible está muy presente. Más que el del padre. Obviamente, la cultura popular ha encontrado en las madres una especie de filón: tanto las horribles como las que dan la vida por sus hijos. Parece que entre esos dos extremos la escala de grises no existe. Y eso ha creado una manera de verlas.

Una idealización que ha tenido su efecto espejo en las hijas.

Todos esos sentimientos que las madres han experimentado, de que no lo están haciendo lo suficientemente bien, de que tienen que renunciar a todo por sus hijos, que no les pueden fallar y un largo etcétera, recae sobre las hijas. Nosotras padecemos ese mecanismo también: nos sentimos malas hijas que no cumplen sus expectativas, que no dan todo por ellas, etc. Es un mecanismo espejo.

Las madres se sienten dueñas de las vidas de sus hijas y las hijas, que pertenecen a sus madres. De esta forma, los errores de una son problemas de la otra y al revés.

Hay un mecanismo de simbiosis en el que parece que las madres se identifican con las hijas, como si formaran casi un organismo unicelular. En ellas plasman todos sus sueños y frustraciones y piensan que son un poco su posesión. Algo que es normal, porque si condenas a las mujeres a ser madres, al final es lo único que tienen. Por ello, la posibilidad de que no quieran renunciar a esa posesión es alta.

También dices que vivir en esos parámetros de perfección inevitablemente lleva al fracaso.

Claro. Cuando demandas a alguien que sea perfecto, que nunca falle, que sea cariñoso, es normal que fracase. Es imposible no hacerlo. Al final es una persona con sus problemas y circunstancias vitales. Además, muchas de nuestras madres llegaron a la maternidad sin haberlo meditado ni haberlo elegido. Algo que pasa también con las hijas: si las madres esperan que las hijas sean lo que ellas quieren que sean, que no sabemos muy bien qué es, la posibilidad de fracaso es muy alta. Yo hago un paralelismo con el amor romántico, que también ha adolecido mucho este asunto. Las expectativas son tan altas que no se pueden cubrir. Si lo lleváramos a escala humana, es decir, siendo conscientes de que el error y el fallo van a existir, habría menos frustración y dolor.

¿Por qué ha habido tanto silencio alrededor? ¿Romper con él ayudaría a sobrellevarlo mejor?

Porque el silencio perpetúa este tipo de familia y de madres. Si hablamos en escalas de grises, todo se desmorona. También hemos guardado silencio porque tenemos muy metido dentro que nuestras madres son maravillosas y que no podemos criticarlas. Quizá pensemos que es una pesada o no nos cae bien, pero no podemos decirlo porque entonces eres tú la que está haciendo algo mal o tu madre se escapa de esa perfección. Esto nos ha llevado a que prácticamente todas hayamos guardado silencio. Y sin darnos cuenta, hemos perpetuado ese modelo que a las que más perjudica es a nosotras. Por eso hablarlo es fundamental. Ya sea en terapia, con amigas o con nuestra propia madre. Creo que no hablar de los traumas o los dolores es la mejor forma de que sigan sucediendo y se transmitan de generación en generación.

«No hablar de los traumas o los dolores es la mejor forma de que sigan sucediendo y se transmitan de generación en generación»

Aparte de hablándolo, ¿cómo podemos mejorar la relación?

Las hijas tenemos que ubicarnos en un contexto, que es algo que intento hacer en el libro. Tenemos que ser conscientes del patriarcado en el que vivimos, porque si no lo metemos en la ecuación, el resultado va a ser incorrecto. Y entender que somos personas autónomas e independientes. Que es así, se ponga como se ponga tu madre. Por ello es importante marcar límites. Hemos sido concebidas para ser personas independientes. No puedes tener la misma relación con tu madre a los cuarenta que la que tenías a los quince. Esto es muy infantil en realidad y creo que es el origen de muchos enfados y desencuentros que luego pasan.

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