Opinión

Un retrato familiar que captura a Europa

En ‘Mi padre alemán’ (Libros del Asteroide), Ricardo Dudda captura Europa y su historia reciente partiendo de la de su propia familia. «Un libro sincero y emotivo sobre un hombre, su hijo y una época».

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26
septiembre
2023

«En septiembre de 1939, Alemania invadió Polonia y mi abuelo fue movilizado. Nueve meses después, nació mi padre. Durante casi cinco años, la guerra no tocó Elbing [el pueblo prusiano de la familia Dudda, hoy en Polonia]. En enero de 1945, todo cambió». La frase, pese a su estilo casi telegramático, conmueve. La escribe el periodista Ricardo Dudda (Madrid, 1992) en Mi padre alemán, finalista del II Premio de No Ficción de Libros del Asteroide. Un intento de escribir un libro sobre su padre, Gernot Dudda (que le lleva 52 años), que resulta ser algo más, bastante más: una biografía, un retrato familiar y, también, el de casi un siglo de la historia europea, la que va desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días. Y también una autobiografía del propio autor, cuya figura se va reflejando en la de su carismático padre hasta levantar un retrato de sí mismo. «Cuando me enfado con la anticipación neurótica y la obsesión logística de mi padre, me estoy enfadando conmigo mismo», escribe, aunque son más habituales las diferencias entre ambos. Y cita a George Orwell, quien le parece «que define a mi padre: «Era implacable consigo mismo, y la extensión de esa implacabilidad [hacia los demás] era una especie de cumplido». La vejez lo ha ablandado y, gracias a ello, hemos encajado mejor que nunca».

Gernot Dudda, que hoy tiene 83 años, fue un publicista de éxito en el Madrid de los años 80 y 90, hasta su retirada de la capital y su traslado a Mazarrón, en Murcia, a una casa frente al mar, El Hoyo, que es otro de los personajes del libro. Trombonista de la orquesta local, aficionado al jazz y devoto de la Virgen del Rocío pese a su protestantismo, Gernot es conocido en la zona. También por las fiestas que organizaba o por los discursos que alguna vez ha pronunciado y en los que trasluce un sentido del humor fino que se incrementa con algunos de los giros lingüísticos particulares y usos verbales con los que habla castellano, y que su hijo transcribe y comenta con paciencia: «Con el tiempo, y por culpa de la lejanía de El Hoyo, dejó de venir gente a esos eventos. Mi padre entonces se integró en el pueblo, hizo buenas migas con el alcalde, lo nombraron pregonero, dio alguna charla en mi instituto sobre su trayectoria laboral. Fue siempre una especie de agitador».

Un libro sincero y emotivo sobre un hombre, su hijo y una época

La imagen primera y constante a lo largo del libro es la de Gernot como un hombre con hambre por la vida, vitalista pese al avance de la edad y los achaques («Ahora sus siestas son pantagruélicas. […] A menudo le acompaña Rufo. Al salir del cuarto, está tan confundido que parece necesitar más un calendario que un reloj»). Un carácter y una actitud que van resultando sorprendentes a medida que el autor nos va contando los periplos y calamidades que su padre hubo de padecer hasta llegar a Alemania Occidental desde Alemania Oriental. Antes había huido de una Prusia mítica para el nacionalismo alemán destruida por la guerra, había vivido en casas para refugiados e incluso en un polideportivo. La protestante Prusia ya no existe y gran parte de su territorio, incluida Elbing, son hoy suelo polaco y católico. «La comida y su escasez estructuran las historias de mi padre. Las verdaderas chinchetas en el mapa son recuerdos de hambre. […] ¿No recuerdas el reencuentro con tu padre? “No, solo el saco de azúcar”», escribe Dudda. Un horror, el hambre, que se unió al sufrimiento de la guerra y a las violaciones en masa de los soviéticos a medida que el Ejército Rojo iba tomando posiciones desde el este.

Quedaba atrás una época, principios del siglo XX, en la que «en Europa del Este, un individuo podía ser ruso toda su vida y morir lituano; nacer ucraniano y morir polaco; ser de origen alemán, vivir en Polonia unos años y morir como ucraniano. La identidad la formaban la combinación de lengua y religión». Empezaba otra Europa, la de la Guerra Fría. Y otra Alemania, «llena de Richards que no querían hablar de la guerra. Y también de muchos que no querían preguntarles. El nuevo Estado se construyó sobre esos silencios». Richard es el abuelo de Ricardo, a quien debe el nombre, y sobre quién descubre su pasado nazi durante la investigación sobre su padre. El autor escarba en la montaña de documentos que guarda su padre (quien no les ha hecho demasiado caso hasta que su hijo se ha puesto a analizarlos) y se topa con una realidad cruda ante la que Gernot llega a sentir la necesidad de disculparse.

Un libro sincero y emotivo sobre un hombre, su hijo y una época. Y sobre un continente, el nuestro, atribulado hoy por algunos de los fantasmas que marcaron en su momento la vida de Gernot. Extraordinario.

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