Sociedad

¿Qué tiene un líder que no tenga yo?

Estudios recientes sugieren que la capacidad de liderazgo podría estar relacionada con la extraversión o la estabilidad emocional del individuo, pero también con las circunstancias socioeconómicas vigentes.

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20
septiembre
2023

A mediados del siglo XIX, el filósofo escocés Thomas Carlyle afirmó que «la historia está esculpida por los grandes hombres», un grupo –aparentemente– selecto de personas con un carisma extraordinario capaz de influir sobre las masas. Para Carlyle, además, solo aquellos que heredan ese pack de cualidades acaban comportándose como verdaderos líderes. Dicho de otro modo, líder se nace, no se hace.

En aquel entonces, esta visión fue respaldada por tantos intelectuales que incluso le pusieron nombre: la teoría del gran hombre. Ahora, 200 años después, es sencillo ver los defectos de esta conjetura, ya que, si fuera cierto que determinadas características están reservadas para los grandes líderes, aquellas personas que las poseen deberían serlo, y no: no todas las personas extremadamente carismáticas son estandartes de algo. Por este motivo, poco a poco la comunidad científica rechazó al «gran hombre» y llegó al acuerdo de que hay muy pocos atributos que se puedan utilizar de forma concluyente para distinguir a un líder y a un seguidor.

Teorías más recientes sugieren que la capacidad de liderazgo no depende únicamente de lo personal, sino también de lo situacional. Esto significa que, en algunas personas, la vena de adalid aparece exclusivamente cuando surge una oportunidad para ello, como puede ser una crisis política o una guerra. Otros investigadores hablan de una aproximación contingencial, en la que las características personales pueden ser muy efectivas en algunas situaciones pero muy poco en otras. Por tanto, convertirse en líder no depende de uno mismo y nada más, pues también depende de circunstancias externas como el estado de ánimo de una comunidad o la idiosincrasia de un país.

Poco a poco la comunidad científica rechazó al «gran hombre»

Sin duda, la teoría de Carlyle dejó huella en el imaginario colectivo y, cuando hoy se consideran las cualidades de un líder, todavía se piensa en el intelecto y las habilidades sociales. Quizás el escocés fue demasiado rotundo, pero hay que romper una lanza a su favor:  desde hace –al menos– 20 años se dice que hay una correlación positiva entre la capacidad de liderazgo y cuatro características de la personalidad: la extraversión, la escrupulosidad, la estabilidad emocional y la apertura a la experiencia. Ahora bien, estas no son condiciones suficientes para convertirse en un gran líder, dado que solamente son útiles si van acompañadas de buenas habilidades sociales y de comunicación. Tampoco son características necesarias, ya que una persona introvertida pero con buenas habilidades sociales puede ser tan efectiva como una extrovertida.

Por otro lado, y quizás un escalón por debajo de la personalidad, está el aspecto físico, algo que múltiples estudios reflejan que está relacionado con el estilo de liderazgo y su consecuente éxito. Un artículo de la revista científica Leadership Quarterly sintetiza los hallazgos más recientes al respecto y sugiere que el aspecto físico sí puede predecir los resultados de un líder. Por ejemplo, las personas altas tienen más posibilidades de ser escogidas para posiciones dominantes, ya que inconscientemente transmiten una mayor sensación de poder, salud e inteligencia.

El liderazgo efectivo requiere el aprendizaje y la puesta en práctica de habilidades comunicativas y toma de decisiones

Ahora bien, ¿qué significa ser un líder? ¿Tener un documento oficial que certifique la  posición en una jerarquía o que, sin necesidad de documentos, el resto de la comunidad le perciba como una persona admirable y eficiente? En este sentido, algunos estudios afirman que la simetría facial y una cara que transmita positividad y extraversión tienen importancia a la hora de ser percibido por los demás como buen líder. En definitiva, aunque nos esforcemos por ser racionales, los juicios superficiales siguen formando parte de las decisiones cotidianas, y es importante asumirlo hasta que consigamos desprendernos de ello.

Dicho lo cual, la relación entre liderazgo y características individuales es demasiado compleja y es imposible predecir el éxito de un líder basándose en test de personalidad, de guapura o de ADN. Hoy por hoy, el liderazgo efectivo requiere, entre muchas otras cosas, el aprendizaje y la puesta en práctica de habilidades comunicativas, de dirección de equipos y toma de decisiones; y si bien es cierto que la personalidad puede dar cierta ventaja en contadas situaciones, el líder del siglo XXI tiene un abanico de aptitudes tan diversa que nadie posee la receta para convertirse en ese «gran hombre» del que habló Thomas Carlyle.

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