Opinión

Vivir (ligeramente) en pasado

Quien sucumbe al timbre del WhatsApp mientras lee un libro de su agrado, ve una buena película o mantiene una conversación interesante, ya ha devaluado su disfrute. Aun así, desconectar y esperar a que la actualidad llegue ya ‘sucedida’ resulta muy difícil.

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24
agosto
2023

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De los efectos de la tecnología en la forma en que producimos y consumimos información se ha dicho ya casi todo. Palabras y conceptos como «inmediatez», «aceleración», «alertas», «clickbait» dibujan un ecosistema en el que las redes sociales y las apps de nuestros teléfonos inteligentes nos traen no solo información al instante, sino también bulos, noticias falsas o insustanciales que nos atrapan en un presente continuo del que es difícil escapar. El déficit de atención es una consecuencia lógica de dicho contexto. Quien sucumbe al timbre del WhatsApp mientras lee un libro de su agrado, ve una buena película o mantiene una conversación interesante, ya ha devaluado su disfrute. Seguramente, por un mero «jaja» o algún meme gracioso que habría podido esperar unas horas. Diría que hay consenso sobre el carácter problemático de esta relación de suma cero.

Hace unos meses me propuse que este verano dejaría el teléfono en otra habitación mientras leía la prensa (en papel y digital) o el libro que tuviera entre manos. Que lo dejaría en silencio mientras veía películas o series –uno de los propósitos más extendidos e incumplidos, como suelen ser los verdaderos propósitos–, que desactivaría las notificaciones de los medios y que no consultaría sus webs. Sobra decir que fracasé. Dado que me dedico a temas que no están lejos de la política y de los asuntos públicos, las elecciones me han obligado no ya a mantener mis hábitos, sino a reforzarlos. Este verano he tenido la excusa que quizá camufla mi incapacidad de haber sido este un estío sin actividad política, como los habituales.

«Quien sucumbe al timbre del WhatsApp mientras lee un libro de su agrado, ve una buena película o mantiene una conversación interesante, ya ha devaluado su disfrute»

Pero mi propósito no solo era concentrarme mejor y disfrutar más las lecturas y las películas. O no era el principal. Sino desplazarme ligeramente al pasado, buscando expresamente que las noticias me llegaran ya sucedidas y no en su transcurso. Como se leían antes los naufragios o las catástrofes naturales que ocurrían en lugares lejanos. O la formación compleja de un gobierno. Un margen de tiempo que cambiaba por completo la forma en la que se recibía la información y, por tanto, la manera en que se reaccionaba a ella. Cuenta James Boswell, autor de la monumental y pionera biografía de Samuel Johnson, que un día de 1783 le preguntó si no le inquietaban las noticias que llegaban del otro lado del Atlántico, con unas colonias en clara rebeldía contra la metrópoli. Cuenta que Johnson le respondió con un altanero: «Sandeces, señor mío. Los asuntos públicos no inquietan a nadie. Nunca me han quitado ni una hora de sueño ni el apetito para comerme una onza menos de carne». ¡Con un smartphone quisiera haberlo visto yo!

Una información que no era inmediata no parecía exigir un posicionamiento presente, y seguro que eso procuraba una distancia que facilitaba la claridad de análisis y cierta calma ante una realidad que, dado que ya había transcurrido, no tenía remedio y no necesitaba de nuestro concurso, ni de nuestra opinión. O, al menos, no una sin reposar. Pero he fracasado, y habré de esperar al próximo agosto para desplazarme temporalmente y vivir, ligeramente, en pasado.

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