Sociedad

La idea monolítica de la adopción

En la adopción suele darse la dificultad ética y emocional que surge de la idea de poder pertenecer a varias familias al mismo tiempo. ¿Se puede pertenecer a varias familias a la vez? Para las personas adoptadas, podría ser la solución a muchos problemas.

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02
febrero
2024

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El Museo del Louvre alberga un refugio para los románticos de las civilizaciones antiguas del Creciente Fértil como es el ala Richelieu. Ahí se pueden contemplar desde piezas de cerámica y murales de grandes dimensiones hasta hombres barbudos de ojos enormes esculpidos en piedras grises. De esas tierras, que hoy pertenecen a estados modernos como Israel, Líbano, Siria o Iraq, surgieron ideas que hoy perviven y se forjaron herramientas que han evolucionado durante siglos hasta convertirse en elementos indispensables para la vida privada y la convivencia pública.

Se controló por primera vez la libertad de la luna creando calendarios que hoy nos esclavizan en nuestros móviles. Alguien golpeó por primera vez la piedra de una forma determinada, sin saber que estaba creando la escritura y ahora en apenas un segundo la IA aprueba exámenes sin fallos. La lógica dicta que de entones a hoy, casi todo ha evolucionado o se han superado problemas mediante la innovación tecnológica y el progreso social.

De todos los tesoros ahí guardados, hay uno sorprendente, el Código de Hammurabi. Es una piedra negra enorme con forma de dedo de dos metros de altura. En la uña se aprecian una especie de viñeta con dos hombres discutiendo y, sobre el resto de la piel hay talladas en letra cuneiforme 285 leyes que alguien recogió hace 3.700 años y que se podrían considerar como la génesis de los códigos penales y civiles de hoy.

El arquetipo de la adopción prácticamente no ha evolucionado en 37 siglos

La ley 185 dice que «si uno tomó un niño en adopción, como si fuera hijo propio, dándole su nombre y lo crio, no podrá ser reclamado por sus padres biológicos». Es sorprendente observar cómo el arquetipo de la adopción prácticamente no ha evolucionado en 37 siglos. El acto de adoptar un hijo sigue poseyendo una función excluyente, es decir, la que obliga a la persona adoptada a pertenecer a su familia adoptiva sin margen para vincularse legalmente a la familia original o biológica.

Actualmente la adopción es irrevocable según el Código Civil español. Este persiste en cortar de raíz los derechos y obligaciones de las personas adoptadas con sus familias biológicas y viceversa. El adoptado pierde su identidad, que es la suma de su nombre previo e historia familiar, en un proceso de migración hacia otra familia radicalmente diferente. En la nueva familia luchan para asimilarse a la vez que juegan con la ficción de qué pudo haber sido de sus progenitores biológicos que perdieron todo el derecho a reencontrarse con su hijo dado en adopción.

Las personas adoptadas, ya sean de adopción nacional o internacional, se enfrentan a un problema común, más allá de las trabas legales o la falta de datos sobre la familia de origen. Lo que une a los adoptados es la dificultad ética y emocional que surge de la idea de poder pertenecer a varias familias al mismo tiempo. Las personas adoptadas sienten sobre los hombros el peso del monolito de esa sala del Louvre que acaba convirtiéndose en una indecisión infinita de la doble pertenencia. Los adoptados tienen por costumbre casi ancestral la de elegir un bando u otro, como si la familia adoptiva y la familia biológica fueran huestes enfrentadas. ¿Por qué no pertenecer a ambas familias?, ¿por qué la regulación sobre la adopción no se abre a favorecer esta vinculación legal y emocional con la familia de origen?

Lo que une a los adoptados es la dificultad ética y emocional de poder pertenecer a varias familias al mismo tiempo

A pesar de que existe el derecho de las personas adoptadas a conocer los orígenes, pocas veces se hace efectivo. Los adoptados no saben ni quieren entrometerse de nuevo en el intrincado proceso de los servicios sociales que siguen estancados en una visión de la adopción estática y adultocéntrica, donde casi responde más al «derecho» de los padres a ser padres que de los niños abandonados a recuperar una familia similar antes perdida.

El sentimiento de pertenencia a dos o más familias, países, culturas, lenguas o religiones choca radicalmente con la idea de pureza de la familia nuclear, entendida esta como la unidad más pequeña de la sociedad y del poder. En ese núcleo se intenta proteger la homogeneidad de sus miembros y cualquier elemento extraño se entiende como algo perturbador. Hay infinidad de casos de intentos fallidos de personas adoptadas que al ir en busca de sus familias biológicas en otro país se han topado con obstáculos emocionales en sus dinámicas familiares adoptivas imposibles de saltar.

La pertenencia legal y emocional a múltiples familias de un adoptado nunca se ha explorado y podría ser la solución a muchos problemas dentro de la familia adoptiva y, además, ayudar a liberar de culpa y responsabilidad a la persona adoptada.

Si los adoptados pudieran vincularse a ambas familias, siempre que se den las condiciones óptimas de seguridad y madurez emocional, podría resultar en una solución a muchas de las dolencias morales y físicas. Estos estragos en la calidad de vida de los adoptados tienen su origen en las preguntas que subyacen de las diferencias entre el adoptado y la familia como son: la sensación de haber sido forzado a emigrar de un país a otro, el duelo por la pérdida de la lengua materna o el rencor proyectado contra los padres biológicos tras el abandono.

Si los adoptados tuvieran la oportunidad, si lo desean, de hacer confluir ambas familias en su realidad, gozarían de una preciada libertad. En definitiva, pertenecer a varias tierras, visitar diversos templos religiosos o seguir múltiples calendarios es en conjunto una rica forma de vivir casi exclusiva de las personas adoptadas.

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